EN SORIA HACE SESENTA AÑOS

Vista aérea de la ciudad en los primeros años sesenta.

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El fin de año se ha dedicado tradicionalmente a hacer balance. Puede que ahora se haya perdido esa costumbre o cuando menos no se cultive como antaño cuando el 31 de diciembre, y como mucho al día siguiente, 1 de enero, que, por cierto, salían los periódicos, en los medios de la época no faltaban las páginas habituales resumiendo el acontecer del ejercicio que terminaba, por más que en la práctica fuera un mero relato, sin ningún tipo de análisis, de cuanto había sucedido en la anualidad recién terminada,  que venía a ser una especie de relleno para cubrir el expediente. Aquello, para qué engañarnos, era del agrado del lector habida cuenta el contexto en que se movían los medios de la época, al menos los locales.

De modo que nunca está de más echar un vistazo al pasado especialmente si se hace con una perspectiva amplia para situarse, por ejemplo medio siglo atrás, y observar que en 1963 uno de los problemas que preocupaba a la corporación municipal era el abastecimiento de carne a la ciudad a cuyo efecto el alcalde Alberto Heras en solemne rueda de prensa –no proliferaban como ahora que se convocan a diario para no decir nada- hizo saber a los informadores, llamados “a su despacho oficial”, que se había instalado en la recientemente demolida Plaza de Abastos una cámara frigorífica “a 18º bajo cero con capacidad para almacenar seis mil kilos de carne, lo que permite que esta se venda a precios asequibles”, o la elección de la zona noreste del Parque del Castillo para construir el Parador de Turismo en detrimento de la antigua Huerta de San Francisco -la primera opción considerada- a los pocos meses de que el consistorio ofreciera terrenos en la parte más alta para la colocación de un poste repetidor de televisión que mejorara la recepción de las emisiones. Cuando no las circunstancias que aconsejaban la disolución de la Banda Municipal de Música acordada en el pleno del 7 de agosto por razones de índole presupuestaria, y no otras, derivadas de la normativa estatal y de la imposibilidad de poder ser atendida por el municipio.

Aquel año -1963- se produjo la inauguración de la entonces denominada Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos y la del Magisterio y las Anejas en la actual Ronda de Eloy Sanz Villa al tiempo que se daba el empujón definitivo para que un plazo relativamente corto desapareciera del centro urbano la estación vieja, que tantos problemas de todo tipo estaba ocasionando para el ensanche de la ciudad. Además era un hecho la construcción del que nació como Colegio Menor femenino (la Casa de la Sección Femenina) en la Plaza de José Antonio (ahora de Odón Alonso), junto al campo de San Andrés, y la presa de Los Rábanos, de la que nadie dijo absolutamente nada en su momento pero que tanto ha condicionado y sigue condicionando el paso del Duero por la ciudad.

Por lo demás, se anunciaba que el edifico que había comenzado a construirse veinte años antes en las afueras de la ciudad, muy cerca de la ermita del Mirón, para ser utilizado como sanatorio antituberculoso iba a ser Hospital General después de varias décadas de zancadillas e impedimentos de todo tipo de los poderes fácticos cuando realmente lo que comenzaba a demandar la sociedad soriana era una Residencia de la Seguridad Social, que aún tardaría en llegar.

En lo político, hubo relevo en el Gobierno Civil y por defecto en la Jefatura Provincial del Movimiento, pues en los primeros días del mes de marzo tomaba posesión el que sería nuevo inquilino del edificio de la calle Alfonso VIII, número 2, Antonio Fernández-Pacheco, relevando a Eduardo Cañizares Navarro, al que la Corporación Municipal soriana le nombraba hijo adoptivo y la Diputación, reunida en sesión extraordinaria, acordaba la concesión de la Medalla de Oro de la provincia, en ambos casos, siguiendo el acostumbrado protocolo al estilo del más puro oficialismo la época. Y en la faceta cultural tuvo amplia repercusión el éxito del compositor soriano Eduardo García Beitia “Ballenilla” en el acreditado festival de Benidorm con la canción “La luna tiene dos caras”, la actuación de la Ópera de Milán en el programa de conciertos de la Asociación Musical Olmeda-Yepes y, muy por encima de todos, la ubicación en el Palacio Provincial del cuadro de Alejo Vera “El última día de Numancia” propiedad del Museo de Arte Moderno que se encontraba en calidad de depósito en la Cámara de Comercio e Industria de Salamanca.

LA MISA DE NOCHEVIEJA EN LAS CLARISAS

Vista parcial de la nave central de la iglesia de Santo Domingo, con el alatar mayor y las monjas al fondo (Alberto Arribas)

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Es una de las ceremonias más entrañables, y quizá desconocida,  de cuantas tienen lugar en la ciudad durante las celebraciones navideñas.

Por eso, a los más mayores no pueda por menos que venirles irremediablemente a la memoria el recuerdo de la Misa Pastorela que se oficiaba en la iglesia del antiguo convento de La Merced la mañana de los días de Navidad, Año Nuevo y Reyes. Esta, la de Nochevieja, a la que vamos a referimos, tiene lugar en la iglesia de Santo Domingo cada 31 de diciembre cuando hace ya un buen rato que ha anochecido.

Se trata de una celebración muy sencilla que viene a ser la mejor referencia para despedir el año y recibir el siguiente. La ceremonia es en realidad por el Año Nuevo que va a estrenarse en muy pocas horas. Todo en el marco de un ambiente sobrio pero lleno de solemnidad con las naves del templo, iluminadas y engalanadas, luciendo un esplendor, del que se disfruta. La iglesia se llena, de tal manera que conviene acudir con tiempo si se quiere tener asiento a pesar de las sillas supletorias que tienen por costumbre colocar las monjas.

Desconozco si el culto que se oficia cada tarde/noche del día de San Silvestre tiene una denominación específica pues la realidad es que las monjas lo anuncian unos días antes con un pequeño cartel que colocan a la entrada del templo diciendo que se trata de una “misa armonizada” a las ocho de la tarde. De ahí que uno tenga el buen cuidado de no atribuirle ninguna denominación en particular a no ser la de “misa el día de Nochevieja en las Clarisas”, que todo el mundo entiende y de manera especial quienes tienen por costumbre acudir. Es una misa, esta del día de Nochevieja, anticipada al Año Nuevo, que el sacerdote oficiante felicita a los asistentes al final del culto.

No es, por lo demás, una misa al uso. Más bien, al contrario, tiene bastantes singularidades, una de ellas, que canta el coro de las monjas clarisas interpretando un amplio repertorio de villancicos que combinan con los cánticos propios de la celebración. Suenan la pandereta, la zambomba y otros instrumentos musicales que convierten la cita en única. Y eso sí, la duración es algo mayor que la habitual de cualquier misa diaria que apenas se percibe porque el tiempo transcurre sin apenas darse uno cuenta. La mejor referencia la ofrece el final cuando terminada la ceremonia el público que ha asistido se resiste a abandonar las naves del templo para deleitarse con el recital que a modo de propina suele ofrecer el coro.

Asistir a la misa armonizada que tiene lugar en la iglesia de San Santo Domingo cada 31 de diciembre a las ocho de la tarde, qué duda cabe es que una buena manera de despedir el año y de prepararse en el más amplio sentido del término para recibir el que está a punto de llegar.

Una de las tradiciones sorianas, en fin, que merece la pena conocer y sobre todo disfrutar.

 

EL BARRIO DE SAN PEDRO, PUERTA DE LA CIUDAD

Edificios frente a la concatedral, donde encuentra en la actualidad la remodelada plaza de San Pedro (Archivo Histórico Provincial)

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Por resumir. Con motivo de la exposición de las Edades del Hombre el barrio del San Pedro, y el aledaño del Puente, sufrió un lavado de cara, acaso no con la dimensión que hubiera sido de desear.

Aunque, en realidad, el comienzo de la transformación del barrio de San Pedro hay que situarla en los años cincuenta del siglo pasado cuando un Gobernador pretendió desarrollar lo que entonces se calificó de plan ambicioso que, básicamente, consistía en la demolición de los inmuebles de las calles Real y Zapatería –en un lamentable estado, que en su mayoría los hacía inhabitables- hasta el ensanche del Collado, pues no en balde se trataba de “viviendas insalubres, antihigiénicas, incómodas e impropias del siglo en que vivimos”, se llegó a argumentar –con toda la razón- desde el oficialismo, al margen de que porque así lo exigiera “el prestigio de la monumentalidad de Soria, ofreciendo por esa entrada, la magnificación que guarda en sus calles centrales y en las modernas del Ensanche” [del Collado].

En este marco comenzaron a surgir las nuevas edificaciones como el grupo denominado Miguel Álvarez, promovido por el Patronato Provincial Francisco Franco en recuerdo del estudiante malagueño asesinado durante los incidentes universitarios de 1956, y el que se encuentra enfrente, las dos al final de la calle Real, bajando hacia el río.

No obstante, y por las circunstancias que fueran, eso sí jamás reveladas hasta constituir uno de los secretos mejor guardados de la historia reciente de la ciudad, el plan se redujo  básicamente a eso y muy poco más. De tal manera, que sólo se acometió una parte del mismo en el tramo más próximo a la concatedral con las ruinas de San Nicolás –donde por cierto se construyó un refugio antiaéreo durante la guerra civil- en el meollo de la zona.

Fue un tiempo en el que el Barrio de San Pedro estuvo pudiera decirse en el candelero. El grado de interés del poder público por revitalizarlo llegó al extremo de que incluso se planteó la posibilidad real de construir en el paraje de “Los Colmenares”, o sea, en las traseras de la concatedral, aprovechando el desnivel de la ladera del Mirón, entre el Convento de la Merced y la ermita, una nueva plaza de toros en sustitución del ya entonces viejo coso de San Benito, que estaba pidiendo a gritos actuaciones importantes ante lo reducido de su aforo y las precarias medidas de seguridad con que contaba, pensando especialmente en las fiestas de San Juan y en el Viernes de Toros en particular –la gran obsesión de las autoridades en aquel momento a la vista de los llenazos que se producían y el fundado riesgo de accidente-; proyecto del que llegó a exponerse una maqueta en el escaparate de uno de los comercios del centro de la ciudad para quedar en nada.

Mas la ordenación del que hoy se conoce como Casco Viejo o Casco Histórico, tenía mayor calado, porque casi simultáneamente al ambicioso plan a que se ha hecho referencia se ponían en marcha las actuaciones para remodelar la plaza de San Pedro, que en la práctica suponía la conexión con la actualización desarrollada en la calle Real, aunque ciertamente no se materializaría hasta mediados los años sesenta; el resultado fue el arranque de la que conocemos, aunque bien es cierto que con otras implicaciones de indudable repercusión en el devenir de la ciudad como fue la reconversión del Tovasol y el lento pero progresivo despoblamiento del Barrio del Puente, del que como muestra queda poco más que el monumento de los Arcos de San Juan de Duero, una vez desaparecido, hace años, el verdadero fielato –a la derecha saliendo de la ciudad, nada más cruzar el remozado puente de piedra al comienzo de la década de los noventa- justamente enfrente del malamente así llamado, en tanto que del que funcionó en el que había sido convento de San Agustín –situado también junto al puente, pero en el lado izquierdo antes de llegar a él-, donde el ilustre agustino y poeta Fray Luis de León, muy joven aún, fue lector de Gramática, lo más que puede apreciarse es el detalle de lo que queda de su portada y el ventanal alargado, en la planta baja, de la oficina en la que se pagaban los derechos de consumo al entrar a la ciudad.

Pero la remodelación de la plaza de San Pedro no se completaría hasta casi una década después, consumada la demolición de las casonas existentes frente al templo colegial, ya con la consideración de concatedral, que daban carácter al barrio, y la desaparición de la típica fuente con estanque situada en el frontal de los primeros inmuebles de la calle Real, no sin que previamente se pensara ubicar en el espacio resultante la errática Fuente de los Leones -hasta llegaron a trasladarse allí las piedras, donde permanecieron una buena temporada-, en el intento de buscarle un acomodo, que aún tardaría en encontrársele, luego de ser desmontada de su anterior emplazamiento en el alto de la dehesa para erigir en su lugar el monumento a los Caídos, retirado no hace tanto tiempo.

Para que el proyecto pudiera llevarse a cabo con la menor respuesta social, si es que así cabía llamar a los movimientos opositores de la época, se hiló fino. Todavía en los años cincuenta, casi a su conclusión, se mostró en la Plaza de Herradores el proyecto para conocimiento de los sorianos mientras que los medios de comunicación manejados por el oficialismo de la época se encargaron de preparar el caldo de cultivo adecuado saliendo “a la palestra para estructurar una crítica constructiva”, al decir del Abad, Segundo Jimeno Recacha, que no tardó en aparecer en público firmando un amplio y argumentado escrito en el que mostraba su respaldo a la importante iniciativa que se pensaba acometer. Y aunque todo se desarrolló según las previsiones, pasaron casi diez años.

EL ENTORNO DE SAN JUAN DE RABANERA

El edificio de la Diputación Provincial sin las estatuas en la fachada ni el muro que lo separa del de la Delegación de Hacienda (Archivo Histórico Provincial)

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Se lleva ya tiempo –años- que el centro urbano se está peatonalizando. Una de las primeras actuaciones se acometió en el entorno de San Juan de Rabanera con alguna que otra fundada voz discrepante que no terminaba de ver claro el resultado del tratamiento al que había sido sometida una de las áreas más frecuentadas del núcleo urbano, en la que alrededor de la joya que es sin duda el templo románico existen otros edificios, como pueden ser el de la Diputación Provincial si es que no el de la Delegación de Hacienda, que llevan años integrados hasta el punto de contribuir a otorgar al conjunto una personalidad definida.

La apertura al público del Banco de España, el 24 de febrero de 1936, fue el primer paso que se dio a partir del cual comenzó a cambiar la cara de un conjunto que, aun no con la celeridad que cabía esperar, un cuarto siglo después presentaba un aspecto de suyo renovado cuando no desconocido. Pues mientras al comienzo de los años cincuenta, exactamente el 23 de junio de 1950, se inauguraba el edificio de la Delegación de Hacienda, abandonando, de este modo, las obsoletas y nada funcionales dependencias del Palacio de los Condes de Gómara, al final de esa década, la Dirección General de Urbanismo daba el permiso oficial (sic) a la propuesta que había hecho en su día la Corporación Municipal soriana presidida por el alcalde Eusebio Fernández de Velasco para proceder a la que se presentó como “nueva alineación de una vía medular urbana de Soria”. El proyecto, uno de los más importantes y ambiciosos desarrollado aquellos años, y por qué no en un amplio espacio de tiempo en el corazón de la ciudad, se extendía “desde la nueva Plaza del General Yagüe” (hoy Mariano Granados) hasta la calle de las Fuentes y la Plaza del Generalísimo (la Plaza Mayor) a través de las de Ramón y Cajal y del Olivo. Bien es cierto que para su materialización fue preciso demoler “esos auténticos obstáculos que forman los edificios de la calle Claustrilla en su cruce con la calle de Caballeros, y el de las Fuentes en su entronque con la de Rabanera, verdaderos peligros para la circulación y tránsito, perenne amenaza de accidentes de tráfico”, se argumentó desde el consistorio.

En todo caso, esta actuación iba a modificar sustancialmente, entre otras, el área de la iglesia de San Juan de Rabanera al llevarse por delante una buena parte de las traseras del viejo caserón que albergaba las oficinas de la Jefatura de Obras Públicas y dependencias municipales que utilizaban la Policía Municipal y el Servicio de Limpieza en el solar ocupado hoy por la sede central de la Caja Rural Provincial, del mismo modo que se procedía al ensanche de la que a partir de la remodelación pasó a llamarse calle de San Juan de Rabanera, hasta ese momento un verdadero cuello de botella.

Por aquel entonces también se le daba una altura más al edificio de la Diputación Provincial, se construía el muro de separación entre el Palacio Provincial y la Delegación de Hacienda, que venía a reforzar la imagen de cada uno de ellos, y el día de San Saturio de 1960 el Nuncio de Su Santidad, monseñor Antoniutti, procedía a la “bendición solemne” de la Casa Diocesana de Obras Apostólicas y Sociales Pío XII después de poco más de cuatro años de obras, además de esporádicas actuaciones menores, para dejar el enclave de la forma que se ha estado viendo hasta ahora.

EL GRUPO SAAS, EL TEATRO ENSAYO SORIA Y EL CERTAMEN “FIESTA EN EL AIRE”

Marqués del Vadillo y Mariano Granados, con el Espolón al fondo, en una imagen de los primeros años cincuenta (Archivo Histórico Provincial)

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Coincidente en el tiempo surgió junto a los que citábamos hace un par de semanas otro de los movimientos culturales importantes de aquella Soria que comenzaba a desperezarse. Porque, en efecto, “un grupo de expositores, que tienen en común dos cosas, su vinculación a Soria y su amor a las Artes Plásticas” –se señaló a modo de tarjeta de presentación- fue el germen del Grupo SAAS, uno de los colectivos sorianos reivindicativos donde los haya habido de la segunda mitad del siglo XX que desplegó una actividad intensa y prolongada en el tiempo, que dejó huella. El emblema de la ejecutoria acaso fuera el Salón del Toro en el Palacio de los Condes de Gómara, que en su día dio que hablar lo suyo, y del que Antonio Ruiz, cabeza visible del colectivo organizador y uno de los promotores que más se implicó en la iniciativa, escribió entonces que la muestra “ha demostrado también que es posible vencer recelos y conseguir la unión de esfuerzos para lograr un fin común”, porque –añadió- según Julián Marías “es infrecuente en España que las gentes se unan para hacer algo, si se trata de deshacer, ya es más probable”, en clara alusión a las reticencias de los gobernantes de la época cuando se les hizo saber el planteamiento. Todavía hoy, después de casi sesenta años, se sigue recordando el Salón del Toro, inaugurado, por cierto, el primer día de las fiestas de San Saturio de 1966, en cuyo programa oficial se incluyó.

Y también por aquel entonces, aunque algún año después, apareció el TES (Teatro Ensayo Soria), en la célula del Instituto de Bachillerato (el actual Antonio Machado), que se presentó como tal en su auditorio el 9 de junio de 1968 “con  dos piezas de Sastre y Priestley que nada tenían que ver con las que llenaban los aforos en la España y en la Soria de aquellos pasados tiempos”, se recordó al cumplirse los 25 años de la creación del grupo. “Sin darse cuenta [el TES] se convirtió para Soria en uno de los movimientos culturales más importantes –si no el que más- de la segunda mitad del siglo”, siguiendo una de las colaboraciones del monográfico del aniversario.

Por entonces, el llamado “Concurso de Actividades Artísticas del Productor” –con el que creció la generación de la posguerra- hacía ya tiempo que había dejado de celebrarse. Conocido en la calle como “Fiesta en el Aire”, por su similitud con el que desarrollaba Radio Nacional de España y organizó aquí la Obra Sindical de Educación y Descanso, representaba el mejor y único exponente de la inquietud cultural soriana de la época.

La actividad, según se publicitó, trataba de “dar ocasión a los artistas aficionados -en este caso a los productores que cultivan especialidades artísticas de escenario-, para que destaquen estas cualidades y como estímulo y premio a las mismas”, contó la revista Recuerda del sindicato vertical. Con lleno absoluto en la doble sesión de tarde y noche, por el escenario del Teatro Avenida –local donde se celebraba el certamen- desfilaron en la primera edición alrededor de cien concursantes en las distintas especialidades. “Premios en metálico, trofeos y regalos, constituyen un aliciente para estos concursos [que] se nutren fundamentalmente de las recaudaciones a precios mínimos” al margen de los donativos que “también se han recibido de los Organismos Oficiales de la capital y de los industriales y Grupos de Empresa”. Los destinatarios, una larga relación de ganadores, algunos de los cuales todavía pueden contarlo.

 

LA FIESTA DE LA INMACULADA

La iglesia de El Espino en una imagen de los primeros años sesenta

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En Soria, el mes de diciembre, ha sido tradicionalmente de celebraciones gremiales y locales. De entre estas últimas –y sin pretender ser, en modo alguno, exhaustivos- habría que citar la festividad de San Eloy que el gremio provincial de herreros celebraba el primer día de diciembre con lo que solía ser habitual: misa –en el caso que nos ocupa en la iglesia del Carmen- con “sermón panegírico”; más tarde asamblea plenaria para terminar reuniéndose “todos los asistentes en un fraternal banquete”. Y, naturalmente, la de las modistillas, para honrar a Santa Lucía, el día 13, la de los agentes comerciales  en honor a Nuestra Señora de la Esperanza, el 18 de diciembre.

En este breve y apresurado recorrido hay que hacer un hueco a una tradición muy soriana que viene teniendo lugar cada 4 de diciembre, festividad de Santa Bárbara, en la ermita de aspecto rural que le da nombre.

Pero de todas las celebraciones eminentemente sorianas del mes de diciembre acaso la más arraigada sea la de la Inmaculada, en otros tiempos, no muy lejanos, revestida de una solemnidad y boato que hoy no tiene.

En la ciudad, el 8 de diciembre se producían dos celebraciones, ambas por separado y en templos diferentes, aunque casi coincidentes en la hora, si bien hubo un momento –mediados los años cincuenta- en que alguien decidió que se llevaran a cabo de manera conjunta. El caso es que por una parte tenía lugar la del arma de Infantería y Cuerpos Auxiliares con una función religiosa de los militares –por lo general en la iglesia de los Franciscanos- que registraba pleno. A ella asistía Gobernador civil al que acompañaban el Gobernador militar, el Presidente de la Diputación Provincial, el Presidente de la Audiencia, el Fiscal Provincial de Tasas, el Subjefe Provincial y Jerarquías del Movimiento, jefes y oficiales de los cuerpos de Infantería, Guardia Civil y Policía Armada, representantes de los centros y organismos de la ciudad, soldados de Infantería de guarnición en la plaza y “numerosos fieles”.

Sin embargo la celebración más soriana y, por tanto, íntima del día de la Inmaculada corría a cargo del ayuntamiento de la capital que durante muchos años mantuvo la costumbre secular de acudir en fecha tan señalada para los católicos a la iglesia de Nuestra Señora del Espino, patrona de la ciudad, a fin de conmemorar “el voto solemne hecho a la Inmaculada Concepción”. De acuerdo con el protocolo lo hacía “bajo mazas”, junto al Cabildo Colegial, y un “gran número de fieles y nutridas representaciones de las cuatro ramas de Acción Católica y asociaciones piadosas”. La celebración consistía en una “misa cantada” oficiada por el párroco del templo, en la que no faltaba un “elocuente sermón” a cargo del orador sagrado con alusión a la festividad del día como tampoco que a veces “hiciera una detallada historia de los hechos gloriosos de nuestra Patria”, ni desde luego la participación del “coro dirigido por el maestro de Capilla de la Colegiata y Director de la Casa de Observación, D. Demetrio Gómez Aguilar”. Al término de la celebración religiosa era costumbre que la corporación municipal obsequiase al Cabildo y a la “prensa soriana con una copa de vino español en uno de los salones de las Casas Consistoriales”. Particular relevancia tuvo la celebración del año 1953 cuando “en jornada de inenarrable entusiasmo y de fervor mariano, se bendijo en Soria coincidiendo con la apertura del Año Mariano, la nueva imagen de Nuestra Señora del Espino, regalo del excelentísimo Ayuntamiento [que] fue solemnemente entronizada en el restaurado camarín” tras el incendio del templo el año anterior, se escribió con este motivo.

La costumbre se estuvo manteniendo hasta comienzos de la década de los noventa en que la Corporación municipal comenzó a plantear las dificultades que tenía para asistir como tal a la ceremonia, a la vista de lo cual se tomó el acuerdo de dejar de celebrarla, como ocurrió con alguna otra, de la que habrá oportunidad de ocuparse.

LA ASOCIACIÓN MUSICAL «OLMEDA-YEPES» Y EL PRIMER CINE CLUB

El cine Ideal en uno de los conciertos de la Asociación Musical «Olmeda-Yepes», con los gobernadores Civil y Militar y directivos de la asociación en primera fila (Tomás Pérez Frías)

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En Soria ha existido tradicionalmente una acusada inquietud cultural incluso en los tiempos de dirigismo desde el Poder. Ello no fue obstáculo para que en el transcurso de los años surgieran movimientos al margen del oficialismo que si bien no tenían una conexión directa con el Régimen sí al menos estaban interrelacionados.

Sin la pretensión de establecer clasificación alguna, que no vendría a cuento, ni por, supuesto, es el propósito, si se echa un vistazo al acontecer de aquellos años en los que salirse de la línea marcada no resultaba precisamente fácil, el Centro de Estudios Sorianos (CES) y la Asociación Musical Olmeda-Yepes fueron pioneros en lo de ejercer por libre.

La continuidad del CES, fundado a finales de 1949 por un grupo de eruditos sorianos que configuraron lo más parecido a un sanedrín, no deja de quedar reducida, en la actualidad, a lo testimonial. En cuanto a la entidad musical –desaparecida hace años-, contó en su día Paquita García Redondo en su libro “La Música en Soria” que “corría el año 1954 cuando un grupo de músicos –entre ellos su padre, Francisco García Muñoz, Demetrio Gómez Aguilar y Oreste Camarca- e intelectuales –José Antonio Pérez-Rioja, Heliodoro Carpintero y Ricardo Apráiz- creyeron en la necesidad de dotar a Soria de una entidad cultural que sirviese a los más altos fines de la Música”. Se pusieron manos a la obra y la asociación fue tomando forma y en muy poco tiempo se convirtió en una referencia de la cultura soriana. Por la sala del Cine Ideal, donde se celebraban los conciertos, pasaron destacados intérpretes españoles y extranjeros, siempre con el lleno asegurado, de tal modo que cada programación terminó por convertirse en un acontecimiento social no exento de glamour que se diría hoy.

No obstante,  es en la década de los sesenta cuando se prodigan las iniciativas culturales que no sólo van a rebasar el límite del mandato oficialista, es decir, que no van a estar controladas por el poder establecido, sino que en la práctica son movimientos paralegales por más que por imperativo de la norma tengan que cumplir con una serie de requisitos formales según el protocolo establecido que se dice ahora y acatar, aunque sólo fuera formalmente, porque luego iban por libre, el inexcusable trámite burocrático para que, al menos de puertas afuera, estuvieran amparadas por el marco de la legalidad y pudieran campar a sus anchas, eso sí, siempre en el marco de la ley si es que no al mismísimo borde cuando no rebasándolo a veces.

El caso es que en tanto que la actividad de la Asociación Musical Olmeda-Yepes iba decayendo cobraba fuerza la posibilidad de crear un Cine Club, que se iba a materializar mediados los años sesenta. La Asociación de Antiguos Alumnos del Instituto de Enseñanza Media (el actual Antonio Machado) y el Grupo SAAS, junto a otros cinéfilos fueron los encargados de pilotar el proyecto. De tal manera que durante una etapa sumamente interesante de la reciente historia de la ciudad los aficionados al séptimo arte tuvieron la oportunidad de poder ver películas que, por razones fáciles de comprender, no llegaban a las salas comerciales.

LA ESCUELA DE ARTES

Lugar de la plaza Tirso de Molina donde se levantó y está ubicada la Escuela de Artes (Archivo Histórico Provincial)

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El costumbrista Paco Terrel recordaba allá por los años sesenta los orígenes de la siempre conocida en Soria como Escuela de Artes, por más de las sucesivas denominaciones oficiales que ha tenido a lo largo de su vida. Hablaba de memoria y decía que “hace ya muchos años, más de cuarenta, [que] fue creada en la ciudad una escuela destinada a la enseñanza de obreros”, que asistían “a las clases después de una jornada laboral de diez y doce horas”. Y abundaba en el germen de la idea que partió “de un grupo de hombres de buena voluntad entre los que recordamos -decía- a don Julio Mollas, don Felipe las Heras y don Mariano Javierre”, liderados por el director del periódico El Porvenir Castellano, Marcelo Reglero, que entendieron la necesidad de “que los obreros artesanos adquiriesen una mayor cultura”.

Si entrar en más detalles, la Escuela de Artes y Oficios de Soria tuvo su primera sede en la soriana calle del Instituto, esquina a la de Teatinos, en los bajos del inmueble en el que en tiempos estuvieron establecidos los Almacenes de la Viuda de Evaristo Redondo. Fueron momentos difíciles y, si se quiere, heroicos dado el importante y generoso esfuerzo que tuvieron que desplegar los implicados en la iniciativa para sacar adelante el empeño. Los alumnos tenían que sobreponerse a la incomodidad que ofrecían las instalaciones, por inadecuadas; los profesores, por toda remuneración, recibían la mísera cantidad de doscientas pesetas en concepto de gratificación que cobraban en Navidad; como lógica consecuencia, los promotores se las veían y deseaban para atender las necesidades más elementales de la naciente institución académica de manera que la continuidad estuviese garantizada; y la junta directiva que regía los destinos del centro se vio en la necesidad de recurrir en alguna ocasión al ayuntamiento de la ciudad, como por ejemplo cuando comenzaron a impartirse las clases de taquigrafía y mecanografía, en solicitud de “alguna máquina de escribir”, acerca de la cual el pleno la Corporación tomó de inmediato el acuerdo de acceder a la petición, que los responsables de la Escuela agradecieron, asimismo, con diligencia. En otra, el consistorio contribuyó con 5.000 pesetas para la adquisición de un torno.

La férrea voluntad y el fuerte compromiso de aquel grupo de entusiastas dirigentes trajeron consigo que, sin tardar mucho, el establecimiento y las enseñanzas adquirieran la consideración de oficiales. Y lo que es más importante, las necesidades impuestas por el aumento de matrícula, aconsejaron, si es que no obligaron, a trasladar la sede a otro edificio “más amplio y decoroso” en la calle Aduana Vieja, frente al hoy Instituto de Educación Secundaria Antonio Machado –entonces, simplemente, el Instituto-, en la práctica, un viejo y destartalado, por más que cutre, caserón adosado por su parte trasera a la muralla de la ciudad que, si bien, fue la solución del momento, no reunía, en modo alguno, las mínimas condiciones exigibles para el ejercicio de la actividad, hasta el punto de que no tardó incluso en quedarse pequeño y hubo que perseverar en la empresa de buscar nuevo acomodo, que costó lo suyo resolver. Gracias al tesón de muchos pero especialmente de Fulgencia Araiz –esposa de uno de los fundadores de la Escuela-, en la dirección del centro, pudo alcanzarse la solución que se andaba buscando

El lunes 18 de noviembre de 1963 el ministro de Educación Nacional, Manuel Lora Tamayo, desarrolló en Soria una intensa actividad pues inauguró además de la Escuela del Magisterio y las Anejas en el Alto de San Francisco, la que a partir de ese momento iba a tomar la denominación de Escuela Artes y Oficios en sustitución de la de Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos, ubicada –donde continúa con el nombre de Escuela de Arte y Superior de Diseño de Soria- en la calle/plaza, no se sabe bien, Tirso de Molina, en un edificio de nueva planta, construido para este fin.

DÍAS DE DIFUNTOS

El cementerio, nevado, en una imagen de 2017

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El próximo martes, 1 de noviembre, se celebra la Solemnidad de Todos los Santos, y al día siguiente la Conmemoración de los Fieles Difuntos, antaño las Ánimas del Purgatorio, al menos en el lenguaje coloquial.

En tiempos, la Solemnidad de Todos los Santos tenía la condición de “fiesta no recuperable a todos los efectos laborables” según el calendario de la Delegación Provincial de Trabajo que se publicaba en el Boletín Oficial de la Provincia, y estaba revestida de una parafernalia, de la que no queda más que el recuerdo, aunque con los tiempos perfectamente marcados. Porque, en efecto, unos días antes de cada Primero de Noviembre “el señor alcalde presidente del excelentísimo ayuntamiento de Soria” publicaba a través de los medios de comunicación un bando en el que de manera conminatoria venía a decir que “ante [ya entonces] el gran número de sepulturas del cementerio municipal de esta ciudad desatendidas por parte de sus dueños, se dispone que todos y cada uno de los deudos y representantes, exceptuándose los domingos y días festivos, procederán a las obras de reparación, pintura de verjas y cruces, y limpieza de dichas sepulturas antes del día 31 del actual [mes de octubre], pues en otro caso incurrirán en la multa de 5 a 25 pesetas (0,03 a 0,15 euros) por desobediencia a la autoridad”.

De tal manera que los días anteriores al de Todos los Santos la calle Caballeros era un continuo ir y venir, por lo general casi y exclusivamente mujeres –las familias acomodadas delegaban la tarea en las modernamente llamadas empleadas de hogar-, que provistas de los útiles precisos para la limpieza de la tumba que fuera se acercaban al cementerio para cumplir con la obligación, rito o costumbre, cuando no para evitar “el qué dirán”, que de todo había. Esto, naturalmente, por lo que se refiere al que en otra época y hasta no hace muchos años se conocía como cementerio católico, que era al que hacía alusión lógicamente el bando de la alcaldía y del que se está hablando, porque del otro, del civil –el pequeño recinto anejo e independiente, escasamente ocupado, que ofrecía un aspecto descuidado- nadie decía media palabra; vamos, casi como si no existiera. Una breve nota tomada de uno de los periódicos sorianos de la época para advertir el tratamiento que daba a la información acerca de cómo había transcurrido la jornada de Todos los Santos: “Tanto por la mañana como por la tarde acudieron al Cementerio Católico (nótese bien) numerosísimas personas depositando ramos de flores en las sepulturas de sus deudos. Como la temperatura era benigna, en el Cementerio se advirtió gran animación”, en referencia a uno de los últimos años de la década de los cincuenta. Y entre los visitantes se encontraban, por ejemplo, “miembros de la Guardia de Franco –una asociación de afiliados al Movimiento- [que] acudieron al sagrado  lugar y oraron ante las sepulturas de los camaradas fallecidos”, figuraba, puntualmente, en la información que se facilitaba dando cuenta del desarrollo de la jornada.

Es decir, que la festividad de los Todos los Santos giraba alrededor de la visita al cementerio, con un desarrollo semejante o muy parecido al de hoy, en tanto que por la tarde comenzaba en las “parroquias e iglesias de la ciudad la novena en sufragio de las almas benditas del Purgatorio”, que se anunciaba cada día al anochecer, si es que no era ya noche bien cerrada, con el tañido triste de las campanas tocando a muerto, que era el ingrediente que faltaba para que el ambiente adquiriera el tinte tétrico que propiciaba la ocasión, al que contribuían, sobre todo en los barrios –que no estaban tan apartados del centro como hoy-, las calles lóbregas y vacías, especialmente las de los distritos periféricos de la ciudad. Se daban, en fin, todos los componentes para que los más jóvenes vivieran, sobre todo las últimas horas de cada uno de estos días de difuntos, atenazados por la temeridad o acaso el miedo.

En la ciudad, en fin, se respiraba el ambiente tristón propio de la efeméride, aderezado por la meteorología, que se las traía. Es decir, paseo al mediodía y por la tarde, por el Collado, en el supuesto de que la temperatura acompañase, que no era lo frecuente, y si llovía, por los soportales, con el tiempo justo para dar “una vuelta” apurando el tiempo que duraba el NO-DO, que no a todos los asistentes interesaba, antes de acudir al cine, a la sesión del Avenida de las siete y media, cuando no al teatro, pues era práctica habitual que en fechas festivas tan señaladas, y comercialmente atractivas, la empresa trajera compañías de comedias o programara espectáculos de variedades que no sólo no podían presenciarse a diario sino que en muy contadas ocasiones, como pudieran ser las fiestas, por lo general, las de San Saturio, pues ya se sabe que las de San Juan tradicionalmente han ido por otro camino, o las ferias de ganado.

Las castañas asadas, bien calentitas, en cualquiera de los puestos  del Collado, los buñuelos de viento y los huesos de santo, en una de las muchas pastelerías abiertas entonces, representaban, desde el punto de vista gastronómico, las señas de identidad de estos días, siendo los productos de consumo típicos. De suyo apreciados y, por tanto, demandados, constituían un atractivo importante y no dejaban de suponer un buen recurso para el entretenimiento en los ratos de ocio, que en el sentido que tiene en la sociedad moderna, no existía como tal. Porque otros, como la tradición de ir el día de Todos los Santos al monte de las Ánimas a coger bellotas, hacía años que había desaparecido.

EL MOLINETE

El molinete en una imagen tomada en 2007 (Rodolfo Castillo)

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Desde hace unos pocos años los sorianos tenemos una nueva excusa para frecuentar el entorno del Duero, por cualquiera de las márgenes.

A raíz de la última intervención, hace ya algún tiempo, tras desistir de recuperar la presa del Perejinal, se escucharon voces municipales autorizadas acerca de la posibilidad de llevar a cabo algunas iniciativas complementarias como la de la conexión del Puente de Piedra, una vez cruzado este si se sale de la ciudad, con la zona del Soto Playa, mediante la construcción de una nueva pasarela en la margen izquierda, junto al antiguo molino, conocido por los sorianos como “el molinete”, sin que realmente se conozca el porqué de su denominación, aunque bien pudiera ocurrir que fuera para distinguirlo de los otros que funcionaban en el entorno como eran los llamados molino de abajo, en la fábrica de harinas de Vicén, bajo la denominación comercial de la Flor de Numancia; molino de en medio, ubicado en el actual Museo del Agua, y molino de arriba, en la que a efectos de su identificación sigue siendo, por más que lleve muchos años cerrada, la fábrica de harinas, en una de las zonas tradicionales de baño de la capital, incluso hoy.

Ubicado en el antaño poblado Barrio del Puente, detrás de donde en los últimos tiempos estuvo ubicado el fielato de consumos, que no tiene absolutamente nada que ver con el actual Centro de Recepción de Visitantes –porque, digámoslo una vez más, nunca fue fielato-, el olvidado edificio del “molinete” presenta un evidente estado de deterioro, producto, sin duda, de la prolongada situación de abandono en que se encuentra, después de que dejara de funcionar en los años cincuenta coincidiendo con la actuación urbanística tan agresiva que se diría hoy acometida en la, sin duda, zona más deprimida de la ciudad, tan cerca al río, que la dejó prácticamente vacía.

De todos modos hacía ya tiempo que “el molinete” no se distinguía precisamente por su actividad y eso que fue reconstruido tras quedar reducido a cenizas por el voraz incendio del jueves 24 de julio de 1930. El molinete y sus alrededores fueron tradicionalmente un lugar muy frecuentado por los sorianos para cultivar su tiempo de ocio en el que la práctica del deporte de la pesca era la actividad cotidiana, del mismo modo que en el ámbito doméstico las mujeres del barrio bajaban a la orilla del río a hacer la colada con la tabla de lavar y el balde lleno de ropa a la cabeza, aunque formalmente no se tratara de un lavadero al uso.

Pues bien, del molinete no queda más que la inscripción, casi ilegible, de la palabra molino en la fachada norte del edificio, es decir, la orientada a la carretera, y tres ruedas grandes en las inmediaciones que delatan la actividad que se ejercía en el inmueble.