Fuente en la calle y plaza de Tirso de Molina, donde esta en la actualidad la Escuela de Arte (Archivo Histórico Provincial))
_____
Pero además de las fuentes citadas en el capítulo anterior, había otras muchas, igualmente públicas, en torno a las cuales se va a intentar hacer un recorrido aún siendo conscientes del riesgo de omitir alguna.
En efecto, si comenzamos por el centro de la ciudad habría que situarse necesariamente en la que se conoce como plaza de Mariano Granados –popularmente del chupete- porque en el centro se encontraba la desaparecida fuente que le dio nombre. Y si se continúa por la aledaña plaza de El Salvador, quién no recuerda la que estaba en la fachada del antiguo Hospital de Peregrinos -para los sorianos el familiar hospitalillo-, junto a la antigua iglesia. Como tampoco la de la plaza de La Blanca, muy próxima también a la que acaba de citarse, colindante con la casa de la frondosa parra cuyas uvas malamente dejaban madurar los chicos del barrio.
Si se pasa a la contigua de los Condes de Lérida habría que mencionar la existente entre el convento de las clarisas y la iglesia de Santo Domingo, con lo que se llegaría a la Plaza de Abastos para hacer referencia a la que existía en la esquina del callejón de San Miguel de Montenegro, el que conecta el mercado con la calle Doctrina, concretamente en el que fue Colegio de la Presentación, en la actualidad sede de las Aulas de la Tercera Edad. Muy próxima, la de la plaza del Carmen –oficialmente de Ramón Ayllón-, junto a las escaleras de acceso a la calle Condes de Gómara; a pocos pasos, con sólo cruzar la Cuesta de la Dehesa Serena, la de la plaza Cinco Villas, delante del colegio de La Arboleda, donde sigue; y algo más arriba, la existente en la calle Tirso de Molina, en el solar en que está la Escuela de Arte.
En otros barrios de la ciudad podía encontrarse uno con la fuente que existía detrás de los corrales de la plaza de toros, más o menos en lo que es el bar Albero, subiendo a Santa Bárbara, y por supuesto con el abrevadero próximo para el ganado que se había trasladado desde la calle Campo, con conducción independiente de agua potable para el consumo humano; la del ventorro, al final de la avenida de Mariano Vicén, poco antes del paso a nivel; o la de la muralla de la ermita del Mirón, que continúa allí y se sigue utilizando. Del mismo modo que la que había en el Tovasol, en el paseo del Postiguillo, en la muralla, junto al puente de piedra, y cruzado éste, si se sale del casco urbano por la carretera de Zaragoza, la de la fachada del inmueble conocido como la posada; la del parque del castillo, junto a los depósitos viejos, que también está en funcionamiento, o la del final de la calle Teatro, sin olvidar, en fin, la que se encontraba en la plaza de San Clemente adosada a la pared de la iglesia.
Todas, y a pesar de que la práctica totalidad de las viviendas de la ciudad -salvo excepciones concretas- contaban con un servicio tan básico como el del agua potable, seguían cobrando sentido, sobre todo para los chicos del entorno más próximo que tenían en ellas, además de un elemento de diversión, la posibilidad de mitigar la sed y atenuar el sofocón entre juego y juego, con mayor razón en el verano, porque no hay que olvidar que entonces los más jóvenes se pasaban el día en la calle -es un decir- y la vida transcurría en el barrio.
Luego había manantiales propiamente dichos, asimismo de agua potable y por tanto apta para el consumo, que no dejaban de tener su clientela avalada por una serie de efectos estimulantes que tradicionalmente les venía otorgando la sabiduría popular por más que rara vez llegaran a conocerse los efectos prácticos que se les atribuía. Pudiera ser el caso del de la Fuente del Rey, en el camino antiguo de Las Casas, bajando desde la Residencia de la Seguridad Social; el de la calle Nuestra Señora de Calatañazor, bajando hacia el Soto Playa, popularmente llamado de la paciencia, acaso por el caudal tan pobre que daba, o el que existía junto a la que fue bautizada como casa del carbonero en el paseo de San Prudencio.
Y no podían faltar en este recorrido la de los leones, que hasta su actual ubicación en la Plaza Mayor rara vez se pudo ver con agua, y la del Sagrado Corazón, en el parque del Castillo, que tampoco es que se prodigara en plenitud. Porque la de surtidores de la plaza Mayor y la retirada de la plaza de San Esteban se concibieron más que nada como elemento ornamental, aunque en el caso de esta última no dejó de ser sino un armatoste que lejos de mejorar el entorno produjo un impacto negativo que afectó, y de qué manera, a la majestuosidad que irradiaba el edificio el Banco de España.