Edificio de las escuelas públicas en la Plaza de Abastos después de añadirle la planta ático (Archivo Histórico Provincial)
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Hablar hoy en Soria de “las públicas”, a la mayoría no le dice absolutamente nada y en el mejor de los casos más bien poco. Al contrario que en los años siguientes a la Guerra (in)Civil en que con decir “las públicas” era suficiente. No, no se trataba, ni mucho menos, de “las de allá arriba”, las que vivieron en la calle del Marmullete, que tan bien retrata Juan Antonio Gaya Nuño en El Santero de San Saturio. “Las públicas” eran, sencilla y llanamente, las escuelas entonces llamadas oficialmente Graduadas, las de la Plaza de Abastos, de Bernardo Robles en el callejero, aunque nadie la llame así, y más tarde anejas al Magisterio, que eran eso, públicas como las de la Arboleda, es decir del Estado, aunque la denominación común de públicas, con nombre propio, la tuvieran atribuida aquéllas.
Por “las públicas”, las de la Plaza de Abastos, donde funciona hoy la Escuela Oficial de Idiomas, pasaron (pasamos) cientos y cientos de niños en una época difícil en la que el poder estudiar no estaba precisamente al alcance de todos.
Hace ya bastantes años que “las públicas” fueron trasladadas al moderno edificio que se construyó para acoger a la Escuela del Magisterio, en sustitución de la Normal del Espolón, al final del scalextric.
Los nombres de [con el don siempre por delante] Saturnino [Arribas], Jesús [María de la Peña], Ángel [Tomás del Oso], Severiano [Latorre] y Ángel [Gonzalo] que eran los maestros de los chicos, y Miguel [Gil] el director, figuran grabados con trazos indelebles en el recuerdo de tantos y tantos sorianos, hoy ya maduros y muchos desaparecidos, que recibieron de ellos sus primeras y, en la mayoría de los casos, únicas enseñanzas. Como los de [doña] Paz [Lansaque], Leonor [Pérez], María [Fernández], Constantina [Martínez] y María Luisa [Rodríguez], entre otras, que eran las que daban clase a las chicas. Águeda [Atienza] y Dorotea [Domínguez] se ocupaban de los párvulos. Y, cómo no, el de la señora Cruz, la portera, que era una institución, y su hija, las dos muy queridas por todos, alumnos y maestros.