FESTIVALES DE VERANO

Concierto Orfeón de Navarra en San Juan de Duero (2)

El Orfeón de Navarra actuando en los claustros de San Juan de Duero durante uno de los primeros Festivales de Verano (Archivo Histórico Provincial)

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Hoy, en tiempos de modernidad y de democracia, la cultura se entiende de manera diferente.

Antaño no, los ciudadanos de a pie no tenían la posibilidad de acceder y por ende disfrutar del tipo de cultura popular al que asistimos ahora. En aquella Soria provinciana de los años cuarenta y cincuenta tan sólo de tarde en tarde solía programarse alguna representación, a modo de espectáculo de variedades, por grupos aficionados de Educación y Descanso del Sindicato Vertical, y no faltaba de vez en cuando algún que otro «Festival de Coros y Danzas» de los de la Sección Femenina.

En estas se estaba cuando alguien tuvo un empeño especial desde el oficialismo imperante en que la capital se incorporase al circuito de los Festivales de Verano que acababa de poner en marcha el ministerio de Información y Turismo. Una programación de calidad, nadie lo dudaba, pero con unas exigencias económicas importantes para un ayuntamiento con pocos recursos como el de Soria. El ministerio era el que programaba y contrataba las actuaciones y el municipio el que tenía que pagarlas.

Hubo, si se puede llamar así, debate -acaso interesado- en la calle, al menos en los cenáculos de la época, pero al final la corporación que presidía el alcalde Eusebio Fernández de Velasco, presionada desde arriba, no tuvo más remedio que claudicar e incorporar a Soria a la red de Festivales aún consciente de la sangría que suponía para el erario municipal.

Pero resuelto el problema principal había que solucionar el del recinto. La plaza de toros no era el marco ideal y por lo que fuera el viejo teatro Avenida se desechó, que eran los que podían acoger las actuaciones. De modo que se optó por habilitar, con mucho gusto por cierto, los arcos de San Juan de Duero, donde se desarrollaron las primeras ediciones de los Festivales. La afluencia de público, aun siendo importante para la Soria de entonces, no fue suficiente. Se trataba de actuaciones dirigidas a un público muy concreto a cargo de orquestas de cámara y sinfónicas y agrupaciones corales de música clásica, que tenían lugar después de cenar, a orillas del río. No era desde luego el mejor reclamo para garantizar un ambiente adecuado fundamentalmente por la frialdad de las noches de verano sorianas junto al Duero.

Salvado pues el escollo inicial de poner en marcha los Festivales, lo demás resultó más sencillo. Con la idea, más bien exigencia, de que la ciudad no se quedara al margen del programa de Información y Turismo de los ya llamados pomposamente Festivales de España se decidió trasladar el escenario de las representaciones para fomentar la asistencia del público y hacerlas rentables o siquiera menos onerosas. El lugar elegido fue la Huerta de San Francisco, donde están la Biblioteca Pública y el Polideportivo de la Juventud.

En la Huerta de San Francisco, la cosa funcionó bastante mejor. El recinto, que no pillaba tan a desmano, se adecuó con sobriedad y al mismo tiempo con gusto y, lo que es más importante, la destemplanza de San Juan de Duero por la cercanía del río dejó de ser motivo de preocupación. Además se amplió la oferta incorporando al programa obras de teatro clásico, que no ofrecía la única sala comercial que funcionaba en la ciudad. De todos modos los Festivales de España -los sorianos siempre los llamaron de Verano- siguieron sin suscitar un interés especial, y como no llegaron a calar, la lógica natural aconsejó que lo mejor era olvidarse de lo que tenía más de acontecimiento social –que lo era- que de otra cosa.