EL PUENTE DE HIERRO DE LA RUMBA

Un tren circulando por el puente de hierro de La Rumba en una imagen de 1900-1910 (Colección de Tomás Pérez Frías)

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La imagen del puente de hierro que cruzaba el río Golmayo en la zona de La Rumba, desde el final del barrio de Los Pajaritos hasta el clausurado vertedero de basuras en las inmediaciones de la finca de Maltoso, resulta hoy completamente desconocida para una gran mayoría. Se encontraba ligeramente a la izquierda de la moderna calle de Antonio Segura Zubizarreta, esa que no tiene salida por el lado más próximo al Campus Universitario al toparse con el terraplén del vial que conduce a este y al solemnemente llamado Centro para la Calidad de los Alimentos.

Pues bien, el único vestigio que queda de aquella infraestructura construida a finales del siglo XIX para dar servicio al ferrocarril Torralba-Soria son los anclajes, perfectamente visibles todavía, en cada uno de los extremos, y algún que otro sillar.

Construido y montado en 1890, el puente de hierro de La Rumba, sin servicio desde que comenzó a prestarlo en los años 30 del siglo pasado el que en Soria conocemos como viaducto sobre el río Golmayo, no fue desmontado hasta finales de los 40. La estructura, por cierto, permaneció depositada, si es que no abandonada, en una parcela junto a la desaparecida tejera, al final de la avenida de Valladolid, poco antes de llegar a la glorieta del Caballo Blanco.

El desaparecido puente de hierro de La Rumba tenía 150 metros de longitud y 37 de altura en la pila más alta. Y a través de él circulaban los trenes que salían y entraban a la desaparecida estación Soria-San Francisco, la Estación Vieja para los sorianos.

Sea como fuere, el caso es que a falta de tráfico y de no tener que soportar, por tanto, el paso de los trenes, pues el ferrocarril tenía ya otro trazado por la trinchera paralela a la actual calle Almazán que comunicaba las dos estaciones ferroviarias, aquel puente de hierro estuvo prestando, hasta su retirada, otro tipo de servicio que los sorianos de la época bien recuerdan (recordamos). Porque, en efecto, cuando la cultura del ocio dominguero del verano no pasaba precisamente por acudir a la Playa Pita, que todavía no se conocía, o al más próximo monte Valonsadero, y tampoco se estaba por la labor de pasar el día en el Soto Playa, el Perejinal o en cualquier otro paraje sin alejarse demasiado del río, que era lo más socorrido, la alternativa pasaba por salir de la ciudad y desplazarse hasta Maltoso, en todo caso relativamente cerca, o a la Sequilla, algo más alejada, si bien un lugar idóneo, donde los hubiera, para el excursionismo festivo.

El caso es que cualquiera que fuera la opción elegida, lo más cómodo, sencillo y práctico pero, ante todo seguro, era efectuar el desplazamiento andando y cruzar el puente de hierro. Para llegar a él no había más que seguir la vía del tren, sin más circulación que la de la factoría de Explotaciones Forestales. O sea, que desde el comienzo de la calle Almazán –donde se encontraba el paso a nivel- había que continuar por la de José Tudela y atravesar el barrio de Los Pajaritos hasta el final, entonces en el arrabal y una de zona degradada.