Celebrando la Nochebuena en bar Galería de la capital
_____
La Nochebuena está a la vuelta de la esquina. Un día y una fecha que abren un largo paréntesis en la rutina diaria de la sociedad de consumo. Antaño eran tiempos en que con la excusa de felicitar las Pascuas se pedía el aguinaldo, aguilando, allí donde la cultura más básica todavía no había llegado, una propinilla, a veces una buena propina, que venía estupendamente en esas fechas. Pedían el aguinaldo o aguilando las clases trabajadoras sobre todo, o lo que es lo mismo las más necesitadas. Algunas lo hacían de manera organizada. Los más habituales eran los barrenderos, enterradores y otros colectivos de empleados públicos pertenecientes a las escalas inferiores. Era el caso de los carteros y de los que trabajaban en el Juzgado Municipal, sin que faltaran los monaguillos de la parroquia o los repartidores del Boletín Oficial de la Provincia, cuando se imprimía en papel la publicación y se distribuía a los suscriptores a domicilio. En fin, todo aquel que prestaba un servicio público, cualquiera que fuera, se sentía con el legítimo derecho y tenía por costumbre pedir el aguinaldo. Y hubo unos años, cuando todavía había guardias de circulación en el centro de la ciudad, que los conductores tomaron la costumbre de obsequiar a los agentes con regalos la mañana del día de Nochebuena.
Eran tiempos, también, en que durante las navidades se visitaban los numerosos nacimientos que se ponían, belenes se dice ahora. «Vamos a poner el nacimiento», «Hemos puesto el nacimiento», etc., eran frases acuñadas. Los había en todas las iglesias de la ciudad, o al menos en la mayoría. Era habitual el del Frente de Juventudes, y en alguna ocasión incluso en el Gobierno Civil llegó a colocarse uno “monumental”, que mereció los honores de ser inaugurado con la pompa de rigor. Llamaba la atención, sin embargo, el del Hospital (hoy parroquia de San Francisco) con aquella casa que se iluminaba al introducir una perra gorda (moneda de diez céntimos de las antiguas pesetas) por la ranura que tenía abierta en el tejado, pero sobre todo el privado que montaba la familia de Claudio Alcalde en el primer piso de su vivienda de Marqués de Vadillo, esquina a la plaza de Herradores, que podía visitar el público, al menos el de confianza de la casa.
Una contribución novedosa y al mismo tiempo colorista y aceptada por los poderes públicos desde su inicio vino después, como hemos visto en alguna ocasión, de la mano del Centro Excursionista Soriano cuando al inicio de los años sesenta un reducido grupo de miembros y simpatizantes de la sociedad montañera tuvo la buena ocurrencia de subir a Urbión la mañana del domingo anterior al día de Navidad para colocar en el Pico un belén que nadie podía, o no debía, retirar hasta pasado el día de Reyes. En una etapa bastante más reciente, sería un grupo de piragüistas el que la tarde de Nochebuena tomó la iniciativa de colocar un belén en la isleta existente en el Perejinal, junto a la antigua Fábrica de Harinas, frente al Peñón.
Era aquélla una época en la que la cabalgata de Reyes constituía el mayor y casi único atractivo de las celebraciones navideñas, al menos como manifestación popular externa.
En definitiva, las navidades en su primera parte pudiera decirse se circunscribían a la misa del gallo el día de Nochebuena y muy poco más, o nada más. Aunque la mañana del día de Navidad era casi una obligación acudir a la misa Pastorela, en la antigua iglesia de la Merced, la del Hospicio, reconvertido por la Diputación Provincial hace ya años en la que conocemos como Aula Magna Tirso de Molina. La celebración, conocida popularmente como de Los Pajarillos, era una de las costumbres más entrañables de las navidades sorianas que venía celebrándose desde tiempo inmemorial. Cantaba un coro de voces mujeres jóvenes y no faltaba el acompañamiento de los más variados y originales instrumentos musicales como tampoco las tradicionales panderetas y zambombas, como asimismo unos diminutos botijos de barro llenos de agua con los que al soplarlos se pretendía simular el sonido de los ruiseñores. Desde luego nada parecido a lo de hoy.