El Viernes de Toros en una imagen del final de los años cuarenta, cuando el viejo coso se llenaba (Archivo Histórico Provincial. Fondo Carrascosa).
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No es cuestión de indagar en las razones, aunque todos los indicios apuntan a que pudieran estar relacionadas con algún viejo privilegio vigente durante muchos años que la corporación del momento o alguna otra inmediata posterior debió otorgar a raíz de la construcción de la plaza de toros en favor de quienes habían contribuido a financiar la obra.
En cualquier caso, la realidad es que hasta bien entrados los años cincuenta del pasado siglo veinte los palcos de la vieja plaza de toros los sorteaba cada año el ayuntamiento tanto para la suelta de las vaquillas de la tarde del jueves La Saca como para los festejos del Viernes de Toros. Se trataba de un trámite habitual, por rutinario, que, sin embargo, lejos de esconder el trasfondo de la estructura clasista de la sociedad soriana, dejaba patente las profundas desigualdades sociales y el predominio, por encima de todo, de la oligarquía que movía los hilos.
Lo del sorteo de los palcos, venta en el lenguaje de entonces, estaba perfectamente regulado y controlado para que surtiera el efecto que se pretendía. La alcaldía tenía por costumbre publicar a mediados del mes de junio un bando dictando unas normas de carácter general para la celebración de las fiestas de San Juan, que no contenía sino la relación de algunos de los festejos sobradamente conocidos, con someras indicaciones de consumo interno relacionadas con el funcionamiento de las cuadrillas cuando no recordando la vigencia de una vieja normativa del Ministro de la Gobernación que regulaba la lidia de las reses el Viernes de Toros. La difusión de semejante tostón era señal inequívoca de que los sanjuanes estaban próximos.
Lo curioso de la redacción del aludido edicto, o lo que fuera, es que rompiendo el esquema cronológico que luego se respetaba escrupulosamente en el resto de los festejos ya en el artículo primero se anunciaba el sorteo de los palcos de la plaza de toros “en las salas consistoriales el día 27 del corriente [junio de 1944], a las doce de su mañana” –por referir un año concreto-, y la petición que tenía que formular quien quisiera entrar en él; y en el siguiente, esto es, el segundo, la preferencia en el mismo (es decir, el sorteo) de los accionistas que acreditasen su condición de tales con la presentación de los títulos. Privilegio que seguían conservando la friolera de noventa años después de la construcción del coso por más que no les resultara del todo gratis pues por los palcos de andanada principal y los balconcillos de tendido –los más solicitados de la vieja plaza-, que eran los que se sacaban a la venta, tuvieran que pagar cuarenta y dos y dieciocho pesetas respectivamente, o cincuenta y veinte, unos años más tarde, por aquello de la subida del nivel de vida. Cantidades, por otra parte, lo suficientemente importantes para cualquier economía y, por el contrario, malamente soportables excepto para el bolsillo de la minoría que gozaba de este privilegio. En la práctica suponía ni más ni menos que tener asegurado un año más el asiento en la abarrotada plaza, con lo que ello implicaba, con el aval de que para mayor garantía el sorteo se realizaba “en presencia de los señores Jurados”, según se anunciaba en la información oficial que difundía el ayuntamiento.
Alguien, no obstante, debió advertir que aquello era un abuso en toda regla y no muchos años más tarde se cambió el sistema de manera que la venta pasó a hacerse mediante sorteo público entre “todos aquellos vecinos que hayan dado su asentimiento a la celebración de las fiestas de San Juan y solicitado a los respectivos jurados de cuadrilla”. De cara a la ciudadanía se había producido un notable avance si bien en la práctica seguía existiendo la insalvable barrera del importe a satisfacer por el alquiler, que lejos de al menos mantenerse congelado se iba incrementando sucesivamente, con lo que el problema de fondo continuaba existiendo, o sea, la imposibilidad material, por carecer de recursos, de muchas familias sorianas que habían entrado también en fiestas y no podían darse el gustazo de ocupar el Viernes de Toros unas buenas localidades.
En cualquier caso, a quienes su economía se lo permitía, les merecía la pena el desembolso, pues a la seguridad de contar con una localidad sin necesidad de pegarse el madrugón, que quien más y quien menos tenía que darse por obligación si es que quería acceder a la plaza cuanto ni más para ocupar un asiento cómodo, había que añadir la distinción social que suponía ocupar asiento en uno de los palcos, de acceso restringido. Un año, en fin, hace ya muchos, se terminó con semejante cacicada que, sin embargo, continúa viva en la memoria de los más mayores.