La Banda Municipal tocando en el árbol de la música un domingo de verano (Archivo Histórico Provincial)
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Los veranos sorianos tenían, en cualquier caso, una serie de hábitos que pasaban desde la asistencia a la misa de la mañana dominical en la ermita San Saturio –la mayoría andando, otros utilizando el servicio de aquel obsoleto autobús que partía del centro de la ciudad poco antes del inicio del oficio religioso- hasta la tertulia nocturna diaria en los barrios, tras de la cena, con la excusa de “salir a tomar el fresco”, y alguna otra si bien de composición más restrictiva, y por qué no, elitista, como pudiera ser la conocida al cabo de los años como de los cráneos que se formaba en la Dehesa, en la terraza del «orejas», después de comer, en torno a un grupo de intelectuales y eruditos, unos nativos, otros que estaban pasando aquí el verano, como Julián Marías, José Tudela, Teodoro del Olmo, Enrique Carrilero, José Antonio Pérez Rioja, Heliodoro Carpintero, Jesús Calvo, Teógenes Ortego, Clemente Sáenz, Agustín Pérez Tomás y Ricardo Apraiz, entre otros que se recuerden, que no pasaba desapercibida para los paseantes habituales del parque municipal soriano en el que los jueves al atardecer y los domingos al mediodía no faltaba el habitual concierto de la banda municipal desde el árbol de la música, amén de alguna otra celebración puntual que no solía faltar.
Había, por otra parte, unas cuantas fechas concretas en el particular calendario de los sorianos con celebraciones programadas que venían a romper la monotonía del día a día si es que no a poner una nota de singularidad en tan especial época del año. Era el caso de las fiestas de los barrios que se circunscribían, por lo general, a la celebración religiosa y a la verbena, en realidad un baile público, sin más, eso sí, con las calles convenientemente adornadas con cintas, cadenetas y algunas otras figuras confeccionadas con papelillos de colores. Entre ellas la de San Lorenzo (10 de agosto), el Carmen (16 de julio) pero sobre todo la de la calle Santa María (6 de agosto) eran las que gozaban del mayor grado de aceptación popular que quedaba reflejado en la concurrencia que registraban, de manera especial cuando coincidían con el fin de semana o víspera de festivo.
En cualquier caso, referencias obligadas de los veranos capitalinos eran igualmente la fiesta del patrón de los chóferes –San Cristóbal-, en realidad la continuación de los sanjuanes y al final de ese mismo mes de julio, la de los camareros, por Santa Marta, ambas con una notable incidencia en la sociedad soriana. Y por supuesto la de San Roque que tenía lugar cada 16 de agosto en la iglesia de El Salvador a la que asistía el ayuntamiento en corporación bajo mazas después de haber cruzado a pie el Collado a media mañana camino del templo, en una estampa de tipismo inolvidable, con el fin de asistir al oficio religioso y suplicar al santo misericordia con los apestados y protección de la ciudad. Por la tarde había la suelta de vaquillas en la plaza de toros.
La temporada estival, en fin, vinieron a enriquecerla años más tarde los Festivales de Verano -luego de España, pero en definitiva lo mismo- para concluir con la tradicional feria de ganado de mediados de septiembre que durante unos días llenaba la ciudad. Enseguida llegaba la novena de San Saturio y con ella las fiestas del patrón con las que oficialmente se daba por terminado el ciclo estival.
Me gusta recordar lo que hemos vivido los sorianos.Me encanta que haya personas que además se preocupen y nos lo pongan para emocionarse al leerlo .Enhorabuena al autor por darnos ese momento y por su trabajo