Concierto de una banda de música militar en la Plaza Mayor (Archivo Histórico Provincial)
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Las fiestas de San Saturio han ido evolucionando de manera casi permanente. Atrás queda, si se deja llevar uno por lo emocional, la desaparición de festejos tan arraigados como la elevación de los globos aerostáticos y grotescos en la Plaza Mayor, el día de San Saturio, al regreso de la comitiva de autoridades a la Casa Consistorial luego de haber asistido a la solemne función religiosa de pontifical en la entonces colegiata y con posterioridad concatedral de San Pedro, cuando no otros actos, con muy diferente grado de consolidación y aceptación en el acontecer festivo, que fueron apareciendo y desapareciendo bien por simple conveniencia, capricho o compromiso sin más, si es que no por necesidades de programación, la excusa más socorrida. De manera que en el transcurso de los años se han visto afectadas por las más diversas circunstancias no solo celebraciones profanas sino también actividades lúdicas y de carácter cívico y religioso. Es el caso, entre estas últimas, de la función de vísperas, un acto rodeado de solemnidad y boato que tenía lugar en la colegiata la tarde anterior al día de San Saturio, con las naves del templo a rebosar, a la que asistían la Corporación Municipal bajo mazas junto con la Hermandad del Cabildo de Los Heros, y actuaba la Soldadesca. Muy populares y seguidas por el público soriano fueron también en su momento las actuaciones de grupos de danzas locales de la Sección Femenina en los últimos tiempos; del mismo modo que las carreras de motos de velocidad por el centro de la capital o –por irrelevante que pueda parecer en la realidad actual- el desencajonamiento de los toros que iban a lidiarse en la corrida del día 3 que también figuraba en el programa oficial como un festejo más.
Pero es bien recordada, sobre todo, la actuación en las celebraciones festivas de una banda militar de música que hacía las delicias de los sorianos; una tradición que venía de antaño y que, con interrupciones más o menos prolongadas, estuvo siendo una práctica habitual hasta final de los años sesenta, como veremos más adelante. Cual no sería el grado de complicidad de la población con la banda militar –así se la conocía en la ciudad-, y la expectación que suscitaba, que su llegada a Soria constituía, sin duda, uno de los atractivos de la jornada de vísperas con la categoría de acto oficial, pues aparecía incluida en el programa, hasta el punto de que su primer desfile por el Collado, nada más recalar, sacaba a la calle a la mayoría de los sorianos. En cualquier caso, la formación militar no dejaba de ser un complemento de nuestra siempre querida Banda Municipal pues cada una tenía sus respectivos compromisos aunque en determinados momentos y actos intervinieran las dos e incluso ofrecieran actuaciones conjuntas, que también solía ocurrir.
Así vino ocurriendo durante bastantes años, en alguna ocasión con la banda de la División 51, de Zaragoza, si bien la habitual solía ser la del Regimiento de San Marcial número 7, que llegó a considerarse como de casa, hasta que un buen día –puede que fuera al final de la década de los cuarenta y comienzo de los cincuenta- se acordó prescindir de la agrupación foránea. La costumbre volvería a retomarse a la fuerza, ya en los años sesenta, cuando el ayuntamiento que presidía el conocido abogado Alberto Heras Hercilla decidió cortar por lo sano y cargarse la Banda Municipal con la fundada excusa de que encarecía el presupuesto hasta dejarla reducida a la cifra ridícula de no más de una docena de músicos en el mejor de los casos, los que tenían la condición de funcionario y, por tanto, eran de plantilla. De modo que no quedó más remedio que volver a las andadas y recurrir, en esta ocasión, a la Banda de música del Ministerio del Ejército hasta tanto pudo normalizarse la grave situación planteada, que no fue sino un brevísimo paréntesis.