Confitería de la viuda de Epifanio Liso, a su lado «La bollera» .
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Si en la actualidad la céntrica calle del Collado y su entorno continúa siendo en buena parte la referencia comercial de la ciudad, antaño lo era todavía más cuando el núcleo urbano bien entrados ya en los años cincuenta iba malamente poco más allá de Correos y el Museo Numantino, y como mucho el final del paseo del Espolón.
Hablar del Collado es, por tanto, hacerlo de infinidad de efemérides, recuerdos, anécdotas, hechos y circunstancias acaecidos en el día a día de la ciudad.
Pues bien, aquel abigarrado y variopinto además de colorista Collado que en las horas punta del día presentaba infinidad de matices y posibilidades, ofrecía perfiles para los gustos más diversos. Uno, como se ha dicho, el de la faceta comercial y en particular el de un sector muy acreditado tradicionalmente como el de las confiterías, todas ellas instaladas a lo largo de la arteria principal de la ciudad sin rebasar ni con mucho la plaza de San Esteban viniendo en dirección a la Dehesa desde la Plaza Mayor. Vamos, que todas estaban concentradas en un pequeño tramo que merece la pena traer a colación aunque solo sea para refrescar la memoria de un tiempo pasado y el conocimiento de las generaciones modernas.
De manera, que comenzando por la zona más próxima a la entonces plaza del Generalísimo, nos encontraríamos en el número 10 de la calle General Mola, a la derecha, con la confitería de Pablo Herrero, “especialidad en mantequillas y mantecadas” se promocionaba en la época; algo más arriba, pero en la acera de la izquierda, junto al mítico cine Ideal, en el entorno que los sorianos maduros siguen conociendo como el ensanche, estaba La Azucena, “Sucesor de Silvino Paniagua” pudo leerse durante años en la parte superior de la fachada que daba a los portales del Collado. En ese mismo lado, en el número 29 (anteriormente el 17), la confitería La Delicia, de la Viuda de Epifanio Liso, que fue distinguida con el Gran Diploma de Honor en la Exposición Hispano Francesa de Zaragoza de 1908 “por su exquisita elaboración de mantequillas y mantecadas” y asimismo premiada en Bruselas en 1910 y en Madrid en 1913. También muy cerca, en el 41 del Collado, La Exquisita, “conocida por la esmerada elaboración de tortas y bollos”, cuyo titular Manuel Hernández García ofrecía un “gran surtido en postres, dulces y yemas, riquísimas garrapiñadas [y] los mejores panes de leche” además de su “especialidad en mantequillas y mantecadas”. Y, en fin, contigua a la hoy óptica Monreal, la confitería de Eugenio Mateo en cuyo obrador de la calle del Instituto este reconocido maestro artesano elaboraba junto a los afamados productos clásicos, que no eran sino la mantequilla y las mantecadas, otros no menos acreditados como las sabrosas lenguas de obispo, los célebres quesitos de coco y las igualmente solicitadas tartas de almendra, del mismo modo que los caramelos que comercializó con nombre tan querido por los sorianos como lo es el de San Saturio.
Pues bien, junto a las confiterías tradicionales había otra no menos clásica, aunque frecuentada por un público diferente, generalmente los chicos, conocida popularmente como La Bollera, también en el Collado, entre la de la Viuda de Epifanio Liso y el Casino.
Esta pudiera decirse red de establecimientos se vio ampliada a mediados de los años cincuenta con la inauguración en el año 1954 de las Mantequerías Ruiz en la calle Ferial y tres años después, en 1957, las Mantequerías York en su actual ubicación de la Plaza de Mariano Granados, bien es cierto que respondiendo a un concepto bastante más amplio del que se había venido considerando como la pastelería tradicional, además de algunas otras de corta vida comercial que no llegaron a dejar poso.