LA PLAZA MAYOR

La Plaza Mayor con los urinarios -durante la Guerra Civil refugios antiaéreos- en una imagen de los años sesenta del siglo pasado (Archivo Histórico Provincial)

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La Plaza Mayor, como tantas otras zonas de la ciudad, ha sufrido toda clase de avatares, entendiendo éstos como sucesivos cambios de denominación –la verdad es que afortunadamente sólo a efectos oficiales- y desde luego varias remodelaciones tanto de la plaza en sí como del entorno y algunos de los edificios que la configuran o estaban integrados en ella, porque algunos han desaparecido (el derrumbamiento del último acabamos de conocerlo).

Durante muchos años la Plaza Mayor estuvo apareciendo en el callejero como del General Franco o del Generalísimo, que de las dos maneras se le llamaba, hasta que ya en la etapa democrática se le desposeyó del mismo para tomar el actual; es verdad que con anterioridad fue conocida como Plaza de la Constitución y en una época todavía más remota como del Trigo. Pero todo dios la llamó siempre Plaza Mayor. Y vaya que si se entendía.

Pues bien, tan céntrico, emblemático y representativo enclave de la ciudad no ha podido sustraerse más que a las necesidades quiere creerse que a los caprichos del momento. Porque unos meses antes del comienzo de la Guerra Civil se desmontó la Fuente de los Leones, que se encontraba en el rincón de la derecha accediendo por El Collado, para llevarla al Alto de la Dehesa. Otro momento importante en el devenir moderno se produjo en los años sesenta cuando se instaló aquella fuente de surtidores luminosos frente al edificio del ayuntamiento, en la parte izquierda, y junto a la vieja Audiencia que, la verdad, apenas decía nada y fue retirada sin que hubiera logrado arraigar cuando al final de la década de los ochenta se decidió llevar a cabo una nueva urbanización de la zona –la actual- para ser sustituida, casi medio siglo después, de nuevo por la Fuente de los Leones, aunque en un emplazamiento diferente del que había tenido en la etapa anterior.

Hoy, la Plaza Mayor es un cajón de sastre que lo mismo acoge momentos importantes de la vida ciudadana como puede ser la lectura del Pregón de las Fiestas de San Juan y la traca de la procesión de San Saturio, que con la menor excusa se instala en ella, invadiéndola, cualquier tenderete –entiéndase carpa, atracción o infraestructura para el mero pasatiempo- que muy bien podría instalarse en otro lugar.

Pero con independencia de la Plaza como tal, algunos de los edificios que contribuían a otorgarle personalidad también han sufrido modificaciones sustanciales y, en algún caso, derribados. Viene a cuento, por ejemplo, el despropósito a que ha sido sometida la que mediados los años setenta tomó la denominación de Casa Consistorial de los Doce Linajes, como en fecha más reciente el de algún que otro inmueble aledaño, que sin duda por su deficiente estado de conservación, lejos de ser restaurado sufrió sin piedad los rigores de la piqueta mientras que por la antigua Audiencia y la Casa del Común no parece que haya pasado el tiempo, al menos de puertas hacia afuera, por más que la primera esté destinada hoy a un complejo cultural y la segunda sea la sede del Archivo Municipal después de que se ubicara en ella el Parque de Bomberos, la Biblioteca Pública y, temporalmente, fuera habilitada para oficinas municipales cuando en los setenta se acometió la ampliación de la Casa Consistorial, además del uso que tuvo durante algún tiempo como Cuartel de la Policía Municipal y sirviera de local de ensayos de la Banda de Música.

Por lo demás, la Plaza Mayor, ha sufrido  en el último medio siglo una profunda reconversión en cuanto a la actividad que en ella se desarrollaba, desapareciendo por completo el carácter comercial que siempre tuvo. No obstante, la principal plaza de la ciudad hacía ya tiempo que tenía escrito su destino, pues efectivamente, en pocos años pasó de ser una zona de comercio en general a otra de servicios, casi y en exclusiva del ramo de la hostelería, respaldada en los tiempos modernos por la actividad que generan, fundamentalmente, la administración municipal y el Centro Cultural Palacio de la Audiencia.

En fin, los nuevos tiempos trajeron la desaparición de establecimientos entrañables como el taller del armero y los de las bicicletas Untoria y Romero, el almacén de vinos y la tienda de maquinaria que había en el rincón; la pescadería y el almacén de piensos en la misma acera; el provinciano y destartalado comercio de tejidos “El barato” con entrada asimismo desde El Collado; el estanco de la Ciriaca entre los bares Plata (antes Ford) y Julián; la sastrería y la hojalatería; oficinas como la Sociedad de Cazadores y Pescadores de la Provincia de Soria; la tienda del alpargatero, el pequeño bar que había en los portales del ayuntamiento, en la zona más próxima a la calle Fuentes, y la barbería en la planta baja del inmueble ocupado en su tiempo por la Casa de Socorro, también durante algún tiempo sede de la Policía Municipal, cuando dejó la Casa del Común, y de las dependencias administrativas del municipio mientras duraron las obras de ampliación del ayuntamiento de mediados de los setenta, y más recientemente las Escuelas de Empresariales y de Relaciones Laborales. Y cómo no, el entorno más próximo –o sea, la calle Sorovega, en el lateral del Palacio de la Audiencia, donde se encuentra el monumento al Fuero de Soria-, dejó de ser el punto de llegada y salida de los autobuses de viajeros que cubrían las líneas regulares de Almenar, Gómara, Ciria, Deza y Cihuela.