La conocida por los sorianos como «casa del ascensor» (Alberto Arribas)
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Terminada la guerra civil, la ciudad trataba de desperezarse del ambiente rural que le atenazaba para incorporarse a la modernidad de lo urbano. Por el sur, terminaba en la Estación Vieja, que en la práctica era el arrabal
La Avenida de Mariano Vicén conocida entonces, de hecho lo era, como la carretera de Madrid, no dejaba de ser poco más que un solar y, desde luego, en nada se parecía a la actual. Al final de ella, bajando a la Rumba, estaba el Ventorro, taberna típica donde las hubiera y uno de los pocos sitios si no el único en que se jugaba a la rana además de lugar de parada obligada de los ferroviarios que tenían su centro de trabajo en la estación del Cañuelo, que entonces estaba a pleno funcionamiento; un poco más allá el paso a nivel con tantos y tantos recuerdos, y pegadito a él las casetas o barracones prefabricados de Explotaciones Forestales, que ocupaban la práctica totalidad de la moderna calle Almazán.
La entrada a Soria por la carretera de Madrid, con la remodelación impuesta por la demolición de la Estación de San Francisco era básicamente la de ahora. De tal manera, que sin apenas haberse dado uno cuenta se había plantado en la actual Plaza de Mariano Granados, en el centro de la ciudad. La que se conocía y sigue conociéndose como Avenida de Navarra tampoco tenía nada que ver con la que conocemos hoy. Porque en la parte derecha, según se entra a la ciudad, no había más edificio que el último, el más próximo a la plaza de los Jurados, que básicamente se conserva tal cual; el resto de la manzana era una cerrada. Y por la izquierda, siempre viniendo hacia el centro, otro único edificio –el resto del solar estaba cercado por una empalizada del tipo de las utilizadas por la Renfe para acotar zonas próximas al ferrocarril-, también el último en la misma mano, justo enfrente del que acaba de señalarse, que era uno de los más singulares de la Soria de principio de los años cuarenta, sino el que más, y puede que aún hoy siga conservando las señas de identidad de la arquitectura urbana de entonces, con fachada igualmente a la calle de Medinaceli. Probablemente el edificio más alto de la ciudad.
El inmueble, construido en la década de los treinta a partir del proyecto del arquitecto municipal Ramón Martiarena, no interesa demasiado a los efectos que se trae a colación aquí, por más que tuviera ya unos años y estuviera destinado preferentemente a viviendas de gentes acomodadas y de algún funcionario público de las escalas superiores, aunque no faltaran dependencias de la Administración como el Servicio Nacional del Trigo y el Servicio Pecuario, y puede que alguna otra. En todo caso el elemento anecdótico, por lo novedoso, lo constituía la aparición por primera vez en la ciudad del ascensor, que esta casa ya incorpora, según recoge la doctora Carrasco en su publicación “Arquitectura y Urbanismo en la Ciudad de Soria. 1876-1936”.
Porque, en efecto, fue precisamente el ascensor el que sirvió para dar nombre popular al inmueble, de gran valor expresivo, de tal manera que las generaciones de mayores siguen conociéndole y llamándole así, la casa del ascensor, el único que disponía de este aparato elevador de uso tan generalizado e imprescindible en la actualidad. El entonces novedoso aparato subía y bajaba aprovechando el hueco de la escalera. Pero acaso la particularidad más notable, o al menos la que más llamaba la atención, era contemplar por la parte posterior del edificio, entonces sin construcción alguna que lo impidiera, el desplazamiento cadencioso del contrapeso que subía y bajaba cuando el ascensor estaba en funcionamiento. Era, por lo visto, el último grito de aquellos años.