EL INVERNADERO DE LA DEHESA

La Rosaleda, con el Monumento a los Caídos al fondo, a la izquierda (Archivo Histórico Provincial)

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A punto de comenzar el verano de 2009 eran asfaltados los paseos del parque municipal, desde el Árbol de la Música hasta el acceso principal en Mariano Granados, mediante la utilización de un novedoso material sintético, no mucho después se tenía la sensibilidad y el buen gusto de recuperar uno de los símbolos de la ciudad, como sin duda lo era el emblemático árbol, oficializado con el concierto que ofreció la Banda de Música poco después del mediodía del martes 5 de octubre de 2010, último día de las fiestas de San Saturio; hacía 22 años que se había retirado la estructura original luego de que con harto dolor de todos los sorianos no quedara otro remedio que talar el legendario olmo, víctima de la grafiosis, que no hubo manera de combatir por más de las atenciones que se le dispensó y de los tratamientos que se le aplicaron.

Otras actuaciones en el parque municipal se centraron por aquel entonces en la zona del Alto de la Dehesa y la Rosaleda, concretamente en el espacio que ahora se conoce como vivero, y antes y durante muchos años invernadero, desde que a mediados del mes de febrero de 1943 se decidiera su traslado (se encontraba en las proximidades de la que fue cafetería Alameda). La decisión, por cierto, no estuvo exenta de polémica porque “a pesar de la ampliación que Dios mediante ha de dársele parece el lugar algo impropio por la proximidad del Hospital [Provincial, más tarde sede del CUS]”, señaló el diario Duero, el único que se publicaba entonces en nuestra capital, sin dar ninguna otra explicación en la que apoyar su argumento.

Fue esta del cambio de lugar del invernadero una operación que, al menos cronológicamente, venía a completar un conjunto de actuaciones emprendidas en el área que en junio de 1931 había contemplado la construcción del curioso y popular palomar, en la zona de la fuente, junto a los antiguos urinarios, y en el mes de enero del año anterior (1930), asistía al nacimiento del Alto de la Dehesa y la Rosaleda, en el marco de una gran operación que llevó consigo la plantación de más de 1.500 árboles, de manera que la parte derecha de la Alameda de Cervantes (la lindante con el paseo del Espolón) iba a contar, a partir de ese momento, con una frondosa chopera; la zona más alta pasaba a convertirse en un tupido bosque de pinos silvestres y piñoneros, cedros, abetos y otras coníferas, y se configuraba un amplio espacio exclusivamente de pradera, que sigue siendo uno de los grandes reclamos. Además, entre la zona arbolada y la pradera se construía la Rosaleda –un bello y discreto, al tiempo que abrigado, rincón de nuestro céntrico y querido parque-, cercada por un paseo formado a base de plantaciones de cipreses, que, como el resto del recinto, ha sufrido toda clase de vicisitudes. Vamos, que con las inevitables modificaciones a que han obligado el transcurrir de los años, todo quedó más o menos como se encuentra en la actualidad, eso sí,  sin el monumento a los Caídos; fue entonces cuando la zona volvió a ofrecer la configuración con que se concibió en su día y la Dehesa recuperó un espacio único para disfrute de los sorianos. Porque, efectivamente, la construcción desaparecida, entre otros motivos por falta de mantenimiento, sin necesidad de entrar para nada en su significación política, hacía ya años que había derivado en un pegote al socaire del cual llegó a circular por ahí una leyenda urbana relacionándola con el marco adecuado para la práctica de diversas y determinadas conductas no precisamente ejemplarizantes.

ALGUNOS DATOS SOBRE EL CAMPO DE DEPORTES DE SAN ANDRÉS

 

Vista panorámica del Campo de Deportes de San Andrés durante un partido de fútbol (Archivo Histórico Provincial)

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El histórico Campo de Deportes de San Andrés fue una de las construcciones más representativas de la ciudad de la posguerra. Levantado en el ecuador de los años cuarenta, en la actualidad es una instalación prácticamente nueva. Sí, decimos prácticamente, porque, en efecto, parte del cerramiento, el de piedra que lo circunda, sigue siendo el original. El resto nada tiene que ver con el antiguo.

Ya hemos dicho en alguna ocasión que la remodelación del recinto ha sido uno de los muchos despropósitos en materia urbanística que se han acometido en la ciudad, pues si bien es cierto que cuando se proyectó se encontraba en las afueras de la población, con el ensanche de la ciudad por la zona oeste ha pasado a estar en el mismísimo centro urbano. Es decir, que cuando se abordó la remodelación acaso hubiera merecido la pena contemplar su derribo y construir uno nuevo en una de las zonas emergentes de la ciudad, máxime teniendo en cuenta la proximidad de otra instalación deportiva, el Polideportivo de la Juventud, que tampoco tiene nada que ver con el original.

En todo caso no es nuestro propósito detenernos en lo que lamentablemente es irreversible y sí ofrecer algunas pinceladas de cómo se gestó el viejo recinto deportivo.

Corría el mes de agosto de 1923 cuando se conoció la constitución del equipo de fútbol del Club Estade Soriano y la disputa del primer partido en El Royo-Derroñadas.

Unos meses después, en marzo de 1924, se supo que la junta directiva de la entidad visitó al alcalde de la ciudad para plantearle la construcción de un campo de deportes, en tierras de labor situadas al oeste de la Alameda de Cervantes que se materializó en agosto de 1930, cuando la Corporación aprobó el proyecto de Ramón Martiarena valorado en casi medio millón de pesetas de las de entones. Las obras comenzaron en 1931, al tiempo que el Club Deportivo Numancia entró en escena y por lo que fuera (cabe suponer, con más que probable seguridad, que por la instauración de II República) el proyectó se paralizó.

No fue hasta terminada la Guerra Civil cuando se retomó el proyecto. Fue la Obra Sindical Educación y Descanso la que solicitó al ayuntamiento la concesión de la construcción de la instalación en el marco de un programa del Nuevo Régimen de alcance nacional. Se intensificaron los trabajos, de manera que el 1 de octubre de 1945 el Numancia, que acababa de federarse, pudo disputar su primer partido oficial, es decir, ya de competición, si bien es cierto que el estreno del recinto, con las obras todavía sin terminar, se produjo unos meses antes, el domingo 15 abril de 1945 con un partido que jugaron un equipo de Funcionarios de Soria y el Grupo de Empresa de S.E.S.A de Burgos, que ganaron estos 3-5.

LA CÁRCEL VIEJA Y LA DE LA CALLE LAS CASAS

Fachada principal de la prisión de la calle Las Casas (Joaquín Alcalde)

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Después de unas semanas de inactividad volvemos retomar el pulso de este Sitio de temas sorianos.

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En tiempos, hasta al verano del año 1961, en que se inauguró el Centro Penitenciario de la calle de Las Casas, entonces en las afueras de la ciudad, en una zona que comenzaba a desarrollarse, la cárcel de Soria ocupaba parte del cochambroso inmueble de lo que, desde comienzo de la década de los noventa en que abrió por primera vez sus puertas tras rehabilitarlo la Junta de Castilla y León, es el moderno pero ya insuficiente y desde el primer momento poco funcional Centro Cultural Palacio de la Audiencia, cuyas obras de ampliación, por cierto, no acaban de llegar por más que hace ya la tira que se anunciaran con la pompa a que se nos tiene acostumbrados.

La vieja cárcel estuvo compartiendo las pobrísimas y tercermundistas instalaciones del vetusto caserón con el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción –el único que había- y la Fiscalía; el Juzgado Municipal y el Registro Civil se encontraban en otro edificio, en la avenida de Navarra, en condiciones que tampoco eran las más idóneas.

Pero para que la cárcel tuviera nueva sede y fuera un establecimiento acorde con las necesidades de la época tuvieron que pasar bastantes años. Mediada la década de los cuarenta ya se estaba con las expropiaciones de los terrenos. Sin embargo, aún tendrían que pasar tres largos años para que el Ministerio de Justicia aprobara su construcción, momento en el que “el Excmo. Sr. Gobernador civil de la provincia [Jesús Posada  Cacho] al ser visitado ayer (20 de junio de 1949) por los periodistas, después de realizar durante estos días varias gestiones, les manifestó lo siguiente: Las obras para la construcción de la nueva Prisión Provincial han sido adjudicadas a don Joaquín del Campo, conocido especialista en este tipo de edificaciones. Tanto el Director general de Prisiones como el personal a sus órdenes están dando las máximas facilidades para que las obras puedan iniciarse el próximo 18 de Julio”, dijo el periódico de referencia. Y efectivamente el día de la Fiesta Nacional de aquel mismo año se colocaba la primera piedra de la “Casa Prisión” en la “explanada de Santa Bárbara, camino de Las Casas”, a la que “terminado el acto religioso celebrado en la iglesia de Santo Domingo se desplazaron autoridades, jerarquías, representaciones y un numeroso público”. El obispo Rubio Montiel revestido con los ornamentos pontificales bendijo la primera piedra y colocó las primeras paletadas de argamasa el citado Gobernador civil.

Hubo que esperar, no obstante, hasta los primeros días del mes de agosto del año 1961 para que las obras se dieran por terminadas y se procediera a la bendición e inauguración de las nuevas instalaciones según el boato y la práctica de entonces, en medio de un desacostumbrado alarde informativo de los periódicos que alabaron sin fisuras la iniciativa y mostraron “su gratitud al Gobierno de la Nación porque haya dotado a la capital de la provincia de un nuevo y buen edificio que viene a ornamentar el barrio alto de la ciudad”, como fue el caso de Hogar y Pueblo, nada sospechoso de ser precisamente pro gubernamental, más bien todo lo contrario, que, sin duda, fruto de la intensidad del momento y del estado de ánimo del redactor de la información, se deshizo en elogios e incluso se aventuró a hacer público algún que otro augurio -por su propia naturaleza muy difícil de cumplir-, que como era de suponer se quedó en eso, en la efusión más propia de un deseo que de una posible realidad. El coste total de las obras ascendió a 15 millones de pesetas (90.000 mil euros).

La flamante cárcel –con las modernas instalaciones y sistemas de seguridad, se dijo- quedaba en el extrarradio de la ciudad, completamente fuera del núcleo urbano, algo más arriba de las huertas de Vicente Álvarez, que todavía representaban el límite de la ciudad por el Norte, detrás de la calle de la Tejera con una configuración notablemente diferente respecto de la que ofrece hoy. El barrio de la Florida no existía o empezaba a adquirir el aspecto que conocemos, como tampoco el de Santa Bárbara, donde no sólo no había apenas edificaciones sino que incluso en las eras los agricultores todavía llevaban a cabo las faenas de recolección y servían de ferial del ganado vacuno, ni desde luego la actual Rota de Calatañazor donde algunos años más tarde surgió la zona de discobares, e incluso las inmediaciones de la iglesia de Santo Domingo presentaban un aspecto del que no queda más que el recuerdo.

LA PUBLICIDAD COMERCIAL HACE 80 AÑOS (y II)

 

 

 

 

Los tres arcos, mítica tienda de ultramarinos desaparecida  (Archivo Joaquín Alcalde)

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El Collado era el verdadero centro comercial, de ahí que la mayor parte de los establecimientos públicos se concentrara en él y en su entorno más próximo. Era el caso de los calzados “La Moda” que ofrecía “siempre modelos nuevos de gran novedad”; la Ferretería “La Llave”, dedicada a la venta de herramientas, baterías de cocina, muebles, materiales de saneamiento y electricidad; la farmacia de Felipe Pérez, que además de “preparar fórmulas inyectables, anestesias, sueros hipertónicos, etc.” se dedicaba también a la actividad de laboratorio, droguería y perfumería; la tienda de calzados de Manuel Caballero, distribuidor asimismo de la tan de moda uralita en la plaza de abastos; la tienda de “ultramarinos finos” La Flor Sevillana; el almacén de coloniales de la Viuda de Sixto Morales, que vendía “al por mayor y detall”, con una amplia tarjeta de presentación subrayando la antigüedad del negocio: “Casa fundada en 1880”, era lo que primero se leía; la sucursal del Banco Hispano Americano, al comienzo de los soportales, en la acera de los casinos, y la juguetería, bisutería y mercería “Del Amo”, con establecimiento dedicado a la venta de “tejidos, confecciones y novedades” en la misma calle.

          En los aledaños del Collado se articulaba una red de establecimientos configurada por la imprenta y lotería Morales, en la calle Aguirre; la tienda de ultramarinos “Los tres arcos”, en el edifico contiguo, que tenía otro establecimiento del mismo nombre en la plaza del Salvador esquina con la calle Campo, o el “acreditado” bar Tolo, el “preferido por los deportistas”, en la plaza de San Blas y el Rosel, conocida como de la tarta. Al final del Collado, en Marqués del Vadillo, la farmacia de Martínez Borque; el comercio de paquetería, confecciones y jabones denominado “Mi tienda”, que ofrecía “un inmenso surtido en artículos de caballero”; el de calefacción, fontanería y vidrios de Alejandro del Amo (“la casa más antigua establecida en Soria”); el comercio de tejidos del Sobrino de Samuel Redondo, cuya casa central la tenía en Sevilla, y así constaba en los anuncios publicitarios; y el café-bar Talibesay con fachada a la plaza del chupete. En la contigua plaza de Herradores, la tradicional óptica Casa Vicén Vila; la droguería Patria –“casa muy conocida”-; las tiendas de ultramarinos de Manuel Ruiz especializada en “quesos, mantecas y embutidos” y de los sucesores de Juan Jiménez Benito (en la época, el Anastasio) y el café-bar Imperial. En tanto que en la contigua calle Numancia el comercio de Adolfo Sainz ofrecía “las calidades más supremas en mantas y pañería, como lo acredita la creciente preferencia del público desde el año 1850”, y algo más arriba “El pedal soriano”, un establecimiento dedicado a la venta de bicicletas, accesorios y reparaciones.

En fin, aunque por obvio y puede que también por repetitivo, acaso no esté de más dejar constancia de que como fácilmente podrá suponerse el que en el lenguaje moderno se conoce como tejido comercial de la ciudad era, sin salirnos del argot, bastante más tupido. Porque las firmas comerciales citadas eran las que con más frecuencia se publicitaban y aparecieron en un momento concreto en una revista determinada, que en su época fue referencia pero que todavía hoy los estudiosos y quienes sienten curiosidad por conocer y profundizar en las cosas de aquella Soria de la posguerra la siguen teniendo como elemento de trabajo, pues no en balde se trata de un documento de indudable valor que contribuye a conocer mejor la realidad actual.

LA PUBLICIDAD COMERCIAL HACE OCHENTA AÑOS (I)

La tienda de tejidos Redondo y Jiménez estaba en el Collado con fachada a la plaza de San Esteban (Archivo Histórico Provincial)

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El embrión del comercio que hemos heredado, o nos ha llegado, tiene su origen en aquel de carácter provinciano de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

Sin emisora radio local, que todavía no había llegado a Soria –de la televisión ni se hablaba-, era el periódico el único medio que de manera regular insertaba publicidad, aunque no con la frecuencia y el alarde de ahora, porque de ordinario quedaba reducida, casi en exclusiva, a la sección de anuncios por palabras, en la que cabía absolutamente todo, como en la actualidad aunque lógicamente con los contenidos de lo que se llevaba en la época. Para la publicidad, en el sentido más parecido a como se entiende hoy, las mejores fechas eran las fiestas de la ciudad, especialmente las de San Juan. De ahí que cada año no faltaran a la cita publicaciones ad hoc que con la excusa de las celebraciones festivas y el soporte de informaciones, reportajes y artículos alusivos, en síntesis, venían a ser algo así como una guía comercial completa de la ciudad, porque no en balde en sus páginas se anunciaba la práctica totalidad del comercio soriano y algunas otras actividades.

Por eso, en una de las habituales guías comerciales de mediados de la década de los cuarenta aparecían reclamos como el del almacén de coloniales de Pablo del Barrio, en Marqués del Vadillo, número 20; la tienda de Casa Pastora (relojería, bisutería, óptica y radio electricidad), en la calle del General Mola, 60 (el Collado); el comercio de paquetería de Justo Ortega (sucesor de Gregorio Jiménez) que ofrecía productos de “mercería, quincalla, géneros de punto, confecciones, perfumería y bisutería” y tenía el establecimiento en el número 18 de la misma calle; la pescadería de Víctor Lafuente (hijo y sucesor de M. Lafuente), en el 67 también del Collado –“diariamente se reciben los más finos pescados y mariscos”, se destacaba en el promocional-; los “grandes Almacenes Redondo y Jiménez” dedicados a la venta de tejidos, confecciones, mercería, perfumería, muebles, artículos de viaje y piel, y objetos de regalo, con dos despachos igualmente en la arteria principal de la ciudad, si es que no la clínica dental de Víctor Higes (el conocido médico y reputado historiador), en el estrecho del Collado, casi en la plaza Mayor (oficialmente del General Franco), en la que se anunciaba la “hojalatería vidriera” de Pedro Sanz, especialista en radiadores; el bar Julián, que promocionaba sus vinos y licores, su esmerado servicio de mostrador, la cerveza siempre fresca y estaba acreditado por el buen café que sirve siempre, y el taller de electricidad  “Las tres fases”, con otra dependencia en la calle Real.

LOS COMIENZOS DEL FÚTBOL FEMENINO EN SORIA

Vista general del Campo de San Andrés durante el partido de fútbol femenino Sizam-Cibeles (Archivo Radio Nacional de España)

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Como en otros muchos lugares de España, el fútbol femenino era hasta no hace tanto una de las asignaturas pendientes del deporte soriano pues las referencias que existían sobre el ejercicio de la actividad incluso sin otra pretensión que la de práctica social –cuanto ni más de competición, algo muy diferente- no sólo no abundaban sino que más bien, y siendo generosos, escaseaban.

En la etapa pudiera decirse moderna, uno de los antecedentes que se recuerda hay que situarlo en el último tramo de los noventa cuando surgió, dio la impresión que sin posibilidad de retorno, el proyecto de uno de los colegios privados de la capital de haber constituido el primer equipo femenino de fútbol en Soria del que por cierto nada más se supo o, al menos, no se tiene constancia.

Aun en el supuesto de que la iniciativa hubiera salido adela nte la realidad es que fútbol de mujeres ya se había visto en Soria con anterioridad al menos un par de ocasiones antes, bien es cierto que rodeado de un aura de espectáculo más por lo que tenía de novedoso que como actividad deportiva. Así podrá entenderse mejor que el domingo 9 de mayo de 1971 el viejo campo de San Andrés registrara “un llenazo como en los mejores tiempos del Numancia”, escribió en Campo Soriano el querido y recordado compañero Marciano Sanz Mozas, para presenciar el encuentro entre los equipos madrileños del Sizam y el Cibeles Cultural, referencias del incipiente fútbol femenino en aquel momento, que terminó con victoria del primero (4-0). El partido lo organizó el Radio Club Juventud de la emisora local Radio Juventud de Soria (hoy Radio Nacional) a beneficio de su obra cultural y recreativa. Aquella tarde el histórico recinto contó con la asistencia de “muchas más féminas que de costumbre comprendidas en todas las edades; chicos jóvenes, señores mayores, los aficionados de siempre…”, de tal manera, que el campo presentó “el aspecto de un día de fiesta grande” dijo Soria-Hogar y Pueblo en la crónica que firmó J. Alcalde Rodríguez, yo mismo. Es cierto que la convocatoria –en realidad, un partido de exhibición- no dio para mucho más pero qué duda cabe que algún poso debió quedar porque coincidencia o no dos años después volvía a repetirse la experiencia, en esta ocasión en favor de una causa diferente como lo fue el Campeonato de España de Ciclismo juvenil que la Real Federación Española de Ciclismo había confiado al Club Ciclista Soriano. Habida cuenta la importancia del presupuesto y los apoyos recibidos había que sacar dinero de donde se pudiera y qué mejor, a la vista de lo acontecido, que anunciar un nuevo partido de fútbol femenino que, aunque no con la celeridad que se presumía, iba cubriendo etapas en su práctica y difusión. Con las mismas, el jueves 31 de mayo de 1973, festividad religiosa de la Ascensión, que aún no había sido traslada al domingo, se enfrentaron en San Andrés, unos meses antes de su cierre el 1 de noviembre en que se disputó el último partido oficial, los equipos del Aragón y Río de Zaragoza capital en un encuentro para el que se fijaron precios populares: veinticinco pesetas costaron las localidades de general, quince las de señoras y diez pesetas las de los niños. El compromiso, para que no falte ningún dato, finalizó con empate a uno y el público asistente, que no respondió como en  la ocasión anterior, se divirtió y pudo advertir el notable avance experimentado por el fútbol femenino en tan corto periodo de tiempo.

EL CUARTEL DE SANTA CLARA (y II)

Tropa formada en el Cuartel de Santa Clara en los años ochenta (Alberto Arribas)

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En aquel Cuartel de Santa Clara que, se insiste, conoció uno en avanzado e irreversible estado de deterioro, hacía ya tiempo que no había guarnición como tal. Pues una vez que se marchó el Batallón de Minadores y las instalaciones se quedaron vacías, el recinto pasó a acoger en exclusiva los órganos ya citados administrativos de la Administración Militar y excepcionalmente –entre mediados del mes de marzo, por San José, y finales de junio, San Pedro- una sección de la Parada de Sementales del Ejército, con sede en Burgos, establecida esta en un pabellón que tampoco existe ya en la zona sur del recinto, en la calle Santa Clara, junto a la muralla. Porque tropa, como tal, no existía, a no ser que pueda considerarse como tal la veintena –no más- de soldados de reemplazo que cumplían el servicio militar, y obviamente los correspondientes jefes militares destinados en las dependencias dedicados a las tareas administrativas de gestión a que se ha hecho referencia.

De la veintena de soldados, la mayoría de la capital, únicamente no más de media docena eran los que tenían fijada la residencia permanente en el cuartel. Los demás vivían en sus domicilios particulares desde los que acudían cada mañana a las oficinas en las que estaban destinados. Al mediodía, terminada la jornada de trabajo, volvían a su casa y salvo que tuvieran que cumplir con el turno de vigilancia de atención telefónica no se recuerda ninguna otra obligación.

Los soldados residentes en el cuartel pernoctaban en el dormitorio habilitado en la planta baja del edificio del Gobierno Militar (la mal llamada ahora “La Casona”). La cocina –y comedor anejo- se encontraba ubicada en un pabellón que ya no existe paralelo a la calle Antolín de Soria desde la que cada mediodía, una vez estaba la comida a punto y antes de servirla a los soldados se la llevaban, en lo que se conocía como “la prueba”, al Coronel y Gobernador Militar. En el piso superior del inmueble estaban las oficinas del Gobierno Militar atendidas, en cuanto a efectivos, de manera semejante a las de la Zona y la Caja.

Por lo demás, en la etapa a la que nos estamos refiriendo, en el Cuartel de Santa Clara no se recuerda que se celebraran actos castrenses propiamente dichos como pudieran ser el izado y arriado de la bandera, sin duda los más socorridos, pues la enseña ondeaba de manera permanente. Aunque si se quiere ser preciso acaso cabría señalar como acto castrense la visita oficial del Capitán General de la V Región Militar, con sede en Zaragoza, a la que pertenecía la provincia de Soria, en cuya ocasión sí formó delante del edificio del entonces Gobierno Militar una escuadra que le rindió honores para la que, por cierto, hubo que recabar y poner a punto el armamento. Y un par de ellos más: uno, cuando siguiendo la costumbre un piquete de soldados dio escolta al Santo Sepulcro durante la procesión de la tarde/noche del Viernes Santo; el otro, el día del Corpus para cumplir con idéntico cometido, esta vez con el Santísimo.

EL CUARTEL DE SANTA CLARA (I)

 

 

Edificio del Gobierno Militar, que ahora llaman «La casona» (Joaquín Alcalde)

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Estos últimos días se ha hablado lo suyo sobre la rehabilitación de la antigua iglesia de Santa Clara y de su puesta a punto para destinar las nuevas instalaciones a usos culturales. Sin solución de continuidad se he producido también la inauguración de la nueva sede de la Subdelegación de Defensa, en la avenida Duques de Soria (U-25), que asimismo ha tenido su eco en la calle.

Hay que agradecer al ayuntamiento el trabajo de unos cuantos (bastantes) años para recuperar un espacio que llevaba mucho tiempo infrautilizado y, si se quiere, un estorbo sin utilidad alguna, no lejos del centro urbano. Se está hablando del que se ha dado en llamar en esta nueva etapa Espacio Santa Clara, que con el edificio de al lado, el del antiguo Gobierno Militar –últimamente Subdelegación de Defensa-, y el pabellón en el que se ubica el Instituto de Ciencias de la Salud, remodelado hace años, son los únicos edificios que quedan en pie del antiguo cuartel que conocieron/conocimos los sorianos.

Llamar Espacio Santa Clara al que fue antiguo convento de las clarisas ha quedado más o menos claro, pues desde siempre se ha sabido que el edificio lo ocuparon las Hermanas Pobres de Santa Clara. No así la denominación del inmueble contiguo, al que no se sabe por qué ni quién ha tenido la mala ocurrencia de “bautizarlo” como “La Casona” (¿estamos ante otra como la del Fielato que nunca fue fielato?), cuando la realidad es que allí estuvo durante años y años la sede el Gobierno Militar, que es por el nombre que se le conocía y, sin duda, se le seguirá conociendo por mucho empeño que se ponga en llamarlo de otra manera. La realidad es que a todo ello, en conjunto, se le ha conocido siempre por el de Cuartel a secas, término que, por cierto, todavía sigue utilizando un amplio sector de la población cuando habla de él sin posibilidad de inducir a equívoco al interlocutor.

El topónimo de Cuartel de Santa Clara está lo suficientemente arraigado en la ciudadanía soriana hasta el punto que resulta harto difícil olvidarse de él de un día para otro. Pues, a mayor abundamiento, no conviene perder la perspectiva de que el cuartel, en su globalidad, era bastante más que los dos edificios que han pervivido y el remozado en su día que alberga las instalaciones del Instituto de Ciencias de la Salud y eso, no cabe la menor duda, tardará en borrarse de la memoria de quienes lo han conocido y transmitido a las sucesivas generaciones.

Dicho lo que antecede, quede constancia de que no es nuestro propósito entrar en denominaciones y mucho menos en particularidades de lo que fue el recinto en su conjunto, que daría con más que probable seguridad para una tesis doctoral, y sí ofrecer algunos detalles de los edificios a los que nos estamos refiriendo fruto de las vivencias personales por haber permanecido algún tiempo en él.

El que acoge ahora el novedoso Espacio Santa Clara y el del vecino Gobierno Militar los conoció uno de primera mano pues en el ahora rehabilitado estuvo durante un año bien cumplido prestando el Servicio Militar obligatorio como soldado de remplazo, precisamente en una de las pendencias habilitadas próxima al ábside del antiguo templo.   En efecto, en la antigua iglesia, el actual Espacio Santa Clara, estuvieron ubicadas en la parte más alta del inmueble la Caja de Recluta y la Zona de Reclutamiento y Movilización, “La Caja” y “La Zona” en la jerga militar de la época, dos dependencias dotadas de competencias de índole exclusivamente administrativa de la Administración Militar de la época.

De modo que situados en los primeros años sesenta del pasado siglo XX, en la planta baja de aquel infrautilizado y entonces destartalado edificio, al que se accedía desde el patio central del recinto cuartelario, se encontraba nada más entrar, a la izquierda, una pequeña sala que se utilizaba esporádicamente para celebrar las sesiones de la Junta de Clasificación y de manera habitual cada año el Sorteo de Reclutas, el que fijaba el orden y el destino adjudicado para incorporación de los mozos al Servicio Militar, a prestar filas.

Una ancha escalera central de madera conducía a la primera planta, con suelo de tarima, desocupada aquellos años, por más que habilitada eventualmente para cualquier necesidad que pudiera plantearse, como de hecho lo fue en ocasiones para dormitorio de los soldados castigados por cualquier “chorrada”, permítase la expresión, fácilmente imaginable. Y en la planta superior, y última, estaban las oficinas, acondicionadas ad hoc para que se pudiera ejercer en ellas las funciones propias del cometido gestionado por militares profesionales, asistidos por soldados de reemplazo. A la izquierda, en la parte más próxima al ábside, funcionaba la Caja de Recluta, con una sección que tenía a su cargo el reclutamiento de los soldados y de organizar el sorteo de los quintos de aquella «mili», que queda ya tan lejana en el tiempo, y otra llamada Junta de Clasificación y Revisión, cuya tarea era, en síntesis, la de resolver las cuestiones que tuvieran que ver con las incidencias que pudieran plantearse a consecuencia de las alegaciones de los mozos ya “en Caja” antes de que se hiciera un efectiva su incorporación a filas.

En el lado derecho de aquella enorme planta, junto al que fue coro de la iglesia, funcionaba la Zona de Reclutamiento y Movilización, o sea, por decirlo de manera sencilla y que pueda entenderse, donde se llevaba el control del censo de los reservistas una vez cumplido el tiempo de Servicio Militar. Militares profesionales, como en “la Caja”, ayudados por soldados, ocupaban cada mañana las dependencias. Se trataba, en su conjunto, de un espacio con aires de acusada dejadez,  destartalado, interiormente nada llamativo para trabajar a diario y mucho menos funcional que se diría hoy, sobre el que acaso convenga dejar algún otro apunte

LA CÁTEDRA AMBULANTE DE LA SECCIÓN FEMENINA

Autoridades sorianas y la Delegada Nacional de la Sección Femenina, Pilar Primo de Rivera, en la fachada principal del Palacio de los Condes de Gómara (Archivo Histórico Provincial)

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La iniciativa nació con el Movimiento y se acabó con su desaparición. Se habla de las Cátedras Ambulantes, un organismo dependiente de la Sección Femenina que tenía como finalidad desplazarse a los pueblos pequeños para impartir una serie de enseñanzas como por ejemplo corte y confección, labores, puericultura, formación política y otras del más variado contenido, no faltando las charlas de índole religiosa; paralelamente se realizaban tareas sanitarias y asistenciales del mismo modo que otras de cariz político. El objetivo era trasladar el mensaje de la ciudad al campo y ofrecer un conjunto integral de conocimientos a sus moradores. Las Cátedras Ambulantes estuvieron  destinadas, en principio, esencialmente a las mujeres aunque bien es cierto que con el transcurrir del tiempo terminaron las enseñanzas acabaron extendiéndose a la totalidad del vecindario, incluidos los niños.

En la provincia de Soria estuvo funcionando una de estas Cátedras Ambulantes. El estreno tuvo lugar en el mes de octubre de 1955 en Arcos de Jalón. Casi una década después de que se pusiera en funcionamiento se materializó la entrega del “remolque-vivienda” que la Diputación Provincial donó a la Delegación Provincial de la Sección Femenina “como agradecimiento a la eficaz labor cultural que la misma desarrolla en los pueblos sorianos por medio de sus Cátedras Ambulantes”, señaló el trisemanario local Campo Soriano en la información acerca del desarrollo del acto que ofreció en primera página. La celebración que estuvo revestida de la pompa propia del momento pues no en balde iba a suponer además una de las primeras apariciones públicas del nuevo Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento, Antonio Fernández-Pacheco, que acababa de tomar posesión del cargo. Pues, efectivamente, la entrega del vehículo tenía lugar el miércoles 18 de septiembre de 1963 y el poncio se había incorporado al despacho en los primeros días del mes de marzo. Por ello, la entrega del novedoso carruaje no era cuestión de despacharla de cualquier manera. De manera que se habilitó la fachada principal del Palacio de los Condes de Gómara como escenario en el que el vicepresidente de la Diputación Provincial, Agustín Pérez Tomás, se encargó de oficializar la donación de lo que en realidad era lo más parecido a una de las actuales caravanas campistas. Con este motivo se desplazó a Soria la delegada nacional de la Sección Femenina, Pilar Primo de Rivera. En el Gobierno Civil fue cumplimentada por la primera autoridad provincial, el Gobernador Fernández-Pacheco. Poco después, la delegada nacional, acompañada de las autoridades, se trasladó al palacio de los Condes de Gómara, donde se hallaba aparcado el remolque-vivienda. Allí la esperaban el representante de la Diputación, mandos de la Sección Femenina, el abad de la concatedral y miembros del Ayuntamiento de la ciudad, de la Diputación Provincial, del Consejo Provincial de la Falange y de otras entidades y corporaciones. Tras la presentación de la delegada nacional a las autoridades, el sacerdote Miguel Abad Jorge, bendijo el “magnífico vehículo”. Finalizado el acto litúrgico llegó el turno de las intervenciones. Pérez Tomás, en nombre de la Diputación, subrayó la “excepcional labor docente y humana que realiza la Sección Femenina, labor –añadió-  que como prueba de agradecimiento tiene bien merecido el obsequio de la Corporación Provincial”. Pilar Primo de Rivera “manifestó [por boca del Gobernador] la emocionada gratitud de la Sección Femenina por la delicadeza de la Diputación Provincial, destacando al propio tiempo la meritísima labor que las Cátedras Ambulantes. Una celebración breve, por más que cargada de simbolismo, que se dio por terminada con la entrega de la caravana, que, curiosamente, al cabo de los años, cuando había dejado de cumplir la función para la que había sido acondicionada y corrían otros tiempos, políticamente hablando, pudo verse abandonada, o al menos sin uso alguno que se sepa, en medio de un paraje agrícola, en las afueras de la ciudad, muy cerca de la Barriada, en la que por cierto estuvo una temporada funcionando, hasta que un buen día desapareció de allí.

… LA NOCHEBUENA SE VA

Belén gigante instalado en la fachada de la Diputación Provincial tomada el 5 de enero de 1963 (Julián de la Llana)

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La última noche del año, la de San Silvestre, es posiblemente la que más se ha visto afectada por los nuevos hábitos adquiridos por la sociedad. En los años cuarenta y cincuenta la Nochevieja ya se celebraba en la calle pero no de manera tan multitudinaria como ahora, aunque la costumbre de tomar las uvas en la Plaza Mayor nunca estuvo arraigada en la sociedad soriana. El hábito era, como en Nochebuena, cenar en familia, y luego a la misa de gallo los menos- o al baile en cualquiera de los casinos, a los que en alguna ocasión hubo que añadir el propio del Club Deportivo Numancia, que también tuvo el suyo, y el que programaba la empresa del Teatro Cine Avenida para despedir el año. El día de Año Nuevo era uno más de fiesta, sin ninguna celebración especial, a no ser que hubiera partido del Numancia en el viejo San Andrés. Se comía también en casa. Pero vamos, las navidades excepto para los más pequeños podían darse por concluidas, a falta del baile de la noche de Reyes.

De modo que la cabalgata de Reyes era el único acto popular propiamente dicho. Pero no todos los años había. La organización y su desarrollo respondían básicamente a criterios muy semejantes sino idénticos a los de hoy. La montaba el Frente de Juventudes y eran sus jefecillos y afiliados los que encarnaban las figuras de los Magos, aunque la realidad era tozuda y hasta los más niños terminaban sabiendo aquella misma tarde quiénes eran los que encarnaban  a los Reyes y, por supuesto, toda su corte.

El desfile de la cabalgata arrancaba en los Cocherones de Obras Públicas, aquella vieja y cochambrosa edificación que había en el solar en que se encuentra la Estación de Autobuses, en el punto más alejado del centro urbano, lugar ciertamente aparente por lo espacioso para esta finalidad, que por unas horas se convertía en residencia “Real”.

Desde allí, enfilaba la avenida de Valladolid abajo hasta la plaza de Mariano Granados, continuaba por Marqués del Vadillo y el Collado para llegar al Palacio de la Diputación Provincial donde Sus Majestades recibían a los niños de Soria, en tiempos en que la casa consistorial no reunía condiciones. En todo caso, la verdadera recepción tenía lugar la mañana del día de Reyes, en la que cada crío que recibían los Magos salía de allí más contento que unas pascuas con el juguete que le entregaban personalmente los enviados reales, pues solía darse el caso, desgraciadamente frecuente, de que por su casa hubieran pasado de largo. Aunque para asistir a la recepción y tener derecho al juguete había que proveerse previamente del vale o tarjeta que se facilitaba gratuitamente en las oficinas de la Falange o de algún otro organismo del Movimiento, acaso Auxilio Social, que estaban casi al final de la calle Numancia, en la parte más alta junto a la plazuela de La Blanca, que es lo que había que presentar para recibir el obsequio. En años de penurias y escasez, las colas que se formaban para retirar el regalo –se repartían más de dos mil, “regalados por el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento”, según el oficialismo de la época- eran enormes, llegando a alcanzar varios centenares de metros. De ahí, que la recepción llegara a celebrarse en alguna ocasión en el desaparecido cine Ideal y la mayoría de las veces en el hogar del Frente de Juventudes de la planta baja del Palacio de los Condes de Gómara, que resultaba más idóneo para evitar que la aglomeración que se producía cada seis de enero no tuviera mayores consecuencias y pudiera derivar en un caos.

La cabalgata, en fin, por qué ocultarlo, no estaba nada mal, o al menos esa es la impresión que quedó, al contrario satisfacía con creces la ilusión de chicos y por qué no también de los grandes en tiempos en que no podía verse por televisión porque no había, y los aparatos de radio escaseaban.

Y aunque quizá pueda resultar paradójico, en tiempos en que todavía funcionaba el ferrocarril, los Reyes pocas veces llegaron a Soria en tren. Y cuando así ocurrió, ya en la recta que condujo a su desaparición, fue cubriendo el trayecto entre la Venta de Valcorba, en las proximidades del matadero municipal a la salida hacia Zaragoza, y la estación del Cañuelo. La costumbre más reciente era hacerlo a caballo, que no dejaba de ser un lujo. Algo, por otra parte, relativamente de lo más natural cuando coincidió con la época en que hubo guarnición aquí.