La Rosaleda, con el Monumento a los Caídos al fondo, a la izquierda (Archivo Histórico Provincial)
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A punto de comenzar el verano de 2009 eran asfaltados los paseos del parque municipal, desde el Árbol de la Música hasta el acceso principal en Mariano Granados, mediante la utilización de un novedoso material sintético, no mucho después se tenía la sensibilidad y el buen gusto de recuperar uno de los símbolos de la ciudad, como sin duda lo era el emblemático árbol, oficializado con el concierto que ofreció la Banda de Música poco después del mediodía del martes 5 de octubre de 2010, último día de las fiestas de San Saturio; hacía 22 años que se había retirado la estructura original luego de que con harto dolor de todos los sorianos no quedara otro remedio que talar el legendario olmo, víctima de la grafiosis, que no hubo manera de combatir por más de las atenciones que se le dispensó y de los tratamientos que se le aplicaron.
Otras actuaciones en el parque municipal se centraron por aquel entonces en la zona del Alto de la Dehesa y la Rosaleda, concretamente en el espacio que ahora se conoce como vivero, y antes y durante muchos años invernadero, desde que a mediados del mes de febrero de 1943 se decidiera su traslado (se encontraba en las proximidades de la que fue cafetería Alameda). La decisión, por cierto, no estuvo exenta de polémica porque “a pesar de la ampliación que Dios mediante ha de dársele parece el lugar algo impropio por la proximidad del Hospital [Provincial, más tarde sede del CUS]”, señaló el diario Duero, el único que se publicaba entonces en nuestra capital, sin dar ninguna otra explicación en la que apoyar su argumento.
Fue esta del cambio de lugar del invernadero una operación que, al menos cronológicamente, venía a completar un conjunto de actuaciones emprendidas en el área que en junio de 1931 había contemplado la construcción del curioso y popular palomar, en la zona de la fuente, junto a los antiguos urinarios, y en el mes de enero del año anterior (1930), asistía al nacimiento del Alto de la Dehesa y la Rosaleda, en el marco de una gran operación que llevó consigo la plantación de más de 1.500 árboles, de manera que la parte derecha de la Alameda de Cervantes (la lindante con el paseo del Espolón) iba a contar, a partir de ese momento, con una frondosa chopera; la zona más alta pasaba a convertirse en un tupido bosque de pinos silvestres y piñoneros, cedros, abetos y otras coníferas, y se configuraba un amplio espacio exclusivamente de pradera, que sigue siendo uno de los grandes reclamos. Además, entre la zona arbolada y la pradera se construía la Rosaleda –un bello y discreto, al tiempo que abrigado, rincón de nuestro céntrico y querido parque-, cercada por un paseo formado a base de plantaciones de cipreses, que, como el resto del recinto, ha sufrido toda clase de vicisitudes. Vamos, que con las inevitables modificaciones a que han obligado el transcurrir de los años, todo quedó más o menos como se encuentra en la actualidad, eso sí, sin el monumento a los Caídos; fue entonces cuando la zona volvió a ofrecer la configuración con que se concibió en su día y la Dehesa recuperó un espacio único para disfrute de los sorianos. Porque, efectivamente, la construcción desaparecida, entre otros motivos por falta de mantenimiento, sin necesidad de entrar para nada en su significación política, hacía ya años que había derivado en un pegote al socaire del cual llegó a circular por ahí una leyenda urbana relacionándola con el marco adecuado para la práctica de diversas y determinadas conductas no precisamente ejemplarizantes.