El Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento, Luis López Pando, presidiendo un acto del Partido Único (Archivo Histórico Provincial)
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Hasta no hace tanto, una de las secciones fijas de los periódicos al finalizar cada ejercicio era el tradicional resumen anual que no solía faltar en el número correspondiente al último día del mes de diciembre y, en su defecto, en el primero que salía en enero. Se trataba, por lo general, al menos en los periódicos de provincias –como pudiera ser el caso de Soria- de una crónica atropellada y sin demasiados detalles que con el paso del tiempo necesita ser convenientemente interpretada, pues de otro modo el estudioso, investigador o simplemente curioso malamente podrá llegar a algo más allá de la literalidad del texto que esté consultando. No se trata –faltaría más- de hacer ningún tipo de crítica, y mucho menos conociendo cómo era la sociedad de antaño, el trabajo en los medios y la importancia que sus responsables concedían a la información, por lo general, mediatizada. Antes bien, se pretende por el contrario, contextualizar a vuela pluma un hábito de nuestra historia reciente con la única finalidad de ayudar a entender mejor lo que se va contar a continuación.
De modo que si se echa la vista atrás sesenta años, y nos situamos en 1960 –bisiesto, por cierto, como el que acabamos de iniciar-, los sorianos nos encontraremos con que el relevo en el Gobierno Civil de la provincia fue una de las noticias de mayor relieve no tanto porque se produjera el cese después de ocho años de “regir los destinos de la provincia” –en el argot del oficialismo imperante- del Coronel del Ejército Luis López Pando, o sea, el célebre poncio al que en el momento de cesar la Diputación Provincial le concedió la medalla de oro de la provincia, especialmente recordado por el denodado empeño de intentar, sin que felizmente llegara a conseguirlo, reconducir las fiestas de San Juan, y le sustituyera otro militar, el asimismo Coronel de Infantería Eduardo Cañizares que nada más llegar también estuvo en candelero por culpa de un acto meramente social, de índole estrictamente familiar, y las malas artes practicadas por el turiferario de turno.
Pues bien, estos dos gerifaltes –el que se iba y el que llegaba- de la política provincial compartieron protagonismo con el Nuncio de Su Santidad, el cardenal Hildebrando Antoniutti, que fue el encargado de bendecir el día de San Saturio de aquel año la Casa Diocesana de Obras Apostólicas y Sociales Pío XII –su denominación oficial-. Aunque bien es cierto que del mismo modo figuran en los anales de la historia contemporánea de la ciudad algunas otras cuestiones menores como el cierre, después de haber permanecido abierto al público varias décadas, del típico, entrañable y soriano café-bar Imperial, en la céntrica Plaza de Herradores, íntimamente relacionado con el mundo de los toros, pues en él se gestó, nació y durante unos años tuvo su sede la Peña Taurina Soriana, y la apertura, por las mismas fechas, del bar Madrid, en la calle de Manuel Vicente Tutor, uno de los primeros, si no el primero de todos, en establecerse en la zona conocida como Tubo Ancho para no confundirla con la otra, la del Tubo, sin apellido.