El reloj de Monreal, un símbolo de la ciudad (Irene Arribas)
_____
Los tiempos modernos trajeron relojes a las calles de la ciudad con la tecnología más vanguardista. Es el caso de los digitales.
Ubicados en zonas estratégicas del centro urbano prestan la doble función de facilitar la hora y de ofrecer otro tipo de informaciones. Es la verdadera razón de ser de estos artilugios, por otra parte de dudosa fiabilidad. Porque, en efecto, no suele resultar extraño estar paseando por el Espolón a la una de la tarde un día cualquiera de enero y marcar el reloj las nueve de la noche. No suele ser el caso de los relojes, también digitales, colocados en la fachada de las farmacias, de los que no se recuerdan especiales desconciertos.
Pero además de estos relojes públicos, pudiera decirse modernos, existen otros a la vista de todos que hoy están resignados a ser objeto de adorno y de conservación de una cultura de la que no queda poco más que el recuerdo de su utilidad práctica. La mayoría pasan desapercibidos si es que no se desconoce su situación. Estamos hablando de los relojes de sol que aún quedan en la ciudad. Es el caso del que había –no sé si continuará- en el patio interior del hoy Instituto Antonio Machado y el de la calle A (la central, la que une la Barriada con la Variante) del Polígono de Las Casas, instalado en la glorieta. Relojes de sol también existen –algunos pueden verse sin mayor dificultad- en algunas de las iglesias de la ciudad como puedan ser la Concatedral, El Salvador y San Juan de Rabanera, y en monumentos como los claustros de San Juan de Duero.
Sin embargo, los relojes con mayúsculas de la capital siempre han sido los instalados en el centro urbano, porque los de las estaciones del ferrocarril y autobuses están reservados preferentemente a los usuarios de las instalaciones.
Uno de los más modernos de cuantos están a la vista de todos es el de la que fue oficina central de la antigua Caja de Ahorros (Caja Duero), en la plaza de Mariano Granados, reloj que cuando ha (mal)funcionado no ha sido de fiar por los desajustes advertidos.
Pero por encima de todos tres han sido los más queridos. A pocos se les escapará que son el de Correos, el de la antigua Audiencia y, naturalmente, el de Monreal.
Fue a finales del mes de julio del año 1931 cuando se instaló el de la llamada Casa de Correos y Telégrafos que siempre planteó problemas de fiabilidad. Más fiable, por el contrario, ha sido el reloj de la Audiencia, en lo que quizá haya tenido que ver la especial atención en su mantenimiento derivada de la leyenda que lo rodea y lo que representa para los sorianos en concretas celebraciones festivas. En cualquier caso, el reloj de la vieja Audiencia está tan impregnado de lirismo y de belleza poética que constituye una de las señas de identidad de la ciudad.
No obstante, el verdadero reloj de Soria, el que desde finales de los años veinte del pasado siglo XX está marcando el ritmo de vida de los sorianos, qué duda cabe que es el de Monreal, en pleno Collado. El reloj, por cierto, no ha tenido siempre la factura del que conocemos ni tampoco ha estado colgado en el lugar que ocupa ahora. Porque si bien su primera ubicación fue bajo los portales que dan acceso a la tienda de óptica más tarde fue sacado al exterior, justo enfrente de donde está en la actualidad, lugar éste en el que, como se recordará, ya permaneció durante una buena etapa en los años setenta. Y por qué no decirlo, en más de ocasión el reloj de Monreal tampoco ha dejado de ocasionar algún que otro despiste a causa de alguna inclemencia meteorológica.