La plaza de Mariano Granados en una imagen de los primeros años sesenta (Archivo Histórico Provincial. Colección Pascual Borque)
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Dicen los más mayores que ya no nieva como antes. Y puede que sea así. Pero de lo que no cabe la menor duda es que cuando cae la nieve los problemas siguen siendo los de antaño, por más del empeño de los políticos de turno de hacernos ver lo contrario, lo que no deja de producir hastío. De tal manera que en los albores de cada invierno tienen bien anotada en su agenda que en una determinada fecha hay que recordar lo de la nieve, por poner un ejemplo, y se lían a ofrecer ruedas de prensa con datos –vacuos, porque la realidad es tozuda y lamentablemente camina por otro sendero- de los medios de todo tipo con que cuenta la Administración que les da cobijo. Total, para nada porque cada vez que la nieve caída supera el límite de lo razonable se repiten idénticos problemas y se acude al argumentario de siempre: no utilizar el coche salvo que resulta imprescindible, etc.
En Soria, en la capital de nieve, sabemos bastante, diríase que mucho, y el problema sigue siendo el de antaño. Pero, en fin, dejando de lado la problemática que plantea la nieve, sí queremos recordar, por el contrario, algunas de las grandes nevadas que hemos padecido los sorianos. En este sentido, es especialmente recordada la que cayó a mediados de abril de 1956, en la que según la información de que dispone el Observatorio Meteorológico de la capital se recogieron 42 litros por metro cuadrado, que llevó consigo una medida cuando menos curiosa por original pues al ayuntamiento no se le ocurrió mejor cosa que “obsequiar con coñac a los vigilantes nocturnos a fin de que soportaran más confortablemente las bajas temperaturas durante la noche”. Otra, también de las de abrigo, fue la de mediados de abril de 1962, en que estuvo nevando diecisiete horas ininterrumpidamente, si es que no las de diciembre y enero de 1963 y 1964, o la del 28 de febrero de 1984.
Entonces, la vida de la ciudad no es que se paralizara pero sí se ralentizaba. Incluso las calles más céntricas y transitadas, como pudieran ser la mismísima plaza del Chupete y el Collado, además de resultar verdaderamente impracticables quedaban convertidas en auténticas pistas de patinaje fruto de la eficaz colaboración de los más jóvenes que trazaban en ellas aquellos largos y peligrosos resbaladizos que siempre solían cobrarse alguna víctima en forma de rotura de brazo o pierna más o menos grave. Del mismo modo que las tradicionales zonas del Castillo y los paseos de la Alameda de Cervantes, que todas ellas tenían su público y por qué no, sus especialistas, auténticos artistas en esto de patinar sobre el piso helado de las calles. Conviene no olvidar, por supuesto, que, al contrario de lo que sucede ahora, apenas circulaban coches, por lo que la nieve se eternizaba en la calzada, porque en la actualidad el tráfico rodado lleva a cabo, sin pretenderlo directamente, una labor de limpieza que facilita el proceso de recuperación de la normalidad o cuando menos contribuye a atenuar los problemas que se derivan de la emergencia.
Dicho lo cual. En las primeras horas de la mañana de hoy 2 de enero ha nevado cómo hace tiempo no lo hacía.