LOS JURADOS

Miguel Romero, segundo por la derecha, uno de los habituales que hizo las veces de Jurado (Archivo Histórico Provincial)

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De un tiempo a esta parte, a medida que se acerca la fecha límite para el nombramiento de los jurados y la lista no está completa -este próximo domingo se celebra el Catapán- raro es el año que el concejal de turno (ahora es el propio alcalde el máximo responsable de Festejos) no deja de lanzar, hasta la reiteración, la infantil amenaza de que si llegado ese momento la cuadrilla que sea aún no tiene alcalde de barrio corre el riesgo de que no haya fiestas en esa demarcación. Menos mal que para la buena salud de los sorianos no sólo nadie toma en cuenta semejante sandez si es que no una solemne simpleza. ¿Porque cabe en cabeza alguna de quien sepa, por poco que sea, de qué va esto de las fiestas de San Juan que pudiera consumarse lo que no deja de ser una solemne tontería?

No deja de sorprender, en cualquier caso, que el amago se venga produciendo con reiteración en estos tiempos modernos de ayuntamientos democráticos en que el cargo de edil tiene un grado de profesionalización del que careció en otros tiempos y la principal tarea del responsable de buscar los doce jurados no puede ser otra que el de tener la lista completa con antelación suficiente, que para eso ha tenido todo un año por delante.

La dificultad de tener a tiempo la nómina completa de jurados no es de ahora, al contrario, ha venido planeando de continuo por las sucesivas corporaciones, tanto da en una u otra época. Pero al menos desde que le alcanza a uno la memoria, o sea en el último medio siglo y algo más, por delimitar una época concreta, no se recuerda siquiera una sola vez que por no haber jurado en una cuadrilla no se hayan podido celebrar las fiestas en la demarcación. Pues, en efecto, incluso cuando la terca realidad decía que no había medio humano de convencer a nadie para que ejerciera el cargo de Jurado, se ponía en funcionamiento la máquina del ingenio y el oficio, y al final siempre se solucionaba el problema. Y eso en circunstancias bastante más difíciles, en todos los sentidos, que las actuales.

Había dos funcionarios en el ayuntamiento, Domingo Ciria y Jesús Calonge, o al revés, como se prefiera, que durante muchos años estuvieron echando sobre sus espaldas la peliaguda encomienda de sacar adelante semejante papeleta. Es cierto que unas veces salvaron el compromiso con mayor desahogo que otras, pero la cruda realidad demostró que jamás dejaron de lograr su propósito.

Siempre se ha dicho, o al menos se sabía en la calle, que había una figura no escrita aunque sí eminentemente práctica. No era otra que la de hacer las veces de jurado, una expresión muy soriana y utilizada en la época. Y vaya que funcionaba.

No era habitual pero sí se daba con relativa frecuencia el caso de que una vez efectuado el nombramiento de jurado, e incluso aceptado el cargo, el nuevo alcalde de barrio declinara ejercerlo, argumentando un luto reciente –la excusa más socorrida-, alguna imposibilidad sobrevenida del tipo que fuera o, por no apurar la casuística, que no estuviera por la labor, sencillamente, que no le diera la gana, vamos.

De cualquier forma, al jurado electo ni se le pasaba por la cabeza renunciar pues le quedaba la posibilidad, que ejercía, de recurrir a un tercero para que hiciera las veces, con lo que el problema quedaba solucionado de un plumazo porque funcionaba una especie de bolsa de jurados, o al menos se conocía la disponibilidad de una serie de personas que a cambio de lo que fuera –acaso una compensación económica- estaban en condiciones de cubrir el expediente por muy a última hora que se tuviera que contar con ellos. Eran algo así como unos jurados profesionales que solían repetir y no necesariamente en la misma cuadrilla, que también. Miguel Romero, el del bar Sol, era el más habitual y un verdadero maestro en esto de hacer las veces. La lista no se terminaba en él. El tío [Miguel] La Villa, camarero de profesión, también sabía de qué iba la cosa. Había algunos más que solían oficiar de>Jurado con menos asiduidad pero que igualmente tenían la logística siempre a punto.

Así se estuvo funcionando hasta que consumada la extinción de estos jurados profesionales, sin que a ciencia cierta se sepa realmente por qué, no quedó otro remedio que poner de nuevo en funcionamiento la maquinaria de la imaginación e idear nuevas triquiñuelas. De manera que desde el consistorio se buscaban particulares que a cambio de una vivienda modesta, como ocurrió en alguna ocasión, o vaya usted a saber qué, hicieran las veces, si es que no se echaba mano de funcionarios municipales de confianza, lo que ocurrió durante un tiempo, que cabe suponer tuvieran algún tipo de compensación, e incluso no faltaba quien dentro de la propia familia asumía la función representativa, que tampoco faltaron. Todo, menos que una cuadrilla se quedara sin jurado y, por lo tanto, sin fiestas. Para que vengan ahora con tamaña chorrada.

Por último, tanto que el gobierno municipal echa de menos la falta de Jurados y lanza la amenaza de que no haya fiestas en las Cuadrillas que queden sin cubrir, la pregunta recurrente es inevitable: ¿cuántos miembros de la Corporación han desempeñado el cargo? Pueden contarse con los dedos de una mano, y sobran, los ediles que lo han ejercido. Son los primeros que debieran “predicar” con el ejemplo. ¡Ya está bien de tanto populismo rancio y barato!