Autoridades militares esperando en la plaza de Mariano Granados el desfile de las fuerzas (archivo Joaquín Alcalde)
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En los primeros días del mes de diciembre de 1950 llegaba a Soria el batallón de Zapadores Minadores –los sorianos siempre le llamaron “el batallón”- para “guarnecer la plaza”. Era una vieja aspiración de las autoridades sorianas. La permanencia en la ciudad de las fuerzas militares resultó decisiva porque a partir del 6 de enero del año siguiente, es decir, cuando todavía no hacía un mes de su llegada, se anunció la celebración de la Pascua Militar por primera vez en nuestra ciudad, no sin cierto alarde tipográfico –para que no pasara desapercibida, vamos- en la primera página del periódico Campo, que contrariamente difirió bastante de la ofrecida acerca de su desarrollo, porque además de no incluir información gráfica –comprensible por las dificultades técnicas de aquellos años- para lo que se había presentado poco menos que como un acontecimiento, la crónica se despachó en páginas interiores con un texto que malamente excedía las treinta líneas a dos columnas. El caso es que “a las doce del pasado día 6 [de enero de 1951], se celebró, por primera vez en nuestra Ciudad, la Pascua Militar en el Gobierno civil”, presidida por su titular. Asistieron las fuerzas vivas de la ciudad, es decir, los de siempre, y habida cuenta la ocasión además del Gobernador militar (representado), “todos los Jefes del Gobierno Militar, Caja de Recluta, oficialidad del Batallón de Zapadores Minadores y representación de la Guardia Civil y Policía Armada”. Durante la recepción la Banda Municipal de Música interpretó el Himno Nacional y terminado el acto, “autoridades y asistentes trasladáronse a la puerta principal [de la representación del Gobierno en la provincia, el Gobierno Civil] para presenciar el desfile de una compañía del Batallón que guarnece la plaza, que lo hizo con escuadra de gastadores, banda de cornetas y tambores, en traje de gala, y bandera. El desfile fue presenciado por gran cantidad de público que llenaba las calles Alfonso VIII y Vadillo” (más tarde se prolongó al Collado). La jornada terminaba en el salón de actos del Gobierno civil. Allí se sirvió una copa de vino español a las autoridades y asistentes a la recepción tras la que un mando militar “pronunció emotivas y patrióticas palabras” contestadas “en exaltados términos de acendrado patriotismo, [por] el Excmo. Sr. Gobernador Civil”.
La Pascua Militar continuó celebrándose algunos años más alternando el Gobierno civil con el Palacio de la Diputación Provincial y el Cuartel de Santa Clara, con muy parecido si es que no idéntico boato, bien es cierto que fue languideciendo y sin que llegara a calar en la sociedad soriana, acaso porque condicionada como estuvo desde el principio a la presencia del Batallón, la realidad es que mientras la guarnición permaneció en la ciudad no pudo resistir el lento pero irreversible proceso de desmantelamiento (o como se denominara en términos militares) al que fue sometida hasta finalmente quedar en nada, y ello lo acusó, como no podía ser de otra forma, el acto castrense de cada 6 de enero, que había terminado convirtiéndose en una rutina más de la Soria de la época hasta que en los albores de los años sesenta no volvió a saberse más de ella. Curiosamente cuando desde la opinión pública se volvía a insistir desde una tribuna periodística que “Soria debe tener guarnición” y se abogaba por la continuación de las obras –paralizadas hacía años- del cuartel que comenzó a construirse al final de la avenida de Valladolid, poco antes del nudo del Caballo Blanco.