En la plaza de San Esteban hubo un tiempo en la que se instalaron las tómbolas benéficas que llegaban a la ciudad (Archivo Histórico Provincial)
_____
A menudo se escucha en conversaciones de barra de bar y puede leerse cada vez más en la red, sobre todo en páginas de contenido soriano, comentarios sobre infinidad de historias de tiempos pasados relacionadas con la vida cotidiana de la ciudad. Se trataba, por lo general, de cuestiones de índole menor que se diría hoy que venían a marcar el eje de la actualidad y en último término a derivar en la rutina. En medio de la tradicional y consabida atonía surgía de vez en cuando algún hecho pudiera decirse extraordinario. Uno de ellos, qué duda cabe, eran las tómbolas, figura entrañable y típica.
Las tómbolas se instalaban en la ciudad en fechas señaladas. Lo habitual es que aparecieran y se establecieran aquí en la feria de septiembre (a mediados), a veces durante las fiestas de Navidad, en fechas próximas al Pilar, en ocasiones, en verano, y puede que en alguna otra asimismo fecha estratégica. Las tómbolas no siempre tuvieron el mismo emplazamiento porque si bien el Ayuntamiento comenzó a ubicarlas en la entonces recién remodelada plaza de San Esteban, las necesidades de la ciudad aconsejaron el traslado algún tiempo después a la de Ramón Benito Aceña (Herradores) cuando la actividad comercial, y no la de la hostelería y del alterne como sucede ahora, era la que mandaba, para terminar en el paseo del Espolón, entre el edificio de Correos y Telégrafos y la entrada al Museo Numantino. Lo que está claro es que el público, tanto da el emplazamiento, acudía a presenciar el espectáculo gratuito que se le ofrecía a diario. Porque la tómbola revestía la actividad comercial que desarrollaba con el manto protector de un fin benéfico, quizá por imperativo de la legalidad del momento. De esta manera acaso pueda entenderse mejor que se presentara al cobijo de entidades sin ánimo de lucro, unas veces bajo del paraguas del Club Deportivo Numancia cuando no como “Tómbola de Caridad”, en favor de Cáritas Diocesana para ayudar a los más necesitados, o bien del Patronato San Saturio para la construcción de viviendas. Se trataba, por encima de todo, de un acontecimiento social, muy bien respaldado por los sorianos que cada día solían acudir en familia a presenciar el pudiera decirse espectáculo gratuito que se les ofrecía. Las horas de funcionamiento eran las habituales pero el momento estelar solía producirse por la noche –poco antes de la cena- que es cuando se sorteaban los regalos más llamativos como pudieran ser un aparato de radio Philpis con tocadiscos y una máquina de coser Werteim que en aquellos años no estaba al alcance de todos, si es que no una moto Vespa que tampoco era fácil conseguir. En todo caso, el regalo estrella, y por consiguiente el que más público congregaba, era el “Cajón sorpresa”, todo un acontecimiento que no se perdía nadie. En el ”Cajón sorpresa” –una gran caja de madera de las que utilizaban los jueves para transportar los cochinos que se compraban en el mercado- se metían, por lo general, los regalos con mayor tirón, aunque en alguna ocasión también hubo sorpresas y alguna mayúscula como la de aquella recordada tarde/noche, con la plaza de Herradores abarrotada, cuando al abrir el ”Cajón sorpresa”, bajado mediante una polea desde lo alto de la tómbola para que se viera bien, apareció, ante el estupor generalizado, el popular y conocido limpiabotas Manolete que tenía su centro de operaciones en la llamada durante algún tiempo acera ancha, o sea, en el tramo de la calle Marqués del Vadillo que se correspondía con la plaza de Mariano Granados, eso sí, portando una nota con los regalos que correspondían al boleto premiado.