PASEAR POR LAS MÁRGENES DEL DUERO (I)

El conocido como puente de los soldados fue construido por efectivos del Batallón de Minadores en los primeros años cincuenta (Archivo Histórico Provincial)

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En la legislatura municipal (2003-2007) de Encarnación Redondo (PP) se llevó a cabo la recuperación de las márgenes del río, fundamentalmente la derecha, en el tramo comprendido entre las inmediaciones del viaducto (en Soria no hace falta precisar que es el del ferrocarril) hasta el puente de piedra.

Una nueva corporación municipal, la siguiente, encabezada en este caso por el socialista Carlos Martínez Mínguez, acometía empeño semejante en la margen izquierda, entre las inmediaciones de San Juan de Duero y el Perejinal.

Desde entontes las rehabilitadas y no suficientemente conocidas hasta ese momento zonas de las márgenes del Duero están siendo infinitamente más frecuentadas y disfrutadas por los sorianos que lo fueron durante décadas cuando transitar por ellas resultaba tarea harto imposible. Hoy pasear, por ejemplo, tanto por el entorno de La Rumba hasta el Puente de Piedra, como por el del Perejinal, partiendo de San Juan de Duero, se ha convertido en un hábito pues atractivos, además de los paisajísticos, no sólo no faltan sino que, por el contrario, abundan.

Si hasta hace unos pocos años, situándose uno en el viaducto, el restaurado puente de Carlos IV –en la antigua carretera de Madrid-, se conocía prácticamente de pasada, ahora  puede contemplarse con detalle, y, sin demasiado esfuerzo, las ruinas de la que fue casilla de peones camineros tan cerca de él. Del mismo modo que algo más arriba, en la finca de Maltoso, la caseta del ferrocarril en la línea Soria-Torralba, próxima al puente de hierro de La Rumba, una infraestructura esta última, de la que aún quedan restos visibles de los anclajes, que, tras dejar de prestar servicio ferroviario y hasta que fue retirada al final de los años cuarenta, tuvo temporalmente uso peatonal pues era el camino más corto para trasladarse desde la ciudad a lugares no demasiado lejos como Valhondo y la Sequilla –hace años anegada-, si es que no al propio Maltoso, cuando una de las contadas costumbres veraniegas de los sorianos pasaba por ir de campo. Por cierto, del antiguo tendido para el alumbrado que transportaba la luz desde de La Sequilla, aún puede verse una de las torres junto a la vía del tren, en las proximidades del estadio de fútbol nuevo.

En cualquier caso, la puesta en funcionamiento del embalse de Los Rábanos, a mediados de los años sesenta, modificó sustancialmente no sólo el entorno sino la práctica totalidad del tramo del río a su paso por la capital hasta la zona del Perejinal y la fábrica de harinas, de tal manera que buena parte de las fértiles huertas del barrio de La Rumba, donde bastantes familias residentes en él trabajaban y vivían de ellas, quedaron bajo las aguas. No corrieron mejores tiempos para las pasaderas instaladas en 1943, en el conjunto de una serie de obras abordadas con motivo de la celebración del Centenario de la canonización de San Saturio, frente a la ermita del Patrón, algo más abajo de donde está ahora la pasarela peatonal, que han podido verse tantas cuantas veces –no muchas, ciertamente- se ha abierto la presa de Los Rábanos y las aguas del río han vuelto a discurrir por el cauce antiguo. Por el contrario, y salvo parcelas muy concretas, sobrevivieron y allí siguen, ahora al borde del río, en las proximidades de la salida de las aguas residuales, una vez depuradas, dos antiguas construcciones –ambas sin uso-, una de ellas perfectamente identificable, es el caso de un viejo transformador de luz, y la otra una caseta contigua desde la que mediante unos equipos, parte de los cuales pudieron verse en el interior hasta no hace mucho, se elevaba el agua hasta la vía del tren para una vez en ella, y a través de una conducción paralela, hacerla llegar a la estación del Cañuelo con el fin de abastecer a las viejas e inolvidables máquinas de vapor.