Altar mayor de la iglesia de La Merced (Archivo Histórico Provincial)
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Antaño, las celebraciones navideñas no tenían la continuidad que conocemos. Es decir, que la celebración de la Nochebuena y la Navidad eran lo más parecido a un islote, lo mismo que sucedía, por otra parte, con la Nochevieja y el Año Nuevo y por supuesto con el día de Reyes, que más o menos, como ahora, cerraba el ciclo. Las fiestas de Navidad transcurrían, en fin, de manera muy diferente. En todo caso, y en el ámbito de lo estrictamente religioso, en la capital, una de las tradiciones más curiosas y simpáticas tenía por marco la iglesia de Nuestra Señora de La Merced. Aneja al que había sido convento era donde se celebraba la popular y no menos tradicional Misa Pastorela o de “los pajaritos”, por la que comúnmente era conocida en la ciudad y ha pervivido con el paso del tiempo.
La mañana del día de Navidad, sobre todo, era casi una obligación –puedo dar fe de ello- acudir a esta celebración tan sencilla como singular de la que disfrutaban por supuesto los mayores y fascinaba a los más pequeños pues ciertamente se trataba de una de las costumbres más entrañables y festivas de las navidades sorianas que venía celebrándose desde tiempo inmemorial.
La música que sonaba era la propia del tiempo de Navidad con los villancicos como ingrediente principal que cantaban el coro de las alumnas del Colegio del Sagrado Corazón con el acompañamiento de los más variados y originales instrumentos musicales, la mayoría de percusión, sin que faltaran, naturalmente, las tradicionales e insustituibles panderetas y zambombas.
No obstante, la singularidad de aquella fiesta, que sin duda lo era, la representaban unos pequeñísimos botijos de barro blanco, llenos de agua, hechos artesanalmente por alfareros, que a primera vista daban la impresión de ser de juguete a no ser que efectivamente lo fueran, de tal manera que al soplarlos su sonido simulaba el del canto de los ruiseñores. De hacerlos sonar se encargaban los chicos del hospicio tarea que compatibilizaban con la de apoyar al coro.
Con idéntico ritual se celebraba la misa Pastorela también el día de Año Nuevo y el de Reyes, aunque en ambos casos puede que con menor seguimiento, hasta que en los primeros años cincuenta del pasado siglo XX se encargó de suprimirla no solo estos dos días sino también el de Navidad el abad de la entonces colegiata de San Pedro, Segundo Jimeno Recacha. Fue al comienzo de los cincuenta. La verdadera razón no trascendió, y después de tantos años es muy posible que nunca se conozca, aunque en los mentideros de la ciudad la versión que circuló fue que el desarrollo del culto transcendía los límites de la religiosidad de la época. Al menos esa es la impresión que dejó la decisión a las integrantes del coro de alumnas del Colegio de Sagrado Corazón, una de las cuales fue la que hace ya bastantes años nos lo contó a nosotros tal cual lo hemos trasladado.