El histórico caserón de Obras Públicas (Colección Tomás Pérez Frías)
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La oficina, es un decir, estaba ubicada en un viejo y destartalado caserón orientado a la fachada este del edifico del Banco de España, en lo que en los tiempos modernos se ha dado en denominar casco histórico. Precedida de un enorme portalón, con puertas a uno y otro del largo y lóbrego pasillo, y el suelo de alquitrán, como no podía ser menos tratándose de un edificio de Obras Públicas, se llegaba a una ancha escalinata que una vez superada conducía, por fin, a las dependencias administrativas propiamente dichas. Un enorme y singular lucernario, con una inscripción en lo más alto de la pequeña cúpula que lo remataba alusiva a la importante función que se llevaba a cabo en las mismas posibilitaba la conexión con el mundo exterior.
En su conjunto, la tercermundista instalación ofrecía un aspecto de lo más tétrico, incluso los propios funcionarios bien podría decirse que formaban parte de aquel singular y no menos recordado vetusto decorado. Los empleados ya no llevaban manguitos pero seguían cultivando la conducta tradicional de los servidores públicos de antaño con alguna que otra excepción, eso sí, que no viene al caso.
El interior de las instalaciones era una auténtica cochambre en perfecta consonancia con al imagen exterior que ofrecía el inmueble. Un montón de cuartuchos más que despachos, no era precisamente el mejor reclamo que invitara a acudir allí a resolver cualquier asunto, por menor que fuera. De tal manera que cuando, por señalar un solo ejemplo, arreciaba el temporal de lluvias y las precipitaciones superaban el límite de lo habitual, no resultaba para nada extraño que el agua hiciera acto de presencia en los mismísimos despachos, por llamarlos de alguna forma, pues no pasaban de la consideración de cuchitriles, con el consiguiente deterioro de la importante documentación que contenían los expedientes, que por la precariedad del mobiliario con que se contaba, en buena parte se encontraban dispuestos de manera permanente sobre la mesa del funcionario responsable cuando no en el santo suelo, pues conviene recordar que no siempre, sobre todo cuando las precipitaciones se producían en horas no habituales de despacho, se llegaba a tiempo para colocar cubos debajo de las goteras que había en la práctica totalidad de la instalación, de modo que el estropicio estaba garantizado.
El decrépito edificio dejó de tener esta ocupación al final de la década de los sesenta -en junio de 1968- para posteriormente ser demolido. En el solar se levantó el inmueble que en la actualidad es la sede central de la Caja Rural.