Tertulia en la conocida como terrazas del «orejas» con Julián Marías en el centro; a su derecha, su mujer, Lolita Franco; y a su izquierda Heliodoro Carpintero y Ricardo de Apraiz (colección de Joaquín Alcalde)
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Ahora se lleva mucho lo de los cursos o universidades de verano. Soria no es una excepción. Durante muchos años la pauta la estuvo marcando la Casa de Cultura que desarrollaba una actividad frenética con una densa programación regular ante la falta de una oferta lo suficientemente atractiva.
No obstante, en medio de aquel dinamismo rutinario se desarrollaba en Soria un programa verdaderamente atractivo y novedoso, que no era otro que el Curso de Estudios Hispánicos, o lo que es lo mismo, lo más parecido a los actuales Cursos de Verano. La organización corría de cuenta del Centro de Estudios Sorianos pero en el fondo resaltaba, entre todas, la figura del filósofo Julián Marías, que aquella época pasaba los veranos en Soria con su familia.
Los Cursos Internacionales de Verano se celebraron seis años, entre 1972 y 1977, pero tuvieron su germen en 1970, al cumplirse el aniversario de la muerte de los hermanos Bécquer, recordó José Antonio Pérez Rioja, director de la Casa de Cultura y secretario de los Cursos, curiosamente tras la clausura de la última de las ediciones celebradas.
El filósofo Julián Marías recordaba estos Cursos con frecuencia. “Desde 1972 hasta 1977 –decía- dirigí unos extraños Cursos de Estudios Hispánicos en Soria. Luego se verá por qué los llamo “extraños”, añadía. “Heliodoro Carpintero, José Antonio Pérez-Rioja y otros amigos me propusieron organizar en verano un curso al que se admitirían españoles y extranjeros. Todo privado, modestísimo, de pequeño volumen. Otros amigos, D. Clemente Sáenz y sus hijos, Pepe Tudela y Teógenes Ortego, sintieron entusiasmo por la idea. Nos lanzamos a ello resueltamente. Los cursos- siguiendo a Julián Marías- se daban en la Casa de Cultura, muy bien instalada sobre la Dehesa; tenía aulas, una estimable biblioteca y un magnífico salón de conferencias”.
Las clases tenían lugar por la mañana todos los días laborales de la semana, excepto los sábados, que los dedicaban a realizar excursiones a la provincia y, en algunos casos, fuera de ella. Pero lo más importante eran las tertulias, porque al término de la jornada matinal estudiantes y profesores se reunían en la Dehesa, “a tomar una cerveza, un vino o un café”; y lo mismo “a la hora del café”, en la que se hablaba de todo.
En el transcurso de aquellos seis años estuvieron pasando por los Cursos Internacionales de Verano estudiantes franceses, ingleses, norteamericanos, algún danés, varios holandeses, pero sobre todo suecos, además de una larga nómina de intelectuales de la talla de Enrique Lafuente Ferrari, Rafael Lapesa, Manuel de Terán, Carmen Martín Gaite, Pedro Laín Entralgo, Fernando Chueca Goitia y Miguel Delibes –entre otros-, que curiosamente fue la figura invitada de la última edición celebrada.
Sin embargo no fueron únicamente los Cursos de Estudios Hispánicos los que tenían lugar en Soria durante los meses de verano de la época porque simultáneamente comenzaron a impartirse otros organizados por el Instituto de Verano de la Universidad del Norte de Iowa. En este caso los responsables de la organización eran el catedrático y profesor de la universidad norteamericana, Adolfo Franco, un exiliado cubano; el igualmente catedrático de literatura y director del Instituto Castilla, Félix Herrero, además del también catedrático y director del Instituto Antonio Machado, el profesor Octavio Nieto, pues en sus instalaciones, y en concreto en el aula que lleva por nombre el del poeta de la generación del 98, tenían lugar las sesiones lectivas, aunque más tarde y por dificultades sobrevenidas tuvieron que trasladarlos al Colegio Menor [el de los chicos] y con posterioridad a la Delegación de Cultura en la calle Campo hasta que mediada la década de los noventa terminaron en la universidad de Santiago de Compostela, porque allí “les ofrecieron todo” recordaba con amargura algún tiempo después Félix Herrero, uno de los responsables.
La elección de Soria no fue casual. Se quería una ciudad que no fuese grande y en la que, por supuesto, se hablase un castellano puro; como tampoco se decidió de manera aleatoria el Instituto Antonio Machado, manifestó reiteradamente el profesor Franco. Todo ello para que los asistentes, profesores de español en los Estados Unidos, pudieran mejorar sus conocimientos y enriquecer el aula de sus estudiantes la Universidad del Norte de Iowa.
De manera que durante bastantes años –desde mediados de junio hasta finales del mes de julio- se estuvieron impartiendo las clases lectivas, que en realidad eran una convivencia entre alumnos, profesores y gente de la calle pues además de vivir con familias sorianas realizaban excursiones a la provincia, que conocieron palmo a palmo, convocaban a personalidades de los diferentes ámbitos de la sociedad soriana en el espacio llamado “Debate”, del que sin duda por su singularidad se recuerda especialmente la mañana en la que ante el asombro de todos se presentó en el aula el torero soriano José Luis Palomar con todos los útiles de torear, vestido con el traje de luces, sin que faltara la acostumbrada excursión a la Laguna Negra y la velada del Monte de las Ánimas a las doce de la noche de uno de los últimos días de cada mes de julio, citas que terminaron oficializándose.