La muralla de la ciudad, en la margen derecha del río Duero (Joaquín Alcalde)
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Con motivo de la rehabilitación de la muralla de la ciudad los sorianos nos hemos llegado a familiarizar con términos hasta ahora desconocidos para una mayoría significativa que se encontraban, a mayor abundamiento, fuera de los registros de la conversación coloquial. De manera que todos hemos aprendido algo.
Sin embargo, una de las cosas de las que en el mejor de los casos apenas se ha hablado, y si así ha sido se ha tratado de una manera se nos antoja que ligera y de pasada, es de “La campana de la queda”. Resulta ilustrativo en este sentido traer a colación lo publicado con la firma de Lorenzo Aguirre en Recuerdo de Soria en los años ochenta del siglo XIX, a modo de recuerdo del autor. El texto es el siguiente: “LA CAMPANA DE LA QUEDA, recuerdo característico de las costumbres sorianas. En aquellos tiempos, en que la vida parecía estar metódicamente reglamentada; cuando al oír las doce del día, ricos y pobres se apresuraban a realizar en el hogar doméstico la principal la principal función de la familia, las horas de la noche merecían especial atención. Todavía el alumbrado público era completamente desconocido en la ciudad, como en la mayoría de las de España. A las ocho en invierno y a las nueve en verano, al oírse el toque de queda, se disolvían las tertulias, y era cosa de ver el farolillo la linterna con que cada prógimo [sic], interrumpiendo la silenciosa obscuridad de la noche, se alumbraba hasta llegar a su casa, dando lugar a graciosos incidentes producidos por el inquieto y juguetón discurso de la gente moza. He de recordar entre otros –decía Lorenzo Aguirre-, el caso de un anciano a quien varias personas eligieron como blanco de sus bromas. Era de tan diminuta estatura que tuvo que hacer colocar bastante bajo el aldabón llamador de la puerta de su casa. Los bromistas alzaban el llamador de modo que el pobre señor no alcanzaba a él, y dejando en el suelo el farolillo tomaba carrera para saltar a alcanzarlo, apagándolo entre tanto los jóvenes aquella luz microscópica, teniendo que transigir el paciente con los que así le molestaban. Esto en aquellos tiempos solo tenía el carácter de una muchachada”.
El Aviso, como se le llamaba comúnmente a la Campana de la queda, estaba colocado en el sitio que nos ha llegado con el nombre de Puerta de Valobos, en tiempos de Ugalobos, frente al Cerro de los Moros –tan de actualidad ahora-, cuyo nombre parece ser de origen histórico, según alguna de las teorías que tienen vigencia y se siguen manejando. El cuidado de aquella campana y el cumplimiento de su destino, corrían día y noche a cargo de los vigías.
Y alguna aportación más de Lorenzo Aguirre. “Fuera de murallas, próxima a aquella puerta, estaba la iglesia de Nuestra Señora de las Viñas, así designada como patrona y protectora de las numerosas plantaciones que en sus cercanías, como en otros campos inmediatos a la población existían, de cuya importante producción son prueba los datos que suministran los libros de algunas parroquias”.