El antiguo convento de San Agustín con la ventana alargada a la izquierda, donde estuvo el verdadero fielato.
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Los chavales jugaban también a las chapas, no al pasatiempo que pese a estar prohibido no dejó de practicarse y al que nos referiremos más adelante, sino a otro infantil que servía de entretenimiento a los chicos utilizando los tapones de las botellas de refrescos y estampas de jugadores de fútbol. En realidad y para evitar cualquier connotación malévola con el otro, el prohibido, se le conoció siempre como el juego de los platillos. Y mucho antes que con las fotos de los futbolistas, los chicos de la posguerra lo hicieron con las de los ciclistas, de tal manera que en las uniones de los canalones de desagüe de los tejados de las casas modelaban los cristales que posteriormente darían protección al cromo que se había introducido en la parte del platillo que queda oculta cuando está cumpliendo con su verdadera función que no es otra sino la de cerrar la botella y evitar que el líquido se derrame. Por cierto que el mayor surtido procedía también de las botellas de gaseosa, aunque en este caso de las pequeñas; la Coca-Cola no se conocía y la cerveza envasada, la de botellín, era un lujo.
Bien, pues terminado de confeccionar el platillo, a jugar. A tal fin se pintaban con tiza en el suelo dos líneas semejantes a lo que es una carretera en la que no faltaban curvas pronunciadas, tramos rectos y desde luego puertos de montaña aprovechando el bordillo formado por los adoquines de la acera. Dados los muchos años transcurridos no es tarea fácil recordar los pormenores del juego, únicamente que resultaba ganador el primero en llegar a la meta tras haber cubierto el recorrido y los obstáculos a salvar. Había verdaderos artistas. Y una curiosidad más. Al platillo se le daba una pequeña mano de masilla alrededor del cristal protector, de la que usaban los vidrieros, con el fin de asegurarlo, que tuviera más peso y no quedara al albedrío de cualquier contingencia como pudiera ser una racha de viento que desviara la trayectoria que debía seguir o simplemente la inercia del eventual e improvisado corredor.