LOS VERANOS SORIANOS DE ANTAÑO (I)

El Perejinal, una de las zonas preferidas por los sorianos para disfrutar del verano (Joaquín Alcalde)

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Aquella Soria que poco, más bien nada, tenía que ver con la de ahora era la conocida como la Soria de los veraneantes –término acuñado y muy de boga en la época- en la que una de las notas de distinción era la excursión dominguera –“ir de campo”- a alguno de los parajes próximos a la ciudad como pudieran ser Maltoso o la Sequilla, a los que el desplazamiento podía realizarse andando, a no ser que viajando en el tren mañanero, por cierto muy utilizado por los cazadores particularmente el mes de agosto durante la desveda de la codorniz que se daban el madrugón -salía no más tarde de las seis de la estación del Cañuelo (la estación nueva para diferenciarla de la otra, la de San Francisco) y regresaba en torno a las diez de la noche- con el fin de estar temprano en las fincas de cualquiera de los pueblos del Campo de Gómara, se prefiriera hacerlo a la dehesa del cercano Martialay, en este caso para pasar, sin más, el día en el campo. Quedaba asimismo la posibilidad del autobús que cubría la línea regular entre la capital y Calahorra en el supuesto de que el destino fuera Garray, a los pies del yacimiento arqueológico de Numancia, exactamente en la arboleda situada aguas abajo del puente sobre los ríos Duero y Tera, cerca de su confluencia. Quedaba no obstante otra opción más sin necesidad de salir de la ciudad, pues el Perejinal –en la zona de la fábrica de harinas – también tenía su clientela y garantizada la pesca de cangrejos, a mano, con que aderezar la paella.

Lo hasta aquí dicho pudiera servir, con carácter general, para los domingos y fiestas de guardar, que era cuando únicamente podían permitirse este tipo, pudiera decirse, de excesos. De hecho así era, porque durante la semana el acontecer diario pasaba, en el mejor de los casos, por  la rutina del baño diario en el río en parajes tan sorianos y frecuentados como el Peñón, los tres escalones y el mismo Perejinal, en su parte más alta, aprovechando la enorme balsa a modo de estanque con agua corriente formada por la presa,  a los que más tarde hubo que añadir el Soto Playa, sobre todo a raíz de la puesta en servicio de las instalaciones que durante unos años gozaron de la general aceptación de los sorianos, cuando el caudal del río no era ni de largo el que alcanzó tras la construcción del embalse de Los Rábanos; en cualquiera de los casos, con el riesgo probable de que la corriente se cobrara alguna víctima, como desgraciadamente solía ocurrir cada año. Para entenderlo mejor, no debe perderse de vista que en la ciudad no sólo no había siquiera una piscina sino que la primera aún tardaría en construirse y poner en funcionamiento algo así como dos décadas. El paseo en barca, en el Augusto, desde el puente de piedra hasta la ya citada fábrica de harinas, era otra de las posibilidades que ofrecían las largas tardes de verano. Porque otros parajes, incluso fuera de la ciudad, a los que en el mejor de los casos cabía la posibilidad de poder salir de excursión y bañarse, como pudiera ser el pantano de la Cuerda del Pozo, y no muchos más, la verdad, eran desconocidos si es que no estaban por descubrirse, además de las dificultades de todo tipo que había que superar para poder efectuar el desplazamiento pues, por ejemplo, el uso del coche particular era un lujo que no estaba precisamente al alcance de la mayoría.