PASEAR POR LAS MÁRGENES DEL DUERO (II)

El río Duero durante una operación de limpieza del cauce, con la fábrica de grasas al fondo.

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Del curso del río a su paso por la ciudad, y de lo que representa para los sorianos, existe un antes y un  después marcados por la fecha en que comenzó a embalsar la presa de Los Rábanos.

El 13 de septiembre de 1964 se inauguraba la infraestructura por más que desde casi un año antes hubiera comenzado a producir energía y eso que en la segunda mitad de la década de los cuarenta ya se hablara de su construcción.

Por aquel entonces -1947- la población piscícola del río, a su paso por la ciudad, era rica y abundante, pudiéndose encontrar desde barbos y pollas de agua hasta angulas, truchas, bogas, cangrejos y nutrias, de la que daban buena cuenta los numerosos pescadores que conocedores de las posibilidades de la zona, especialmente la de la margen derecha, por otra parte la más degradada, era el centro de operaciones de sus capturas, no siempre en el marco de la legalidad, para qué vamos a engañarnos.

Cuando todavía faltaba más de una década para que el embalse de Los Rábanos fuera una realidad efectivos del Batallón de Minadores, recién instalados en el cuartel de Santa Clara procedentes de Guadalajara, construyeron, en el mismo lugar en que se encuentra la actual, aquella coqueta como ella sola pasarela de madera que tan bien encajó en el entorno, conocida popularmente como el puente de los soldados. Su inauguración y puesta en servicio a comienzos de 1952 supuso un notable avance respecto de las pasaderas, pero sobre todo seguridad, en el empeño de los sorianos de poder cruzar el río de orilla a orilla, si bien es cierto que tuvo una vida efímera pues no mucho tiempo después la elemental pero sin embargo no menos práctica y funcional instalación se la llevó por delante una riada.

Con posterioridad, en un otoño de mitad de los sesenta, la propia empresa Saltos Unidos del Jalón, titular de la presa, construía las tres pilastras sobre las que treinta años después se fabricó la pasarela actual.

En ese mismo paraje se había instalado a comienzos del siglo pasado la tercera fábrica de luz de la ciudad, que respondía a la denominación comercial de la Flor de Numancia, en torno a la cual se configuró un modesto conjunto residencial; más tarde se levantó el conocido como molino de abajo y, en los tiempos modernos, la odiada fábrica de grasas, demolida al final de los años ochenta y principio de los noventa después de una insistente campaña de prensa de la que el canónigo y capellán-delegado del cabildo para la ermita de San Saturio, Carmelo Jiménez, no sólo fue el ideólogo sino también su principal impulsor y abanderado. De la recuperada y “bautizada” como Noria del Carbonero ni se tenían noticias y el lavadero de lanas era un edificio en estado de ruina en el que en el mejor de los casos se cerraba ganado. Del mismo modo que la recuperada y muy ocupada actual zona de recreo a ambos lados del puente de hierro era un amplio espacio decrépito e intransitable por la cantidad de basura acumulada cuyo disfrute, es un decir, estaba fuertemente condicionado por una pequeña y estrecha franja de tierra junto a la infraestructura ferroviaria, frente a la casa del sampolero (el guarda de la finca de San Polo), que entraba en el río, conocida como la nariz, sin duda por la pestilencia que emitía teniendo en cuenta que allí mismo desembocaba la conducción de salida de las aguas fecales de la ciudad. Todo ello condicionó el desarrollo de una zona de esparcimiento natural, como era el Soto Playa, aun a pesar de los sucesivos y  reiterados empeños de rehabilitar este paraje, y de intervenir en él, sin que llegara a consumarse el propósito o, por lo menos, que las actuaciones acometidas tuvieran más continuidad en el tiempo de las que realmente tuvo. Entonces todavía estaba en funcionamiento la antigua elevadora de aguas y lo poco que quedaba del lavadero contiguo, del mismo modo que la barcaza que posibilitaba vadear el río, además de alguna otra instalación.