Ramón el castañero, Ramonín, en su puesto de el Collado (Archivo Histórico Provincial)
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En tiempos no tan remotos el Collado era bastante más que ahora el centro comercial de Soria y lugar de paso obligado hacia cualquier punto de la ciudad. Era la referencia de la vida de los sorianos. Por el Collado, todavía abierto a la circulación de vehículos, pasaban los trabajadores al término de su jornada laboral lo mismo al medio día que al final de la tarde; quienes tenían que realizar sus compras en los comercios establecidos, llevar a cabo cualquier gestión en las oficinas públicas o en las entidades bancarias concentradas en la arteria principal y en las zonas colindantes, pero, sobre todo, se trataba de la antesala del tiempo de ocio y para muchos el escenario en sí mismo para solazarse. Porque, en efecto, “dar una vuelta” por El Collado resultaba una cita obligada, casi a modo de rito, antes de acudir a la sesión de cine de las ocho en el desaparecido Avenida y, por supuesto, a la salida en torno a las diez de la noche para comentar la película y sus incidencias. El Collado era por encima de todo el lugar en el que poder encontrarse con el que uno fuera buscando sin necesidad de haberse citado. Y, por supuesto, de la tradicional tertulia de los agricultores del mediodía de los jueves delante del Torcuato. Por eso quizá pueda resultar lógico a la luz de hoy que al ser El Collado de paso obligado se establecieran en él puestos de venta de temporada, en la terminología moderna, uno de cuyos iconos era el del castañero.
Desde hace varios años –no muchos- cada invierno se halla instalado en la plaza de Herradores, esquina del Banco de Bilbao, un nuevo puesto de venta de castañas con su correspondiente asador en el que las viejas generaciones de sorianos quieren ver reflejado, aunque en versión bien diferente, al castañero de siempre, es decir, al fiel notario del acontecer de tantos días de crudo invierno desde su ubicación en el lado izquierdo de los soportales de El Collado, bajando hacia la Plaza Mayor desde Mariano Granados, justamente delante del que fue uno de los templos del comercio soriano como sin duda lo era la antigua y hace tiempo desaparecida librería y papelería de Santa Teresa, conocida comúnmente como El Jodra. Aunque llegados a este punto no estará de más señalar, para evitar equívocos, que en la acera de enfrente, junto a la tienda de chucherías conocida como “la bollera”, funcionó durante un tiempo otro punto de venta de este típico producto navideño e invernal que, sin embargo, no tenía ni con mucho el encanto y la fascinación y, por supuesto, la clientela y el prestigio del que ya entonces constituía inevitablemente una de las referencias de aquella Soria de los difíciles años de la posguerra.
Pues bien, el castañero de siempre, no tanto físicamente él como una nueva generación de la familia Fuentes, cuya cabeza visible fue últimamente Ramón, el recordado Ramonín para la gente de su época, siguió fiel a la cita y mantuvo una tradición que le venía de antiguo. Y en el mismo sitio de siempre los continuadores de la dinastía siguieron ubicando la artística, entrañable y bien podría decirse que única máquina asadora de castañas de este tipo, que seguía siendo la misma que utilizaban sus antepasados. Un lujo en el conjunto de los pequeños detalles que contribuyeron a mantener la tradición y a dar contenido a la vida diaria de los sorianos.