Procesión de las Siete Palabras la mañana del Viernes Santo en la plaza de Herradores (Archivo Histórico Provincial. Fondo Lafuente Caloto).
—–
El Domingo de Ramos se vivía en Soria con especial solemnidad. Luego se producía un parón hasta el día de Jueves Santo que era cuando en realidad comenzaba la, por otra parte, breve Semana Santa que marcó una época.
Entonces las celebraciones de precepto de Jueves Santo, que básicamente consistían en la Misa solemne y procesión al Monumento, tenían lugar por la mañana. Por la tarde, el Lavatorio y el Sermón de Mandato seguidos de las Tinieblas en la Colegiata, ahora Concatedral de San Pedro, y este último oficio también en algunas parroquias y templos de la ciudad, además de la procesión del silencio que salía al anochecer de Santo Domingo para unirse en Marqués del Vadillo con la de la Bajada de la Virgen de la Soledad, que simultáneamente lo hacía de su ermita. No obstante la actividad vespertina se centraba en la visita a los monumentos que solían llevar a cabo las primeras autoridades provinciales con el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento al frente y el Ayuntamiento de Soria presidido por su Alcalde. También recorrían las Estaciones, en formación, las Fuerzas de la Guardia Civil, Policía Armada y de Tráfico y Guardia Municipal. Y para que no faltase el sentido tradicional en la fiesta del Jueves Santo, un gran número de señoritas sorianas, tenían por costumbre hacer la visita a los Sagrarios, realzando su típica belleza, con la clásica mantilla española, uno de los contados días del año que se utilizaba esta prenda tan tradicional.
El Viernes Santo tenía como acto central la procesión de la tarde, la del Santo Entierro, luego del oficio de tinieblas y el Sermón de la Soledad. La mañana estaba dedicada a las celebraciones propias en cada una de las iglesias, es decir, al Sermón de Pasión y al Vía-Crucis solemne en los Franciscanos.
Aquellos años, la cofradía del Santo Entierro era la única que existía y la encargada de organizar la Procesión General del Viernes Santo. El itinerario que recorría la comitiva era muy similar al de ahora, aunque es cierto que desfilaban bastantes menos pasos –las cofradías, tal como las conocemos, se encontraban en una fase incipiente- pero a cambio salían caracterizados, a modo de figurantes, un sinfín de personajes del Antiguo y Nuevo Testamento y del mundo romano que no tardaron mucho en desaparecer del cortejo procesional, cuando su desarrollo se acomodó a la nueva liturgia, en el que no faltaban las figuras representativas de las 12 tribus. El cortejo lo integraban “seis pasos”, según el siguiente orden: “1º la Oración del Huerto. 2º Cristo atado a la Columna. 3º El Nazareno. 4º La Caída. 5º Santo Sepulcro, y 6º La Soledad”.
Eso sí, la procesión la presidían, como no podía ser de otro modo, los Gobernadores civil y militar, el Alcalde de Soria, el. Delegado de Hacienda, Presidente de la Diputación Provincial y el Subjefe Provincial del Movimiento como asimismo y también figuraban las Corporaciones municipal y provincial, bajo mazas, autoridades civiles y militares, jerarquías, representaciones de los centros oficiales, organismos y entidades de la capital, así como asociaciones y congregaciones religiosas y numerosos fieles. Era costumbre que cerrara la comitiva la Banda Municipal, aunque mientras permaneció en Soria lo hizo una compañía del Batallón de Minadores de guarnición en la plaza, con banda de cornetas y tambores, en cuyo caso la agrupación soriana lo hacía en el centro del cortejo. Y en el trayecto, cantaba diversas composiciones litúrgicas el coro de niños de la Casa de Observación de Menores, dirigido por su director, el Reverendo don Demetrio Gómez Aguilar (don Demetrio a secas para los sorianos de la época), en tanto que edificios públicos y muchos particulares ofrecían una iluminación especial.
Por fin, el Sábado de Gloria –ahora, Sábado Santo- a primera hora de la mañana tenía lugar en cada una de las parroquias de la ciudad la “bendición del fuego y de la Pila, Letanías y Misa solemne”, que en la práctica se reducían a la vieja costumbre que tenían las amas de casa de acudir a recoger el agua previamente bendecida con la que más tarde rociaban los diversos rincones de la casa, rememorando así una tradición heredada. Al mediodía sonaban las campanas de todas las iglesias de la ciudad anunciando la Resurrección, y aunque por la tarde aún había cultos programados, la realidad es que la Semana Santa como tal podía darse por terminada, por más que el domingo hubiera todavía misa solemne con sermón en la Iglesia Colegial de San Pedro, a la que ya sin la prohibición del Gobernador de todos los espectáculos públicos sin más excepciones que algún concierto sacro u otros de índole análoga solía seguir un concierto de la banda municipal de música en cualquiera de las plazas céntricas de la ciudad e incluso por la tarde bien partido de Liga del Numancia o un Campeonato de Baloncesto de la Sección Femenina en el Campo de Deportes de Educación y Descanso, que venían a poner el carácter lúdico de estos días, en los que, con la salvedad de las celebraciones religiosas, había estado paralizada la vida de la ciudad.