Alumnos de Primaria en un aula de la Escuela Normal del paseo del Espolón (foto cedida por Antonio Llorente)
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Antaño, el arranque del curso escolar se producía de manera más espaciada que ahora pero no era hasta pasadas las fiestas de San Saturio cuando la maquinaria estaba en pleno funcionamiento
Por aquel entonces la oferta educativa de la ciudad era bastante más reducida que ahora. Por lo que a la enseñanza privada se refiere (concertada se dice hoy) quedaba limitada a los Colegios del Sagrado Corazón y de los Padres Franciscanos –“los padres” y las monjas” para los sorianos de la época-; también eran particulares el Colegio de doña Carmen (en sus últimos tiempos de la Presentación) en la Plaza de Abastos, y el de San Saturio –de vida efímera- en Alto de la Dehesa, al otro lado de la carretera. Los centros públicos que funcionaban se limitaban a la Escuela Normal de Maestros en el paseo del Espolón; al Instituto Nacional de Enseñanza Media, en una etapa más moderna rebautizado como Antonio Machado, y a las dos únicas escuelas primarias por las que pasaron (pasamos) la mayoría de los chicos de la ciudad: la de La Arboleda y Las Anejas ubicadas éstas últimas en la Plaza de Abastos, en el edifico en el que ocupa la Escuela Oficial de Idiomas, aunque sin la planta ático, que se levantó más tarde con el fin de dotar al Instituto de mayor capacidad.
En la segunda mitad de los cuarenta del siglo pasado comenzó a ensancharse la ciudad surgiendo un barrio nuevo en las inmediaciones del llamado entonces Campo de Fútbol (el San Andrés). El caso es que en su entorno surgieron sendos grupos de viviendas sociales conocidos como Casas del Ayuntamiento y Casas de Falange delante de donde varias décadas después se edificó el inicialmente denominado Instituto Femenino y más tarde Castilla.
Esta actuación pionera en los difíciles años de la posguerra permitió resolver la escasez de viviendas dignas para familias modestas o cuando menos para paliar una situación de verdadera necesidad. Pero abordado el problema básico de la vivienda surgió otro con el que probablemente no se contaba. Porque, en efecto, en un muy corto espacio de tiempo el barrio contaba con una numerosa población infantil que necesitaba ser escolarizada y la ciudad no disponía más que de dos centros de titularidad pública.
De manera que a falta de instalaciones no quedó más remedio que improvisar sobre la marcha. Y la primera solución que se les ocurrió a los responsables educativos de la época no fue otra que la de habilitar como aula una de las estancias de la planta baja del desaparecido y añorado, además de emblemático, edificio de la Escuela Normal, al final del Paseo del Espolón, para impartir las clases de primaria. Se trataba, para que pueda entenderse, de un apéndice de las Graduadas Anejas de la Plaza de Abastos, pues en muy pocos años, cuando por fin hubo espacio, pasaron a integrarse en éstas, aunque antes los alumnos tuvieron que pasar por la que se improvisó en la mismísima enfermería de la plaza de toros que, por extraño que pueda parecer, durante algún tiempo no quedó más remedio que utilizar como escuela pública. Antonio Llorente, los hermanos Jesús y Luis Romera, Santiago Martínez Cacho, José Mari Maján y Priscilo Martínez Asensio son algunos de los que entonces niños –hoy, muchos de ellos, abuelos y alguno fallecido- ocuparon los pupitres de aquellas singulares aulas y pueden verse en la foto que ilustra este texto bajo la atenta mirada del maestro Antonio Gómez Chico. De esto hace más de 70 años.