HORARIOS COMERCIALES

La plaza de los Jurados de Cuadrilla con el teatro-cine Avenida y el bar Dul a la izquierda, el hotel Comercio y la terraza del bar Marfil a la derecha, y el surtidor de gasolina en primer término (Archivo Histórico Provincial)

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Existe un debate, casi permanente, en torno a los horarios comerciales en general y a los de sectores y días concretos de la semana en particular, que aflora sobre todo en las épocas teóricamente de mayor consumo.

Hace años el horario del comercio era más uniforme que ahora. De tal manera que el de los establecimientos fue durante muchos años de nueve a una por la mañana y de tres a siete por la tarde. Todos ellos, sin excepción, abrían también los sábados por la tarde con la misma franja horaria que el resto de la semana.

Los que gozaban de alguna singularidad, como pudiera ser el caso de las pescaderías, los despachos de pan y las lecherías, abrían incluso los domingos por la mañana. Otro tanto ocurría con los estancos, por no hablar de las confiterías, que a diario lo hacían entre las nueve y media de la mañana y las nueve y media de la noche. Y como excepción, si es que no como nota de identidad del tipismo perdido, es bien sabido que los jueves, día del mercado semanal, la jornada en los comercios se desarrollaba de manera ininterrumpida, o sea que no cerraban al mediodía. En las ferias de ganado –sobre todo en las de septiembre-, ocurría algo parecido, y cuando el día fuerte coincidía en domingo, este también era hábil durante la mañana. En compensación cerraban una tarde (casi siempre los  martes) de la semana siguiente.

El horario de las tabernas, cafés, bares y cafeterías era diferente pero estaba igualmente reglado. De tal manera que cerraban a una hora pudiera decirse razonable pero en ningún caso ya en la madrugada o primeras de la mañana como ocurre ahora en muchos de ellos. La actividad de los cines se reducía a las dos sesiones: tarde y noche por más que cuando interesaba se habilitaban horarios especiales como ocurrió en 1958 con la llegada por primera vez a Soria de la Vuelta Ciclista a España, en que en el histórico Avenida hubo sesión continua desde las doce y cuarto de la noche hasta las ocho de la mañana siguiente ante la incertidumbre de que los desplazados con la carrera pudieran encontrar alojamiento y tuvieran que pasar la noche en la calle en una época en la que la cultura de los discobares y similares no sólo no estaba arraigada sino que ni siquiera había llegado. Todo ello por la exigencia de un calendario laboral rígido e invariable que distinguía entre fiestas recuperables y no recuperables, al extremo de que situados en la época la única fiesta local que se guardaba en Soria era el 2 de octubre, San Saturio, porque durante las fiestas de San Juan había que trabajar todos los días con el horario habitual salvo el Domingo de Calderas, por su propia naturaleza, y cíclicamente el 29 de junio, festividad oficial de San Pedro y San Pablo, en el caso de que coincidiera con alguna de las celebraciones festivas que solían ser el Viernes de Toros, Sábado Agés o Lunes de Bailas, aunque tenía la consideración de “recuperable a todos los efectos” pese a tratarse de fecha tan señalada para la iglesia católica.

Puede que fuera al comienzo de la década de los sesenta cuando se produjeron las primeras modificaciones. Una circular que el Gobierno Civil editaba periódicamente fijaba los “horarios de trabajo” en los diferentes sectores y actividades, distinguiendo entre el periodo de invierno comprendido desde el 1º de octubre al 31 de mayo y el  de verano que abarcaba desde el 1º de junio al 30 de septiembre. En la práctica se trataba de pequeñas modificaciones relacionadas bien con la hora de apertura o con la de cierre aunque avaladas, sin duda, por la realidad irreversible del momento, que, sin embargo, el paso del tiempo y la fuerza de la costumbre, terminó convirtiéndolas en ley hasta derivar en la maraña de la actualidad.

Con la progresiva implantación de la entonces conocida como ”semana inglesa”, que básicamente consistía en guardar fiesta desde el sábado por la tarde, aunque el concepto no tardó en tomar una dimensión bastante más amplia, comenzaron a cerrar los establecimientos que abrían los domingos. Y enseguida, y con carácter general, se estableció la moda de cerrar los sábados por la tarde. Le siguió casi sin solución de continuidad el retraso en la apertura y cierre tanto por la mañana como por la tarde durante la semana, hasta derivar en el galimatías de ahora.