LA FIESTA DE LA INMACULADA

La iglesia de El Espino en una imagen de los primeros años sesenta

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En Soria, el mes de diciembre, ha sido tradicionalmente de celebraciones gremiales y locales. De entre estas últimas –y sin pretender ser, en modo alguno, exhaustivos- habría que citar la festividad de San Eloy que el gremio provincial de herreros celebraba el primer día de diciembre con lo que solía ser habitual: misa –en el caso que nos ocupa en la iglesia del Carmen- con “sermón panegírico”; más tarde asamblea plenaria para terminar reuniéndose “todos los asistentes en un fraternal banquete”. Y, naturalmente, la de las modistillas, para honrar a Santa Lucía, el día 13, la de los agentes comerciales  en honor a Nuestra Señora de la Esperanza, el 18 de diciembre.

En este breve y apresurado recorrido hay que hacer un hueco a una tradición muy soriana que viene teniendo lugar cada 4 de diciembre, festividad de Santa Bárbara, en la ermita de aspecto rural que le da nombre.

Pero de todas las celebraciones eminentemente sorianas del mes de diciembre acaso la más arraigada sea la de la Inmaculada, en otros tiempos, no muy lejanos, revestida de una solemnidad y boato que hoy no tiene.

En la ciudad, el 8 de diciembre se producían dos celebraciones, ambas por separado y en templos diferentes, aunque casi coincidentes en la hora, si bien hubo un momento –mediados los años cincuenta- en que alguien decidió que se llevaran a cabo de manera conjunta. El caso es que por una parte tenía lugar la del arma de Infantería y Cuerpos Auxiliares con una función religiosa de los militares –por lo general en la iglesia de los Franciscanos- que registraba pleno. A ella asistía Gobernador civil al que acompañaban el Gobernador militar, el Presidente de la Diputación Provincial, el Presidente de la Audiencia, el Fiscal Provincial de Tasas, el Subjefe Provincial y Jerarquías del Movimiento, jefes y oficiales de los cuerpos de Infantería, Guardia Civil y Policía Armada, representantes de los centros y organismos de la ciudad, soldados de Infantería de guarnición en la plaza y “numerosos fieles”.

Sin embargo la celebración más soriana y, por tanto, íntima del día de la Inmaculada corría a cargo del ayuntamiento de la capital que durante muchos años mantuvo la costumbre secular de acudir en fecha tan señalada para los católicos a la iglesia de Nuestra Señora del Espino, patrona de la ciudad, a fin de conmemorar “el voto solemne hecho a la Inmaculada Concepción”. De acuerdo con el protocolo lo hacía “bajo mazas”, junto al Cabildo Colegial, y un “gran número de fieles y nutridas representaciones de las cuatro ramas de Acción Católica y asociaciones piadosas”. La celebración consistía en una “misa cantada” oficiada por el párroco del templo, en la que no faltaba un “elocuente sermón” a cargo del orador sagrado con alusión a la festividad del día como tampoco que a veces “hiciera una detallada historia de los hechos gloriosos de nuestra Patria”, ni desde luego la participación del “coro dirigido por el maestro de Capilla de la Colegiata y Director de la Casa de Observación, D. Demetrio Gómez Aguilar”. Al término de la celebración religiosa era costumbre que la corporación municipal obsequiase al Cabildo y a la “prensa soriana con una copa de vino español en uno de los salones de las Casas Consistoriales”. Particular relevancia tuvo la celebración del año 1953 cuando “en jornada de inenarrable entusiasmo y de fervor mariano, se bendijo en Soria coincidiendo con la apertura del Año Mariano, la nueva imagen de Nuestra Señora del Espino, regalo del excelentísimo Ayuntamiento [que] fue solemnemente entronizada en el restaurado camarín” tras el incendio del templo el año anterior, se escribió con este motivo.

La costumbre se estuvo manteniendo hasta comienzos de la década de los noventa en que la Corporación municipal comenzó a plantear las dificultades que tenía para asistir como tal a la ceremonia, a la vista de lo cual se tomó el acuerdo de dejar de celebrarla, como ocurrió con alguna otra, de la que habrá oportunidad de ocuparse.