El polígono de la calle del Campo recién urbanizado, en una imagen de finales de los años cuarenta del pasado siglo XX (Archivo Histórico Provincial)
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No faltan autores que han estudiado en profundidad algo tan elemental como los juegos populares de esta tierra y han tenido el buen criterio de plasmar los resultados de su trabajo tanto en libros como en publicaciones especializadas.
En esta línea de divulgación de lo autóctono no estará de más hacer referencia a algunos de los juegos populares que centraban la atención en la época que aun siendo conocidos merecen que se haga una referencia siquiera sucinta, conscientes de que, con toda seguridad, pueden producirse omisiones.
Al juego del guá o las canicas, en la capital los chavales de la época lo conocían y denominaban como de las bolas. La expresión más frecuentemente usada por los chicos de aquellos años era la de «jugar a las bolas». En Soria capital se practicaba en todos los barrios. Las bolas por lo general eran de barro -las de acero procedían normalmente de cojinetes en desuso y en lógica consecuencia no eran las que más se utilizaban-, solían ser también de piedra -de tamaño ligeramente más pequeño que aquéllas- pintadas de colores y más caras en el mercado, y en menor medida de cristal, que solían proceder de las botellas de gaseosa grandes, las de litro, que entonces las llevaban incorporadas en la parte superior, en el cuello para entendernos, con lo que lógicamente había que romper previamente el recipiente, que no era lo corriente habida las penurias de la época.
El juego de las bolas tenía varias modalidades. El más atrayente para los chicos era el del oillo entre otras razones porque era el más dinámico en su desarrollo y el que permitía concitar un mayor número de participantes. Desde una distancia previamente determinada se lanzaban a un pequeño hoyo cavado en la tierra, el oillo, generalmente ocho al mismo tiempo; según entraran más o menos, se ganaba o se perdía. Otra modalidad, cuyo nombre variaba según el barrio, consistía en jugar con una sola bola que impulsada con el dedo pulgar tenía que ir de junta a junta bien de los adoquines de las aceras de las entonces calles vacías de coches bien de las anchas escaleras de acceso a algunas viviendas de las clases más consideradas. Aceras, había sobre todo una al final de la calle de la Tejera subiendo desde la del Campo, en la zona más próxima a la iglesia de Santo Domingo, que era las más solicitada, sin duda porque reunía unas características idóneas, a modo de pequeña escalinata, para la práctica de esta segunda variante que se comenta. Seguiremos.