El paseo del Espolón con el despropósito de la casa conocida como del Odoricio por los sorianos de la época.
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La ciudad de Soria –nuestra ciudad- ha sufrido en los últimos setenta (casi ochenta) años, es decir, a partir del final de la Guerra Civil, un proceso de cambio de tal naturaleza que hoy, a poco que se rebobine la película imaginaria del recuerdo, resulta irreconocible aunque, en lo estético, haya sido a costa de infinidad de desmanes y actuaciones jamás comprendidas, por mucho empeño que se haya puesto en justificarlas, fundamentalmente en materia de urbanismo, que es lo que ha primado este largo periodo tanto da por acción como por omisión.
Por eso cuando se habla de la nueva ciudad que nos ha llegado irremediablemente se acude, la mayoría de las veces, a la serie continuada de desatinos, despropósitos, disparates, barbaridades… (cada cual que le ponga el calificativo que mejor le venga en gana) que no sólo no ha habido medio de frenar sino que por el contrario continúan cometiéndose al amparo de la legalidad vigente en cada momento. Y se citan, no sólo sin el menor esfuerzo sino de carrerilla y lejos de la pretensión de ser exhaustivos, tanto la demolición en el ecuador de la década de los cincuenta de la iglesia de San Clemente como la construcción en el solar que ocupaba ésta del edificio de la Telefónica, desde hace años desocupado y de propiedad privada; la conocida como la Casa del Odoricio en el paseo del Espolón, que se levantó a mediados de los años sesenta y dio que hablar lo suyo; el mismísimo (el primer) Parador de Turismo, que data de la misma época, después de que se desechara el proyecto inicial que pasaba por erigirlo en parte de la antigua Huerta de San Francisco, junto a la Dehesa, y por supuesto la más reciente remodelación, en realidad un edificio nuevo, de la que nadie dijo absolutamente nada. Y por qué no, la avenida de Valladolid y las callejuelas laterales, más que calles, que parten de ella, sobre todo en el primer tramo, es decir, el que arranca del final del Paseo del Espolón y termina en la Estación de Autobuses.
Pero el listado, lejos de agotarse, da bastante más de sí. Para muestra baste el ejemplo de la desocupada mole de La Caja, en el mismísimo centro de la ciudad, en torno a la cual en su día –años sesenta y tantos- tampoco hubo nadie que levantara la voz; si es que no el primer Edificio Administrativo de Usos Múltiples, conocido con su buena dosis de mala leche como la colmena, que construyó la Administración del Estado en el recién urbanizado Polígono de la Estación Vieja en los setenta para instalar en él sus dependencias, y al cabo de los años –y no sin la recordada refriega con el ayuntamiento- demolió la Junta de Castilla y León tras serle transferido para levantar en su lugar otro evidentemente más moderno, pero sobre todo funcional, que, en esta ocasión sí, fue contestado aunque con infructuosa insistencia.