El edificio de Correos y Telégrafos en una imagen de los años treinta (Archivo Histórico Provincial)
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El edificio de Correos y Telégrafos estuvo marcando durante años junto con el Museo Numantino el final de aquel núcleo urbano que siendo generosos se prolongaba hasta el comienzo de la entonces carretera de Valladolid (el pomposo nombre de avenida lo tomó después) de imprevisible futuro en cuanto al desarrollo urbano se refiere que devino, sobre todo en su primer tramo, hasta la estación de autobuses, en uno de los mayores despropósitos acometidos en la ciudad en las últimas décadas y eso que se estaba todavía a tiempo de evitar semejante desaguisado.
Su particular historia, y bien larga por cierto, tiene la que en un primer momento se dio en llamar Casa de Correos y Telégrafos o Palacio de Comunicaciones, nombres ambos manejados en la época. Porque, en efecto, si bien es cierto que los servicios comenzaron a funcionar en las nuevas instalaciones en el verano de 1933, la realidad es que a comienzos de siglo XX las autoridades locales ya estaban dándole vueltas a un asunto que les preocupaba. Las oficinas de Correos y Telégrafos se encontraban instaladas en precario reaprovechando viejos caserones primero en la plaza de Teatinos (hoy Bernardo Robles, mejor de Abastos, nombre más popular y conocido), en una ubicación, por cierto muy criticada por los ciudadanos porque suponía una serie de dificultades y peligros para el tránsito público, según recoge la profesora Montserrat Carrasco en su obra “Arquitectura y urbanismo en la ciudad de Soria. 1876-1936”, y más tarde en la plaza de la Leña (Ramón y Cajal). De modo que se estuvieron manejando diversos emplazamientos, entre ellos el de los terrenos resultantes del derruido palacio Marqués de la Vilueña –en la plaza de Mariano Granados-, del que al final no quedó más remedio que desistir. Se comenzó a hablar del paseo del Espolón y tampoco gustó pues las preferencias se decantaban por la céntrica plaza de San Esteban por considerarla un lugar más a mano y cómodo para el público. Otra de las soluciones manejadas fue la del Palacio de Alcántara –que, por cierto, se encontraba en estado ruinoso-, en la calle Caballeros (frente a la plaza del Olivo), tan de boga en los últimos tiempos, pero la propuesta quedó en agua de borrajas. De modo que no hubo más remedio que tirar por la calle de en medio y como solución se adoptó la de acondicionar algunas de las dependencias del palacio de los Condes de Gómara, que se recibió a regañadientes porque en realidad por lo que se estaba peleando era por la construcción de un edificio de nueva planta. Con las mismas, el ayuntamiento volvió a ofrecer una vez más el solar del paseo del Espolón contiguo al Museo Numantino. Y esta vez sí, el proyecto no tuvo vuelta atrás. En el mes de febrero de 1927 se hacía ofrecimiento del solar; el anuncio de licitación de las obras tenía lugar dos años más tarde a partir del proyecto redactado por los arquitectos Joaquín Otamendi (de él habrá que escribir algún día con mayor amplitud) y Luis Lozano; en el mes de diciembre de 1930 se procedía a la recepción provisional del edificio “cuya construcción ha durado unos 18 meses y ha costado al Estado unas 400.000 pesetas”, señaló el periódico El Porvenir Castellano que, a mayor abundamiento, añadía en la información que “en la nueva Casa de Correos se han invertido diecisiete vagones de cemento y ochenta toneladas de hierro”; y en los últimas días del mes de enero de 1932 tenía lugar la recepción definitiva del Palacio de Comunicaciones. Un acto rutinario revestido, sin embargo, de una especial solemnidad, que la ocasión, sin duda, requería.