Jura de Bandera en la Dehesa, junto al Árbol de la Música (Archivo Histórico Provincial)
_____
Si hoy el futuro más inmediato de Soria se cree que pasa fundamentalmente por disponer de una buena red de infraestructuras, hace años la palabra industrialización era el aldabonazo que percutía a diario en la conciencia de los sorianos. Las preocupaciones de entonces en materia de progreso eran otras. Se pensaba, por ejemplo, en el ejército como elemento dinamizador. De tal manera que cuando lo que había al final de la actual avenida de Valladolid, en la margen izquierda, no eran más que fincas de labor, hacía ya años que se había levantado allí la estructura de lo que en Soria se conoció como “nuevos cuarteles”. Uno de los ayuntamientos de finales de la década de los cuarenta acordó solicitar del entonces Ministerio de la Guerra el envío de guarnición y la continuación de las obras, paralizadas desde hacía tiempo. Pero los barracones, sin ningún tipo de uso que se recuerde y deteriorándose pese a la sólida construcción, permanecieron en pie hasta su demolición cuando la zona comenzó a perfilarse para alcanzar la configuración que ofrece en la actualidad.
No obstante, las fuerzas vivas lejos de resignarse no cejaron en el empeño de que Soria contara con guarnición. Y efectivamente, lo consiguieron, aunque para ello hubiera que echar mano de las viejas y destartaladas dependencias del cuartel de Santa Clara. De manera que en los primeros días del mes de diciembre del año mil novecientos cincuenta llegaba a Soria en tren a la Estación Vieja, el batallón de Zapadores Minadores, en medio de la expectación general. La noche era fría pero la ciudad se echó a la calle. La unidad tenía su base en Guadalajara y entonces la capital alcarreña debía pertenecer, como Soria, a la misma región militar.
El Batallón, como se le conocía, no estuvo muchos años y la mayor parte puede que en la fase del desmantelamiento progresivo que terminó con él algún tiempo después. Pero en todo caso la ciudad experimentó un cambio notable en el discurrir de la vida cotidiana. Los militares dejaron naturalmente el sello de lo personal en el ámbito puramente humano.
En lo estrictamente castrense las manifestaciones externas eran frecuentes. Desde la escolta al Santísimo y otras imágenes en las procesiones hasta la participación activa en las cabalgatas de Reyes. En días señalados la guarnición desfilaba por el centro de la ciudad, normalmente desde el Espolón hacia El Collado.
Pero la solemnidad más importante tenía lugar el día de San Fernando, el 30 de mayo. Se celebraba la fiesta del Batallón y solían jurar bandera los reclutas del reemplazo en un acto que tenía lugar en la dehesa donde se montaba junto al desaparecido y añorado árbol de la música el altar para la celebración religiosa y el resto de la infraestructura necesaria. Finalizada la jura de bandera tenía lugar una parada militar y el posterior desfile que no dejaba indiferente a nadie.
Ello con independencia de actos lúdicos entre los que no faltaba un espectáculo taurino en el que los actuantes eran los propios militares pues en sus filas no faltaban desde toreros, o al menos aficionados, alguno de Soria, hasta futbolistas que llegaron a jugar y destacar en el Numancia.
En el ámbito de lo rutinario la asistencia a la misa dominical en la iglesia de Santo Domingo suponía una nota de color en el discurrir monótono de la vida ciudadana. Los soldados llegaban en formación a las inmediaciones del templo, el único de la ciudad que por su capacidad podía albergar a la totalidad de los efectivos.
Como solían llegar con antelación, la tropa aguardaba el turno de espera sin romper la formación en el tramo comprendido entre la plaza del Rosario, junto a la iglesia, y la calle de la Tejera en su confluencia con la del Campo ocupando la totalidad de la calzada, sin que el tráfico se viera afectado porque la mañana de domingo la circulación por el centro de la ciudad era más bien escasa y en esa zona inexistente. Finalizada la misa, vuelta al cuartel, también en formación.
Y del paso del Batallón queda asimismo el recuerdo de las maniobras en el cerro de los Moros y en las inmediaciones de San Saturio, con la construcción de aquel pequeño pero coqueto y funcional puente de madera, arrastrado por una riada, que vino a sustituir a las antiguas pasarelas. Además de tantos y tantos otros cuya impronta permanece fresca en el recuerdo de quienes fueron testigo de aquella inolvidable etapa, que contada bien entrado el siglo veintiuno puede sonar a ficción.