Los toros de la Saca a su paso por las inmediaciones de la Barriada en una imagen de finales de los años ochenta (Mari Carmen Sánchez)
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Se ha dicho con reiteración que en Valonsadero llegó a haber hasta quince ganaderías de reses bravas, que según han escrito y documentado sucesivos autores fueron desapareciendo hacia 1930, o al menos perdiendo la relevancia que tuvieron.
A mayor abundamiento, algún estudioso ha contado que ya un par de años antes –esto es, en 1928- el ayuntamiento de Soria acordó que los novillos de las fiestas de San Juan se compraran fuera, aunque ello no fue obstáculo para que los pocos ganaderos sorianos que aún quedaban siguieran vendiendo sus reses a algunas cuadrillas para la lidia del Viernes de Toros.
En cualquier caso es cierto, al menos como se ha dejado constancia y transmitido, que cuando Félix Gonzalo, El Felindrón, fue jurado de la cuadrilla de El Salvador en 1954 eligió para ella un toro de color jardo (pelo blanco con manchas irregulares de color negro) de su propia ganadería de Valonsadero, y que en 1958 salió del monte comunal el último, perteneciente a la manada de los hermanos Rupérez, Los Verguilla, de gran tradición sanjuanera y de manera especial en el festejo de La Saca, del que fueron muchos años los responsables de traerla.
A partir de entonces, sí puede hablarse con rotundidad que los astados corridos en la doble y maratoniana sesión del Viernes han sido de ganaderías foráneas. Aunque cabría hacer una precisión. Y no es otra sino que ya en el actual siglo XXI las reses pertenecieron varios años a la vacada de un ilustre soriano residente en la localidad jiennense de Linares, Agustín Sánchez El Guti, médico de profesión, novillero con cartel en la provincia en sus años de juventud, y excelente aficionado, al que se le solía seguir viendo con frecuencia por aquí, no sólo durante la temporada taurina y de manera especial el Viernes de Toros sino en cualquier época del año, porque jamás perdió su vinculación con su tierra. Al contrario, frecuentaba círculos y tertulias que le permitían mantener vivo su vínculo de sorianidad de la que hacía gala y no se recataba pregonar.