El cementerio, nevado, en una imagen de 2017
_____
El próximo martes, 1 de noviembre, se celebra la Solemnidad de Todos los Santos, y al día siguiente la Conmemoración de los Fieles Difuntos, antaño las Ánimas del Purgatorio, al menos en el lenguaje coloquial.
En tiempos, la Solemnidad de Todos los Santos tenía la condición de “fiesta no recuperable a todos los efectos laborables” según el calendario de la Delegación Provincial de Trabajo que se publicaba en el Boletín Oficial de la Provincia, y estaba revestida de una parafernalia, de la que no queda más que el recuerdo, aunque con los tiempos perfectamente marcados. Porque, en efecto, unos días antes de cada Primero de Noviembre “el señor alcalde presidente del excelentísimo ayuntamiento de Soria” publicaba a través de los medios de comunicación un bando en el que de manera conminatoria venía a decir que “ante [ya entonces] el gran número de sepulturas del cementerio municipal de esta ciudad desatendidas por parte de sus dueños, se dispone que todos y cada uno de los deudos y representantes, exceptuándose los domingos y días festivos, procederán a las obras de reparación, pintura de verjas y cruces, y limpieza de dichas sepulturas antes del día 31 del actual [mes de octubre], pues en otro caso incurrirán en la multa de 5 a 25 pesetas (0,03 a 0,15 euros) por desobediencia a la autoridad”.
De tal manera que los días anteriores al de Todos los Santos la calle Caballeros era un continuo ir y venir, por lo general casi y exclusivamente mujeres –las familias acomodadas delegaban la tarea en las modernamente llamadas empleadas de hogar-, que provistas de los útiles precisos para la limpieza de la tumba que fuera se acercaban al cementerio para cumplir con la obligación, rito o costumbre, cuando no para evitar “el qué dirán”, que de todo había. Esto, naturalmente, por lo que se refiere al que en otra época y hasta no hace muchos años se conocía como cementerio católico, que era al que hacía alusión lógicamente el bando de la alcaldía y del que se está hablando, porque del otro, del civil –el pequeño recinto anejo e independiente, escasamente ocupado, que ofrecía un aspecto descuidado- nadie decía media palabra; vamos, casi como si no existiera. Una breve nota tomada de uno de los periódicos sorianos de la época para advertir el tratamiento que daba a la información acerca de cómo había transcurrido la jornada de Todos los Santos: “Tanto por la mañana como por la tarde acudieron al Cementerio Católico (nótese bien) numerosísimas personas depositando ramos de flores en las sepulturas de sus deudos. Como la temperatura era benigna, en el Cementerio se advirtió gran animación”, en referencia a uno de los últimos años de la década de los cincuenta. Y entre los visitantes se encontraban, por ejemplo, “miembros de la Guardia de Franco –una asociación de afiliados al Movimiento- [que] acudieron al sagrado lugar y oraron ante las sepulturas de los camaradas fallecidos”, figuraba, puntualmente, en la información que se facilitaba dando cuenta del desarrollo de la jornada.
Es decir, que la festividad de los Todos los Santos giraba alrededor de la visita al cementerio, con un desarrollo semejante o muy parecido al de hoy, en tanto que por la tarde comenzaba en las “parroquias e iglesias de la ciudad la novena en sufragio de las almas benditas del Purgatorio”, que se anunciaba cada día al anochecer, si es que no era ya noche bien cerrada, con el tañido triste de las campanas tocando a muerto, que era el ingrediente que faltaba para que el ambiente adquiriera el tinte tétrico que propiciaba la ocasión, al que contribuían, sobre todo en los barrios –que no estaban tan apartados del centro como hoy-, las calles lóbregas y vacías, especialmente las de los distritos periféricos de la ciudad. Se daban, en fin, todos los componentes para que los más jóvenes vivieran, sobre todo las últimas horas de cada uno de estos días de difuntos, atenazados por la temeridad o acaso el miedo.
En la ciudad, en fin, se respiraba el ambiente tristón propio de la efeméride, aderezado por la meteorología, que se las traía. Es decir, paseo al mediodía y por la tarde, por el Collado, en el supuesto de que la temperatura acompañase, que no era lo frecuente, y si llovía, por los soportales, con el tiempo justo para dar “una vuelta” apurando el tiempo que duraba el NO-DO, que no a todos los asistentes interesaba, antes de acudir al cine, a la sesión del Avenida de las siete y media, cuando no al teatro, pues era práctica habitual que en fechas festivas tan señaladas, y comercialmente atractivas, la empresa trajera compañías de comedias o programara espectáculos de variedades que no sólo no podían presenciarse a diario sino que en muy contadas ocasiones, como pudieran ser las fiestas, por lo general, las de San Saturio, pues ya se sabe que las de San Juan tradicionalmente han ido por otro camino, o las ferias de ganado.
Las castañas asadas, bien calentitas, en cualquiera de los puestos del Collado, los buñuelos de viento y los huesos de santo, en una de las muchas pastelerías abiertas entonces, representaban, desde el punto de vista gastronómico, las señas de identidad de estos días, siendo los productos de consumo típicos. De suyo apreciados y, por tanto, demandados, constituían un atractivo importante y no dejaban de suponer un buen recurso para el entretenimiento en los ratos de ocio, que en el sentido que tiene en la sociedad moderna, no existía como tal. Porque otros, como la tradición de ir el día de Todos los Santos al monte de las Ánimas a coger bellotas, hacía años que había desaparecido.