El Campo del Ferial, en su parte alta, ya urbanizado (Casimiro Rodrigo)
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Sin apenas repercusión informativa, por decirlo de alguna manera, redactado casi en clave y prácticamente perdido entre el fárrago de los asuntos abordados por el pleno de la corporación municipal, que, por cierto, no revestían ni de largo semejante importancia, se supo tres días después que en la sesión del 15 de enero de 1947 el ayuntamiento de la capital, presidido por el alcalde Mariano Íñiguez García, había tomado un acuerdo que, sin necesidad de que transcurrieran muchos años, iba a resultar clave para el desarrollo de una de las zonas céntricas de la ciudad. Pues, en efecto, sacaba a pública subasta las parcelas edificables, hasta un total de 12, del que se conocía como Campo del Ferial, con tipos que, según la superficie del solar, oscilaban entre las 29.970 y las 61.177 pesetas de entonces, o sea, 371,29 y 179,80 euros respectivamente en la moneda actual, con una serie de prescripciones como la referida a la altura máxima de los edificios que “será de 15,50 metros, medidos en su punto medio de fachada [con un] máximo de cinco plantas, no permitiéndose ninguna construcción inferior a cuatro”, se destacaba en el anuncio de licitación. No obstante, se precisaba más: “Esta manzana lleva un patio central que no podrá cubrirse nada más que hasta la primera planta y la fachada a este patio no podrá tener salientes ni entrantes”. Se trataba, en fin, de una buena parte del espacio multiusos, dicho sea en versión moderna, que había detrás de Correos y llegaba hasta la Tejera, concretamente el comprendido entre las actuales calles de Sagunto, Manuel Vicente Tutor y Mesta, y se utilizaba para todo, pues lo mismo servía para mercado de los cochinos de los jueves que estacionalmente de descansadero de las merinas tanto en su viaje a tierras extremeñas como a la vuelta, si es que no de ferial de ganados en las citas tradicionales de marzo y septiembre y del mercadillo de trastos viejos, a modo de rastro, que se instalaba para la ocasión. Porque en la parte más alejada del centro todavía se mantenía en pie el refugio antiaéreo construido durante la Guerra Civil, en evidente estado de deterioro además de ser un foco de suciedad. La zona la cruzaba el vial que describiendo una gran curva conectaba la plaza de Mariano de Granados con la que era y durante muchos años después continuó siendo carretera general (la de Madrid a Logroño, la N-111 en la terminología oficial), o sea la calle de la Tejera, a través de la del Ferial.
El ayuntamiento llevaba ya unos cuantos años trabajando en el empeño y, por qué no, recibiendo quejas como la que formuló el máximo responsable de la administración postal en Soria “solicitando el traslado del mercado que tiene lugar los jueves en la parte posterior del edificio de Correos por los trastornos que ocasionan los tratantes que ocupan las aceras y puertas del citado edificio”, al tiempo que la Hermandad Sindical Provincial de Labradores y Ganaderos proponía la adquisición de unos terrenos comprendidos entre Santa Bárbara y el Paseo de la Florida para la instalación del mercado semanal, el ferial y el descansadero de ganado, que no llegó a materializarse. Como tampoco el anunciado hasta la saciedad proyecto de abrir una nueva calle que sirviera de conexión entre la recién urbanizada del Campo y la de Rota de Calatañazor atravesando la de la Tejera. De la calle Campo hacía ya tiempo que se había retirado la fuente y el abrevadero y trasladado a la parte baja del riscal de Las Pedrizas, donde comienza la zona de discobares. La iniciativa, de la que nada más se supo y eso que el enorme panel explicativo de la actuación, con croquis incluido de cómo se contemplaba el resultado, estuvo la tira de años colgado en la fachada del inmueble afectado, se ejecutaría sólo a medias algunas décadas después cuando las necesidades del céntrico y emergente barrio poco o nada tenían que ver con las que en su día habían aconsejado abordar tan ambiciosa actuación. Pues, en efecto, derivó en el conocido pasaje particular, en una de las construcciones de la calle Tejera, que además de no responder ni de largo a las previsiones iniciales ni siquiera sirvió para paliar una problemática que los munícipes intuyeron en los años cuarenta. Como tampoco la “nueva vía de 18 metros”, de que se habló entonces, entre la calle Mesta –en la parte más próxima a la plaza de toros- y la Plaza del Vergel, que tampoco consiguió salir adelante, al menos según la idea que se presentó a los sorianos.
En todo caso, la reconversión de la zona era irreversible y, como consecuencia, el desarrollo de las aledañas, que no muchos años después ofrecían un aspecto difícilmente imaginable a la luz de las necesidades y de la realidad de una época complicada y difícil. No obstante en el conocido como triángulo de la calle Campo, que no era otro sino la parcela que ocupa el edificio de Cultura de la Junta de Castilla y León, aún estuvieron instalándose durante algunos años los circos y teatros ambulantes que llegaban a la ciudad hasta que el jueves 18 de enero de 1973 se firmaba ante notario la escritura de cesión del solar para construir en él la Casa del Movimiento, que no llegó a estrenarse como tal.