Traseras del edificio de Correos y la calle Sagunto todavía sin urbanizar (Archivo Histórico Provincial)
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En Soria capital los jueves eran y siguen siendo un día especial a pesar de que el tradicional mercado semanal ha desparecido.
En los años cuarenta y cincuenta, sí había mercado y estaba muy concurrido. Claro que en la provincia había gente, en su mayoría joven, al contrario que ahora en que los pueblos se han quedado muchos de ellos vacíos y los pocos que viven ya no están para la danza semanal que supone viajar a la capital, además de no resultar tan imprescindible como antaño, porque la sociedad soriana, en definitiva, y sus necesidades son otras.
Entonces, además del mercado de verduras en la plaza de abastos, funcionaba también el de cochinos, que se colocaba en las traseras de Correos y del Museo Numantino, en la actual calle de Sagunto, cuando el entorno estaba sin urbanizar y las escasas edificaciones que existían eran menores, para trasladarse más tarde a Las Pedrizas, obligado por las necesidades que planteaba el ensanche de la zona. Era el verdadero mercado. Más tarde, aunque por poco tiempo, se quiso recuperar el antiguo mercado de cereales en la plaza Mayor y de hecho se celebró durante algún tiempo, también los jueves, en las inmediaciones del actual Centro Cultural Palacio de la Audiencia, entonces todavía sede de las tétricas y destartaladas dependencias judiciales y la no menos cochambrosa cárcel, pero apenas tuvo vida y terminó extinguiéndose por sí mismo.
Los jueves, también el de La Saca, por ejemplo, que entonces todavía no era fiesta local y por lo tanto a efectos comerciales uno más, o los miércoles en el supuesto de que fuera festivo, la ciudad rompía con la rutina diaria y adquiría un colorido especial. La Plaza de Abastos y la calle Estudios, en la que también se colocaban puestos de venta huevos, gallinas, conejos.., eran un hervidero. Los comercios, que durante la semana abrían a las nueve de la mañana y “echaban los tableros” a las siete de la tarde –incluso los sábados-, no cerraban al mediodía, hora en la que por cierto registraban una concurrencia importante de quienes acudían a comprar lo que necesitaban, desde abarcas, una gorra, un traje de pana y mantas para el invierno hasta bacalao seco, tocino bien gordo y salado –de aquel que venía en grandes cajas de madera- o jabón, arenques en los ultramarinos, y pintura que hacían a la carta en la misma droguería. El jueves anterior al Domingo de Ramos –por señalar una cita puntual-, no faltaban los manojos de romero. El horario continuado que se dice hoy permitía atender las necesidades de las gentes desplazadas desde muchos puntos de la provincia y especialmente de los pueblos cercanos, de manera que podían regresar a una hora prudente a sus localidades de origen bien en los coches de línea o en el tren y naturalmente quienes por la proximidad preferían hacer el desplazamiento en caballería y algunos andando, que también los solía haber. El viaje a la capital en automóvil particular además de ser un lujo reservado a unos pocos no se llevaba porque coches prácticamente no existían, y hablar de parque de vehículos era un eufemismo y en según los casos hasta una burla. Eso sí, antes se había comido a base de bien en La Oficina, La Apolonia o Casa Félix y los más distinguidos en el Hotel Comercio.
La evolución de la sociedad acabó como con otras tantas cosas con el día de mercado semanal. El que sigue denominándose así y continúa celebrándose cada jueves –a veces miércoles, según lo dicho- tiene que ver muy poco, casi nada, con el de aquella época.