Paraje de la Sequilla con la central eléctrica, que quedó anegada a mediados de los años sesenta por el embalse de Los Rábanos (Archivo Histórico Provincial)
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Para los sorianos, las fiestas de San Juan, siempre han marcado un antes y un después. En tiempos, mucho más que hoy, el “martes a escuela” venía a suponer de hecho el arranque de la temporada estival y la ciudad parecía desperezarse del letargo invernal. De ahí que en verano, «ir de campo» fuera durante muchos años una expresión de lo más corriente en el lenguaje coloquial de la sociedad soriana de la posguerra.
Siendo como era la jornada laboral bastante más larga que la de hoy, sin fines de semana ni cosa que se le pareciera, pues los sábados por la tarde eran hábiles e incluso algunos establecimientos del ramo de la alimentación abrían los domingos por la mañana, el asueto quedaba reducido a los domingos y «fiestas de guardar», que sí que se respetaban. Y se aprovechaban para «ir de campo».
Al campo iban grupos de amigos, normalmente solo de hombres ya adultos, pues rara vez les solían acompañar mujeres y, desde luego, nunca estas solas, pero sobre todo familias y en fechas tan señaladas como el dieciocho de julio (día de la Fiesta Nacional) y alguna otra, por ejemplo, los dueños de los comercios y de las pequeñas empresas con sus asalariados, a los que tenían por costumbre invitar coincidiendo con el abono de la paga extraordinaria establecida por el Régimen.
Aquellos años los desplazamientos para pasar un día de campo eran bastante más cortos. Lo habitual era bajar al Perejinal o al Soto Playa, antes de la remodelación que llevó a cabo la Obra Sindical Educación y Descanso, hasta que con el paso del tiempo y por la inutilidad de la instalación, derivó en el estado ruinoso que hemos conocido hasta hace unos meses, si es que no se quería salir de la ciudad.
El Perejinal, con algunas zonas de baño en su entorno, como el Peñón y Peñamala, entre otras, era muy visitado; contaba además con el aliciente añadido de estar garantizada la captura, a mano, de los riquísimos cangrejos con que aderezar la obligada paella dominguera.
El Soto Playa, algo más cerca de la ciudad, siempre tuvo el inconveniente de la cloaca existente unos metros aguas arriba del puente de hierro, donde hasta no hace muchos años se ha podido constatar la presencia de pescadores en busca de cebo en época de la desveda.
La construcción de la presa del embalse de Los Rábanos terminó con uno de los parajes más entrañables del Duero a su paso por Soria, convirtiendo la zona de baño en un foco de porquería, sin que la depuradora construida años más tarde en las inmediaciones de La Rumba, cuyas bondades quiso vender la Administración desde un oficialismo caduco, viniera a resolver un problema que sigue estando ahí y no tiene visos de solución a corto ni siquiera a medio plazo.
Fuera de la ciudad, Maltoso y La Sequilla, aguas abajo del Duero, en las proximidades de Valhondo, eran otros de los lugares elegidos por los sorianos para sus excursiones domingueras y festivas del verano. El desplazamiento sobre todo a La Sequilla era más largo pero contaba con el encanto especial del río y la presa de la central eléctrica y, sobre todo, con sus escarpados alrededores, muy atractivos para romper con la rutina diaria.
Y, ya, sin otra solución que hacer uso del transporte público, era frecuente «ir de campo» a Garray o Martialay. Si el lugar elegido era el primero, lo normal era hacer el viaje de ida en el autobús que hacía el servicio regular entre Soria y Calahorra, que salía hacia las diez y media de la mañana, y la vuelta andando por el camino romano, ante la imposibilidad de combinar la hora de regreso con la del coche de línea que lo hacía a media tarde.
En la localidad garreña el lugar elegido era la pradera existente aguas abajo del puente en la mismísima falda del cerro de La Muela, donde tampoco entrañaba demasiada dificultad la captura a mano de algunos de los abundantes cangrejos autóctonos que poblaban los ríos que discurren por el término municipal, sobre todo el Merdancho.
Para ir a Martialay había que tomar el tren. El que iba a Calatayud. Solían viajar en él, además de los ocasionales domingueros, cargados de mil cosas, grupos de cazadores que en la época de la desveda de la codorniz acudían al Campo de Gómara y a pueblos de más allá incluso. Salía de Soria no mucho más tarde de las seis de la mañana. De manera que en media hora se estaba en el lugar de destino y con todo el día por delante, había tiempo para poner unas varetas con liga para los pájaros y realizar las más variadas actividades que ayudaban a hacer amena la jornada. El regreso se hacía también en tren, en él volvían los cazadores contando con el detalle y la fantasía de siempre las peripecias del día. Alrededor de las diez de la noche, el tren estaba en el andén de la estación después de haber pasado una jornada inolvidable