El Gobernador Luis López Pando probando la caldera de los pobres acompañado de otras autoridades.
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A nuestras fiestas en honor de la Madre de Dios, bajo la advocación de la Virgen de la Blanca, en otro tiempo Nuestra Señora del Mercado, se les ha llamado durante siglos Fiestas de Calderas, y al singular día del domingo, Domingo de Caridad. En el siglo XV al Domingo de Calderas también se le conoció como La Boda de Santa María.
Es posible que lo de la llamada caldera de los pobres tenga algo o mucho que ver con el llamado Domingo de Caridad. En todo caso es una cuestión que se deja para los estudiosos e investigadores. El hecho cierto es que durante bastantes años el desfile de las calderas no se limitaba únicamente al de las doce cuadrillas, número en el que quedaron reestructuradas a comienzos del siglo pasado, sino que había una más, porque al final lo hacía la denominada caldera de los pobres, que costeaba el ayuntamiento.
En los tiempos modernos, considerando como tales los años difíciles de la posguerra y el racionamiento, el verdadero sentido no era otro que el de hacer partícipes de la fiesta a quienes no tenían recursos económicos suficientes para celebrarla y el ayuntamiento los consideraba legalmente pobres incorporándolos al llamado listado de beneficencia, de manera que en fechas puntuales las familias que aparecían en esta relación recibían graciosamente un presente o un lote de productos básicos de consumo. Ocurría en San Saturio, Navidad y desde luego en las fiestas de San Juan, con la particularidad de que en estas últimas se tenía por costumbre hacerlo, pudiera decirse que con mayor solemnidad, materializada en la llamada caldera de los pobres, que portaban unas veces las cuadrillas de mozos que existían entonces como El Trébol y El Soplete, y otras, mujeres de la Sección Femenina ataviadas con al traje regional; desfilaba después de que lo había hecho cada una de las cuadrillas.
Entonces la composición de las calderas de las cuadrillas se ajustaba a la más pura ortodoxia, al contrario de lo que sucede ahora en que el boato y la mistificación predomina en detrimento de los viejos usos, en tanto que la caldera de los pobres, por la profunda significación política que entrañaba, combinaba la costumbre tradicional con las verdaderas necesidades de sus destinatarios, alrededor de setecientos en los años de penuria. Paella –otras veces arroz con jamón-, chorizo, guisantes, pimientos, congrio, huevo cocido, un trozo de carne de toro y cordero con patatas, además de una ración de pan solía ser el menú que se encargaban de repartir las mismas mujeres de la Sección Femenina que habían llevado la caldera desde la Plaza Mayor.
Hace muchos años que el ayuntamiento dejó de presentar la caldera de los pobres sustituyéndola por alguna otra ayuda más práctica y menos engorrosa pero, sobre todo, menos humillante para quienes recibían el presente, y más tratándose del día grande de unas fiestas de las que siempre se dijo que las diferencias sociales no caben en ellas.
(De mi libro de “La Saca a las Bailas. Ni usos ni costumbres”)