El primer supermercado de la ciudad se instaló en la plaza del Vergel (foto cedida por Carmelo García)
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El primer supermercado como tal llegó a la ciudad en los primeros años sesenta del pasado siglo XX. En ese momento el pequeño comercio, por lo general de condición muy modesta, era el que predominaba y en la práctica el único que existía y tenía la exclusiva del abastecimiento.
Y por extraño que pueda parecer hoy, no tanto en la época que lo seguía viendo como una nota más de normalidad, el primer supermercado –que así se llamó- no lo promovió la iniciativa privada sino el Gobierno de la Nación a través de la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes y su Delegación Provincial en Soria, que no era sino el organismo estatal encargado de garantizar a los ciudadanos el abastecimiento de los productos de primera necesidad, entre una de las competencias que le atribuía la ley.
En cualquier caso, el origen de lo que sin duda constituyó una auténtica novedad en el comercio y revolucionó al empresariado del sector, pero, sobre todo, a los consumidores sorianos, hay que situarlo al final de los años cincuenta cuando la Organización Sindical (el antiguo sindicato vertical) tuvo el decidido propósito de sacar el proyecto adelante. El propio Delegado Provincial Sindical convocó una “importante Asamblea de industriales del ramo de Alimentación de acuerdo con las normas dictadas por el Gobierno de la Nación, encaminadas a regular el mercado y llevar a cabo la renovación y estabilización claramente necesaria del comercio”, dijo en su referencia el órgano informativo de los sindicatos, el boletín Recuerda, que incidía en que “las características de estos establecimientos (supermercados) son las de autodespacho para servir los alimentos en unas condiciones de presentación especial, en unos locales también acondicionados para ello”, y abundaba en consideraciones de índole sanitaria y de consumo además de resaltar la comodidad y lo atractivo que iba a resultar para el consumidor realizar las compras. Un lavado de cerebro en toda regla, para qué engañarnos.
Lo cierto es que, siempre según el mismo medio, “como resultado de la reunión, se acordó constituir la Sociedad correspondiente y formular la solicitud oficial para que en el menor plazo posible sea una realidad en nuestra capital la apertura de un importante establecimiento de Autoservicio”. Es decir, que el proyecto, al que todo dios dijo amén –si hubo voces opositoras no trascendieron-, contaba con el beneplácito de los más directamente implicados y, en definitiva, tenía luz verde..
Pues bien, pese a los buenos propósitos de los principales actores, el supermercado en cuestión –en realidad un barracón prefabricado y por consiguiente desmontable- se instaló en la Plaza del Vergel, en la cara norte del llamado todavía oficialmente Instituto Nacional de Enseñanza Media. El acto de apertura, el 14 de diciembre de 1962, es decir, unos días antes de las celebraciones navideñas, se tuvo el buen cuidado de revestirlo de una gran solemnidad, algo por otra parte muy propio de la época, sin que faltara la bendición de las instalaciones por don Gaudencio, el párroco de La Mayor. Fue tal la novedad y el revuelo que se produjo que el primer día de apertura al público fueron alrededor de tres mil las personas según el periódico Campo Soriano – en no más de mil las estimó el otro medio que salía en la capital, Soria Hogar y Pueblo- las que compraron en él. Hubo, en todo caso, coincidencia en la importante afluencia de público que acarreó colas en las cajas del establecimiento.
Del inicio de la actividad, las informaciones de prensa destacaron por ejemplo que “la presentación al público del extraordinario surtido en ultramarinos, licores, frutas, fiambres, conservas de pescado, repostería, jabones y otros, es altamente esmerado”; que “todos los artículos se hallan empaquetados y estampillados con sus precios respectivos”, uno de los caballos de batalla de siempre; que “el cliente al entrar recibe una bolsa de plástico en la que va echando aquello que ha elegido”, y que, en fin, “después, en caja, se toma nota de las mercancías y, detalladas previa operación aritmética electrónica, el cliente hace efectiva la cantidad correspondiente”. Es decir, la mecánica rutinaria de hoy, a la que nadie da importancia, pero que entonces fue una novedad en toda regla.
El día de la apertura el litro de aceite puro de oliva costaba poco más de 24 pesetas, alrededor de 15 céntimos de euro; una lata de 400 gramos de sardinas en aceite, 16 pesetas, o sea, 10 céntimos de los de ahora; el kilo de garbanzos andaba entre las 12 y 14 pesetas, poco más de 7 céntimos de euro; el kilo de jamón serrano se cobraba a 105 pesetas, aún no 65 céntimos de la moneda actual, y por resumir y no alargar la lista, los licores tenían “unos precios muy módicos”. De ahí que algún tiempo después el tomo de la publicación oficialista España en Paz dedicado a Soria recogiera con el tono triunfalista que propiciaba la ocasión que con la instalación del supermercado “se consiguió no sólo cortar de manera radical la continuada alza de precios, sino la reducción de los mismos en un 15 por 100 aproximadamente”, y que su éxito queda reflejado en las ventas conseguidas, que “han superado todos los cálculos previstos”.
El supermercado de la Plaza del Vergel estuvo funcionando durante algunos años con notable grado aceptación por parte de las amas de casa y de los consumidores en general, aunque no por ello pudo sustraerse a la puesta en práctica de sistemas para incitar a comprar en el establecimiento porque a menudo podían leerse en los periódicos anuncios insertados como publicidad, por lo general en la primera y última páginas y no en las interiores, anunciando el resultado del sorteo del regalo semanal “consistente en una afeitadora marca Remigton”. De donde no resultará exagerado colegir que tras la euforia lógica de los primeros momentos el establecimiento no tuvo más remedio que andar procurando su cuota de mercado como cada quisque.
Las nuevas tendencias y hábitos de la sociedad la llevaron irremediablemente a los circuitos de consumo tras los duros años del racionamiento acabando con lo que para los sorianos fue novedoso proyecto. La estructura pudo verse al cabo de los años en el patio de un colegio de Ólvega.