Etiqueta de una de las marcas de gaseosas sorianas.
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Ha transcurrido bastante más de medio siglo cuando todavía la circulación de todo tipo de vehículos por el Collado respondía a la más absoluta normalidad, y, en otro ámbito, había quien a título de ejemplo ejercía el oficio de mozo de cuerda –también conocido como de equipajes y maletero-, o lo que es lo mismo, aquellos trabajadores autónomos perfectamente identificados con su boina y la placa que les acreditaba como tales que sin más herramienta que una carretilla de mano aguardaban la llegada de los trenes y de los coches de línea a las distintas paradas, a falta de estación de autobuses, ofreciendo sus servicios para trasladar el equipaje de los viajeros hasta su lugar de destino en la ciudad y, en general, de los bultos que le pudiera encargar cualquier empresa o particular. En esta última ocupación no les faltaban ciertamente competidores pues sobre todo al transporte de mercancías se dedicaban otros profesionales utilizando vehículos diferentes y de mayor capacidad como los carros tirados por mulas o pequeñas camionetas; la propia compañía estatal ferroviaria, la Renfe, contaba con el servicio de puerta a puerta que prestaba a través del llamado Despacho Central con sede en la plaza del Olivo y con anterioridad en el Collado y en uno de los bajos del Palacio de los Condes de Gómara. Idéntica o muy parecida percepción se tiene si se observa el paso de los viejos surtidores de gasolina a las entonces modernas estaciones de servicio, y eso que la de Gonzalo Ruiz, en el centro de la ciudad, donde siempre, ya llevaba funcionando desde la segunda mitad de los años cuarenta. Se trata tan solo de dar una brevísima pincelada en cuanto a algunos de los aspectos de aquella Soria que ya no existe en la que formando parte del mismo decorado cada mañana podían verse circulando por el centro de la ciudad, en funciones de reparto, unos carros pequeños tirados por burros cargados hasta arriba de bebidas refrescantes y de aquellas grandes barras de hielo envueltas en sacos bien mojados para su mejor protección antes de que llegaran a su destino; cubrían, como no podía ser de otra forma, la misma ruta –generalmente por el centro de la ciudad- y a hora semejante con el fin de abastecer de la popular y apetecida bebida a los establecimientos de hostelería que decimos hoy, entonces con denominaciones prosaicas como cafés, bares, tabernas y similares. Tan elementales pero no por ello menos funcionales carruajes eran de las fábricas de gaseosas establecidas en la capital cuyo censo a estas alturas no resulta difícil enumerar porque, a pesar de los muchos años transcurridos, continúa vivo en la memoria de los sorianos que las conocieron como si no hubiera pasado el tiempo. Pues, en efecto, en la calle Mosquera de Barnuevo, algo más arriba de la recordada clínica del doctor Sala de Pablo, se encontraba la que comercializaba la marca Ayllón. Prácticamente detrás, en el número 15 de la avenida de Valladolid, en la acera de la izquierda subiendo desde el centro de la ciudad, funcionaba la fábrica de gaseosas y agua de seltz de Ricardo Blasco, conocida esta última, el agua de seltz, también como de sifón en razón del envase con el que se presentaba para el consumo, que al menos para los más pequeños suponía una curiosa novedad acaso por el contraste con las botellas utilizadas para las gaseosas, que a veces igualmente tenían su peculiaridad, cual podía ser el caso de las que en lo más estrecho, en el cuello, tenían una bola de cristal muy apreciada y codiciada por los chicos en los juegos de barrio.
En la calle de Nicolás Rabal número 15, en el edificio situado entre el hotel Florida (hoy Comisaría de Policía) y la iglesia de San Francisco, o sea la capilla del antiguo Hospital Provincial, con las cocheras de Gabriel Liso –lugar de partida y llegada de los coches de viajeros a los pueblos de Pinares- y el obrador de la heladería de la familia Fuentes por medio, estaba la “fábrica de hielo, gaseosas y seltz” de José Lenguas bajo la marca registrada (sic) de La Polar. Y, en fin, la “fábrica de gaseosas, agua de seltz y naranjada” de Manuel Pérez López, en la avenida de Mariano Vicén 11, frente a la estación de Torralba-Soria (la Soria-San Francisco en la jerga ferroviaria o la Vieja, que es la denominación que ha pervivido), que “por su esmerada elaboración es la más acreditada”, se podía leer en la publicidad de la época.