PARAJES Y LUGARES DE LA SORIA DE ANTAÑO (VI)

Los Cocherones de Obras Públicas (colección de Tomás Pérez Frías)

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Uno de los lugares de la Soria de antaño bien recordado por los sorianos son los Cocherones de Obras Públicas, cuyas instalaciones de la carretera de Valladolid acogían el parque y taller, en el solar en que se levantó la estación de autobuses. Como asimismo los Prados Bellacos, algo más arriba aunque al otro lado de la citada carretera –ahora avenida- de Valladolid, hasta no hace tantos años un descampado más cuyas fincas de labor se cultivaban.

El paraje de los Prados Bellacos ha pasado a ser en no muchos años uno más de los modernos barrios de la ciudad que continúa extendiéndose hacia Los Royales y se está potenciando al dotársele de servicios como la nueva Comisaría de Policía que se está construyendo detrás del Parque de Bomberos, muy cerca también de la Comandancia de la Guardia Civil y del nuevo hospital privado ubicado en el Camino de Los Royales.

En la misma avenida de Valladolid, al final, a  la derecha saliendo de la ciudad, poco antes de llegar a la que los sorianos llamamos glorieta del Caballo Blanco, donde está el supermercado Lidl, no debe olvidarse la tejera que hubo allí y que con su demolición dio paso a la ordenación de la zona y al nuevo complejo urbano, del que tomó el nombre. Era esta la tejera de Restituto Gutiérrez, Otra instalación de este tipo estuvo ubicada en la carretera de Logroño, nada más salir de la ciudad, poco antes de la conocida como cuesta de Las Casas, de la que se conserva el edificio si bien cesó en la actividad mucho años antes –décadas- que la del final de la avenida de Valladolid, reconvertida en un funcional espacio urbano.

Y en la parte opuesta de la ciudad, bajando a La Rumba por el Camino de los Toros, junto a la Central Lechera, la Huerta de la Muerte es otro de los parajes de los de toda la vida, desde hace años degradado sobre todo después de la construcción y puesta en funcionamiento de la maloliente depuradora de residuales, que todavía tiene al lado, y la derivada del embalse de Los Rábanos, otro de los despropósitos de antaño con el que tienen, tenemos, que cargar los sorianos.

EL SALÓN DEL TORO, UNA EXPOSICIÓN QUE HIZO HISTORIA

Cartel anunciador del Primer Salón del Toro

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Qué duda cabe que uno de los movimientos culturales más importantes y representativos de la Soria de los años sesenta fue el del añorado grupo SAAS (Sociedad de Artistas Actuales Sorianos), que removió los cimientos del descarado dirigismo que imperaba. Un colectivo progresista y reivindicativo donde los haya habido en la segunda mitad del siglo XX que desplegó una actividad intensa y prolongada en el tiempo hasta dejar una profunda huella.

El Salón del Toro fue la actividad más emblemática si es que no la que polarizó la atención de la población soriana del momento que cabalgaba a lomos de un oficialismo caduco y comenzaba a evidenciar muestras de cansancio y por qué no, de cambio.

La materialización del Salón del Toro no fue una empresa fácil. Al contrario, estuvo salpicada de infinidad de zancadillas que los promotores del proyecto supieron salvar con habilidad y astucia merced a sus buenos oficios pero sobre todo a la perseverancia en favor de un proyecto que pretendían y tenían que sacar adelante con argumentos lo suficientemente creíbles que se resumía en uno más prosaico que no fue otro sino que la muestra constituyera “para Soria lo que en variados aspectos artísticos-culturales, de atracción turística son, por ejemplo los conciertos de música sacra en Cuenca, los festivales cinematográficos de San Sebastián y los de cine religioso en Valladolid, o, en otro orden de cosas, los festivales de la canción de Aranda [de Duero] y Benidorm” (referencia de primer orden de aquellos veranos de antaño), escribió Antonio Ruiz, promotor y principal artífice de la novedosa iniciativa cultural.

Pues bien, este grupo inconformista consiguió que la noche del primer día de las fiestas de San Saturio de 1966, es decir, el sábado 1 de octubre, se abriera la muestra en una de las salas del Palacio de los Condes de Gómara merced, al menos eso es que se dijo para cuando menos guardar las formas, al patrocinio del ayuntamiento de Soria, la Diputación Provincial, la Comisión Provincial de Información, Turismo y Educación Popular, la mujer de Cela, Rosa Conde, y el Centro Soriano de Zaragoza, y la colaboración del Cine-Club Soria, de la Asociación de Antiguos Alumnos del Instituto Nacional de Enseñanza Media (el más tarde rebautizado como Antonio Machado), el Centro de Iniciativas y Turismo de Medinaceli y la Peña Taurina Soriana, según el catálogo editado. Aunque la realidad fuera otra porque los organizadores dejaron reiterada constancia pública de “la falta de apoyo tanto moral como económico”.

Al acto inaugural, presidido por el que asimismo lo era del Salón del Toro, el escritor y académico (más tarde Premio Nobel) Camilo José Cela, asistieron las primeras autoridades provinciales y locales, además de “artistas y periodistas nacionales y extranjeros y el pueblo llano”, escribió Fidel Carazo en Soria-Hogar y Pueblo, periódico éste que dispensó una amplia cobertura al certamen, al que concurrieron con más de un centenar de obras 76 prestigiosos artistas españoles y extranjeros representando a once países entre los que figuraban los autores sorianos Antonio Ruiz Ruiz, Antonio de la Cruz, Juan Chuliá, Miguel García, Jaime Andrés, Pedro Millán Lapresta, Marcos Molinero, Andrés Palacios, José María Sainz Ruiz y Ulises Blanco, citados según el orden de inserción en el catálogo editado.

Pero si la puesta en largo había estado revestida de boato, no ocurrió otro tanto con la clausura pues según ha recordado Antonio Ruiz en infinidad de ocasiones, un buen día –a comienzos del año 1967- se presentó en la sala un grupo de operarios municipales con la orden expresa del alcalde de retirar las obras y de cerrar el local antes de que finalizara la exposición; en el trajín, los promotores denunciaron la desaparición de algunos cuadros sobre cuyo paradero circularon y siguen circulando diversas versiones. Alguna de estas pinturas pudo verse hace ya unos años en una muestra que nada tenía que ver con el Salón del Toro.

PARAJES Y LUGARES DE LA SORIA DE ANTAÑO (VI)

La fábrica del Asperón, en la actual U-25,comn las Anejas al fondo (Ángel Arancón)

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El derribo de la estación del ferrocarril Soria-San Francisco o del Torralba en el argot ferroviario y la urbanización al final de la década de los sesenta del extenso espacio resultante cambió de arriba abajo la fisonomía del entorno al tiempo que propiciaba el ensanche de la ciudad, que por el mediodía finalizaba en la que siempre conocimos y se sigue conociendo como la Estación Vieja para no confundirla con la otra, la del Cañuelo –nombre oficial-, llamada popularmente por los sorianos Estación Nueva, construida algunos años más tarde.

En terrenos del área de la estación del Cañuelo, en el paraje conocido como Las Chorreras o la Huerta del Cañuelo –que es el que se pretende subrayar- alguien con visión de futuro creyó que la mejor solución era levantar allí la primera estación de tren, la del Torralba, de tal manera que la controversia fue el germen de una fuerte polémica entre defensores (chorreristas) y detractores (antichorreristas) como recordó y dejó escrito bastantes años después el notable investigador y erudito soriano Víctor Higes en una de sus colaboraciones semanales en el entrañable Hogar y Pueblo.

El caso es que estos topónimos pasaron a formar parte de la historia de la ciudad así como los Altos de San Francisco, por la amplia franja de terreno que comenzaba en la vieja Escuela de Magisterio y por situarnos una vez superada la calle Eduardo Saavedra llegaba hasta las traseras de la gasolinera del San Andrés. En los primeros años setenta los Altos de San Francisco fueron declarados zona industrial, con beneficios económicos para las empresas que se instalaran en él, en la actualidad en profunda reconversión.

Al final de la actual avenida Duques de Soria -en sus orígenes de la Victoria-, en la actual U-25, se encontraba la fábrica del Asperón, que daba nombre al entorno. El asperón fue un producto de limpieza de los suelos de tarima, muy usado durante décadas, que fue inventado por el soriano Casto Hernández, del que como recuerdo se sigue conservando la memoria del paraje.

Y más arriba todavía había un paraje conocido como Paseo del Hambre que en realidad no era más que una senda que iba desde el final de las conocidas como Casas del Ayuntamiento y de Falange y tras atravesar la extensa parcela que ocupa hoy el Instituto Castilla -el Instituto Femenino en la época- terminaba a las afueras, donde no había más que campo.

LA CASA DE SOCORRO

El Instituto Provincial de Sanidad fue una de las sedes de la Casa de Socorro.

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Para hablar hoy de la Casa de Socorro es necesario volver la vista atrás cuando menos sesenta y cinco años para situarnos en 1956. Porque, en efecto, el 18 de Julio, entonces día de la Fiesta Nacional, entre los actos programados para celebrarla el aparato oficialista incluyó la inauguración de la Casa de Socorro, una instalación concebida para atender gratuitamente a cualquier persona toda clase de urgencias, desde infartos a heridas, a veces graves.

De la puesta en funcionamiento de la Casa de Socorro se estuvo hablando en Soria, como casi siempre para cualquier iniciativa,  décadas, cuando menos desde 1924 en que llegó a redactarse un proyecto, si es que no antes.

Lo dicho, el miércoles 18 de Julio de 1956, se inauguraba la instalación. A este respecto no estará demás hacer referencia a la cobertura que le dispensó el periódico Campo Soriano -el único que se editaba entonces en la capital-, que en el número del día siguiente tituló en la primera, a tres columnas, en el centro: “Espléndida y eficaz conmemoración del 18 de Julio en Soria”, con cita de la Casa de Socorro en el subtítulo junto al resto de las inauguraciones de ese día.

El texto de la información es suficientemente relevante: “A continuación [después de haber hecho cumplida referencia a otras inauguraciones de la jornada], con asistencia de todas las autoridades, Inspector provincial de Sanidad, Narciso Fuentes, doctores y personal auxiliar, el Abad de la Colegiata, Segundo Jimeno procedió a la bendición de las instalaciones. El alcalde Eusebio Fernández de Velasco dijo que anteriormente era el Hospital Provincial, entonces en Nicolás Rabal, el establecimiento encargado de asistir a todos los heridos o contusionados, pero en vista del creciente aumento de la población se hacía indispensable la instalación de una Casa de Socorro. Esta –añadió- se halla dotada de modernas instalaciones con personal competente que de una manera permanente cumple su misión. Agradeció al Gobernador Luis López Pando los elogios que hizo de la Casa de Socorro y terminó felicitando a la Corporación municipal y a las autoridades sanitarias. A continuación el Gobernador civil pronunció un discurso manifestando que la instalación de la moderna Casa de Socorro es una obra digna de Soria. Felicitó al Alcalde, así a como los doctores y personal auxiliar que con todo celo y competencia cumplían la misión a ellos encomendada. Tanto el Alcalde como el Gobernador “fueron aplaudidos con gran entusiasmo”. Finalmente las autoridades visitaron todas las dependencias e instalaciones, sitas en la planta baja del Instituto Provincial de Sanidad, entrando por la calle Medinaceli número 10.

No obstante, el novedoso servicio había comenzado a funcionar unos meses antes, el 24 de mayo del citado 1956. Circunstancia que como no podía ser de otro modo también tuvo hueco en su momento en la prensa local, citando incluso la plantilla de los profesionales que lo atendían: los médicos Carlos Gonzalo Guisande, José Borobio Albina y Alfredo Muñoz Espuelas, y los practicantes Luis Martínez Aguilera, Carlos San Cristóbal Sebastián y Jesús Romero Bartolomé.

A partir de este momento se convirtió en costumbre facilitar con periodicidad regular la relación de diaria de asistidos con la identidad y el tratamiento de que habían sido objeto los usuarios del servicio, muy demandado por cierto, que solía aparecer en el trisemanario Campo Soriano, todavía el único medio local en los kioscos. Informaciones que encajaban a la perfección en aquella Soria provinciana tan dada al chismorreo que intentaba engancharse a los resortes de la modernidad.

En su ubicación del Instituto Provincial de Sanidad estuvo funcionando algunos años la Casa de Socorro para con posterioridad  mudarse a los bajos de la antigua Casa Consistorial, en un local, y más tarde a un edificio en la Plaza Mayor, junto al Mesón Castellano, adquirido por el ayuntamiento, donde está hoy la concejalía de Servicios Sociales. Las Casas de Socoro desaparecieron al comienzo de la década de los ochenta, entre ellas la de Soria.

LA CALDERA DE LOS POBRES

El Gobernador Luis López Pando probando la caldera de los pobres acompañado de otras autoridades.

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A nuestras fiestas en honor de la Madre de Dios, bajo la advocación de la Virgen de la Blanca, en otro tiempo Nuestra Señora del Mercado, se les ha llamado durante siglos Fiestas de Calderas, y al singular día del domingo, Domingo de Caridad. En el siglo XV al Domingo de Calderas también se le conoció como La Boda de Santa María.

Es posible que lo de la llamada caldera de los pobres tenga algo o mucho que ver con el llamado Domingo de Caridad. En todo caso es una cuestión que se deja para los estudiosos e investigadores. El hecho cierto es que durante bastantes años el desfile de las calderas no se limitaba únicamente al de las doce cuadrillas, número en el que quedaron reestructuradas a comienzos del siglo pasado, sino que había una más, porque al final lo hacía la denominada caldera de los pobres, que costeaba el ayuntamiento.

En los tiempos modernos, considerando como tales los años difíciles de la posguerra y el racionamiento, el verdadero sentido no era otro que el de hacer partícipes de la fiesta a quienes no tenían recursos económicos suficientes para celebrarla y el ayuntamiento los consideraba legalmente pobres incorporándolos al llamado listado de beneficencia, de manera que en fechas puntuales las familias que aparecían en esta relación recibían graciosamente un presente o un lote de productos básicos de consumo. Ocurría en San Saturio, Navidad y desde luego en las fiestas de San Juan, con la particularidad de que en estas últimas se tenía por costumbre hacerlo, pudiera decirse que con mayor solemnidad, materializada en la llamada caldera de los pobres, que portaban unas veces las cuadrillas de mozos que existían entonces como El Trébol y El Soplete, y otras, mujeres de la Sección Femenina ataviadas con al traje regional; desfilaba después de que lo había hecho cada una de las cuadrillas.

Entonces la composición de las calderas de las cuadrillas se ajustaba a la más pura ortodoxia, al contrario de lo que sucede ahora en que el boato y la mistificación predomina en detrimento de los viejos usos, en tanto que la caldera de los pobres, por la profunda significación política que entrañaba, combinaba la costumbre tradicional con las verdaderas necesidades de sus destinatarios, alrededor de setecientos en los años de penuria. Paella –otras veces arroz con jamón-, chorizo, guisantes, pimientos, congrio, huevo cocido, un trozo de carne de toro y cordero con patatas, además de una ración de pan solía ser el menú que se encargaban de repartir las mismas mujeres de la Sección Femenina que habían llevado la caldera desde la Plaza Mayor.

Hace muchos años que el ayuntamiento dejó de presentar la caldera de los pobres sustituyéndola por alguna otra ayuda más práctica y menos engorrosa pero, sobre todo, menos humillante para quienes recibían el presente, y más tratándose del día grande de unas fiestas de las que siempre se dijo que las diferencias sociales no caben en ellas.

(De mi libro de “La Saca a las Bailas. Ni usos ni costumbres”)

 

PARAJES Y LUGARES DE LA SORIA DE ANTAÑO (IV)

El barrio del Matadero Viejo con el convento de La Merced al fondo (Archivo Histórico Provincial)

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Muy cerca de la Plaza de Abastos, o de Bernardo Robles, está el Ensanche, o lo que es lo mismo la plaza de San Blas y El Rosel, popularmente de la tarta. El ensanche del Collado se produjo en los primeros años del siglo pasado con el derribo de varios inmuebles existentes en la confluencia de la arteria principal de la ciudad en su confluencia de las carreteras de Soria a Logroño y de Taracena a Francia, en la actual plaza del Rosel, con el fin de procurar una amplitud suficiente para el tráfico de vehículos. Se trataba de uno de los puntos más críticos en relación con el tráfico de la ciudad, según observa la profesora Monserrat Carrasco en su libro “Arquitectura y Urbanismo en la ciudad de Soria. 1876-1936”

También en esa zona céntrica de la ciudad resulta obligado dejar constancia del Matadero Viejo, por el barrio que había en el entorno del antiguo convento de la Merced, configurado principalmente por las calles Calixto Pereda y Sanz Oliveros, y no por el matadero anterior al actual en Valcorba que estuvo en La Arboleda, en la calle Obispo Agustín, donde se encuentra ahora el cuartel de la Policía Local. El nuevo barrio que surgió en el que los sorianos de antaño conocían como del Matadero Viejo tomó la configuración que tiene ahora en los primeros años sesenta con el derribo de las antiguas edificaciones y la construcción de las que conocemos ahora.

Espacio muy céntrico también que cambio por completo y desapareció como tal al ser objeto de urbanización es el llamado Campo del Ferial, es decir, el enorme espacio que había entre las traseras del edificio de Correos y Telégrafos y la calle Tejera, reconvertido al final de los años cuarenta y primeros cincuenta, donde se establecían los circos ambulantes que pasaban por la ciudad, funcionaba el mercado semanal de los jueves, se acomodaban la feria de ganados y el mercadillo, una especie de rastro este, que funcionaba esos días y en la temporada de trashumancia era descansadero de los rebaños de merinas procedentes de la sierra soriana, donde habían estado pastando durante el verano, con destino a  las tierras de Extremadura para disfrutar de los pastos del invierno; unos meses antes, a finales de mayo y como mucho primeros de junio, con ritual semejante, el viaje se había realizado a la inversa con al aura de idéntica o muy parecida parafernalia.

Algo más arriba del Campo del Ferial, ya en las afueras, no mucho más allá de la zona de discobares en las inmediaciones de la ya vieja prisión de la calle Las Casas, estaba la huerta de Vicente Álvarez, a la que los vecinos de los alrededores tenían por costumbre acudir a recoger agua potable para el consumo cuando la vieja red de abastecimiento de la ciudad se veía superada por las consecuencias derivadas de una fuerte tormenta y especialmente porque el fluido que salía al abrir el grifo era barro.

HOTELES SORIANOS CON LEYENDA

La Plaza de los Jurados con el hotel Comercio a la derecha y enfrente el teatro-cine Avenida (Archivo Histórico Provincial)

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Los hoteles Comercio y el Las Heras fueron durante décadas leyenda viva de la ciudad y sus instalaciones testigo de un buen pedazo de la reciente historia de Soria, la que no está escrita, que a la postre es la que más interesa y mejor define cotidiano.

Hace ya muchos años que cerró el Hotel Comercio pero el nombre de tan representativo establecimiento continúa perviviendo en la memoria de los sorianos. No importa que del viejo edificio se conserve únicamente la fachada y que incluso cuando se acometió la remodelación se levantara una planta más. Para cualquier referencia que tenga que ver con las dependencias, viviendas o instalaciones que ocupan el inmueble nuevo sigue siendo pero que muy válida la de Hotel Comercio, y si se quiere precisar algún otro detalle hasta el de Marfil, un café de los de antes instalado en los bajos con fachada a las dos calles, es decir a las que se conocen como Plaza de los Jurados de Cuadrilla y Plaza de Ramón y Cajal, en lenguaje soriano de La Leña.

El Hotel Comercio, el típico hotel de capital de provincia, fue una institución y una verdadera referencia de la ciudad. En sus comedores ni se sabe los banquetes de bodas que se sirvieron; por sus dependencias pasaron un sinfín de personajes (toreros, artistas, etc.) y viajeros sin más, y a sus balcones se asomaron lo mismo los sucesivos predicadores de los sermones de las Siete Palabras la mañana del Viernes Santo, que los ciclistas de un equipo profesional italiano en pelotas al finalizar la etapa de un Gran Premio Marca, y hasta algún famoso presentador de radio del momento que vino a entregar un premio a un soriano que lo había ganado en un concurso radiofónico. Hasta un Gobernador al cesar y marcharse de Soria quiso despedirse de los sorianos desde uno de los balcones centrales de la fachada principal.

Casi pegado, el Hotel Las Heras –remodelado no hace tanto, que funciona con otro nombre- completaba la oferta de prestigio con que contaba la ciudad. Éste puede que tuviera respecto del otro templo de la hostelería el aura de una consideración social diferente y hasta superior si se quiere, pero el grado de arraigo popular era muy semejante si es que no idéntico. Con su cierre, bastante tiempo después que el Hotel Comercio, se ponía fin a una etapa de la Soria de siempre. En cualquier caso, los sorianos que se van haciendo mayores siguen refiriéndose como si tal cosa al rincón del Hotel las Heras para situar cualquier localización en el entorno más próximo.

Al comienzo de los años cincuenta abría el hotel Florida, junto a la Alameda de Cervantes, que en aquel tiempo supuso una aportación importante a la modernización de un sector que llevaba tiempo anclado. Que lo inaugurara el Gobernador Jesús Posada Cacho, refleja la importancia que tuvo la iniciativa. El Hotel Florida, en el que a su cierre se instaló la Comisaría de Policía, pasó a convertirse en el establecimiento de moda. Alrededor de quince años después entró el funcionamiento el Parador de Turismo. Cinco más tarde el Alfonso VIII y el Leonor y enseguida el Caballero, que cerró algunos años más tarde. Pero ya no fue igual. El tipismo era historia desde hacía tiempo.

SOBRE EL CALLEJERO DE LA CIUDAD

El soriano paseo del Espolón en una imagen de los años cincuenta (Archivo Histórico Provincial)

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En el transcurso del tiempo el callejero urbano ha sido objeto de un sinfín de modificaciones. Porque mientras sin necesidad de ser erudito es de sobra sabido que por ejemplo el Collado fue oficialmente en la etapa precedente la calle del General Mola y con anterioridad la de Canalejas, y que la plaza Mayor era la del Generalísimo Franco, resulta más difícil llegar al conocimiento de que, por tomar dos de ellas al azar, la calle Sanz del Río, que une la del Camino de los Toros con San Martín de Finojosa, fue en tiempos la actual calle Instituto, y la de Bravo de Sarabia (en el barrio de Los Pajaritos)  estaba trazada entre la avenida de Valladolid y Mosquera de Barnuevo. O que el tan soriano paseo del Espolón –el coloquial paseo de invierno- fue durante bastante tiempo oficialmente paseo del General Yagüe desde su arranque en la puerta de la Dehesa hasta la desaparecida y emblemática Escuela Normal, y calle Burgo de Osma –ahora en los bloques conocidos como grupo CINCA, junto a la Barriada- desde Magisterio hasta la confluencia con la avenida de Valladolid.

Algo semejante ocurría con la calle Nicolás Rabal, que en su primer tramo acababa poco antes de llegar al edificio de la Biblioteca Pública, porque desde aquí y hasta la plaza de José Antonio (rebautizada como de Odón Alonso), delante de la que fue fachada principal del campo de deportes de San Andrés, era el paseo de San Francisco (en la actualidad la calle trasera del Polideportivo de la Juventud), y más tarde del doctor Fleming, hasta que alguien con buen criterio tomó el acuerdo de unificar los dos tramos para dejarlos con un único nombre, el originario de Nicolás Rabal, uno de los primeros grandes divulgadores de la historia de Soria.

En otros casos se ha producido un simple cambio de denominación bien para dejar constancia pública de hechos, gestas, nombres y, en general, de diversas circunstancias acontecidas en la historia de la ciudad, si es que no porque la denominación originaria carecía de la sonoridad adecuada o simplemente podía inducir a equívocos, alguno puede que hasta de mal gusto cuando no de dudosa reputación para los residentes en ellas. De ahí que la actual calle Linajes, la de la fachada norte de la nueva colmena, se conociera inicialmente como del Embarcadero pues no en balde era en esa zona donde se encontraba el muelle de embarque y desembarque del ganado de la desaparecida estación Soria-San Francisco, la Estación Vieja, para que todos lo entiendan. Del mismo modo que la hoy San Juan de Rabanera, resultó de la fusión de las que por separado eran San Juan y Rabanera, con connotación poco edificante esta última teniendo en cuenta la ubicación en ella del convento de las Siervas. Y la durante algunos años calle Alférez Provisional, la de la fachada norte del cuartel de Santa Clara, fue con anterioridad de Puerta Nueva y desde abril de 2010 de Bienvenido Calvo.

Porque en otros casos no sólo no ha desaparecido el nombre de la calle sino ésta como tal. Uno de los últimos ejemplos que le viene a uno a la memoria es el de la típica calle Teatro con motivo de las obras de ampliación de la casa consistorial abordadas por el equipo de gobierno liderado por Encarna Redondo (PP) que, según la Guía de la Ciudad editada por el ayuntamiento en 1946, empezaba en la Plaza Mayor y terminaba en la calle Caballeros. Pero ha habido bastantes más cualquiera que haya sido la época que se tenga la curiosidad de consultar. Ahí van dos elegidos al azar. Uno, en el mismo centro de la ciudad, es el de calle de la Estación Vieja con trazado desde la de Alfonso VIII hasta la desaparecida estación de tren; y otro, en el llamado alto de San Francisco, en las inmediaciones del Instituto Castilla, el conocido y denominado como Paseo del Hambre, que estuvo localizado exactamente entre Alonso de Velázquez y Eduardo Saavedra. El listado es amplio y da para bastante más.

PARAJES Y LUGARES DE LA SORIA DE ANTAÑO Y DE AHORA (III)

 

La actual plaza de Mariano Granados en una imagen de los primeros años cincuenta (Archivo Histórico Provincial)

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En este particular recorrido que estamos haciendo por la Soria de antaño partimos hoy de la antigua “plaza del Chupete” (la actual de Mariano Granados), que tomó este nombre por la fuente que se instaló en el centro y del chorro de agua que salía planteada en el proyecto de la ordenación de que fue objeto en los años veinte del siglo pasado, que llevó consigo la construcción de una zona ajardinada, la instalación de farolas, bancos e incluso evacuatorios subterráneos. Un rincón entrañable este de la plaza del Chupete cuya recuperación pudo siquiera valorarse antes de tomar la decisión de construir el controvertido parquin. Con anterioridad se llamó plaza de la Fuente del Campo y por poco tiempo del General Yagüe, por el monumento erigido en los años cincuenta en recuerdo del militar de San Leonardo, de tal manera que por aquel entonces los sorianos la conocimos como la plaza del Monumento.

Pegada a esta de Mariano Granados –su nombre oficial- está la antigua “de la Leña”, así llamada porque en tiempos era a ella a la que muy de mañana acudían los vendedores de los pueblos próximos para colocar en el mercado la leña que sacaban del monte. La plaza de la Leña se llamó hasta 1860 del Arco de Rabanera (una de las puertas de acceso a la ciudad cuando estaba amurallada) y desde 1922 de Ramón y Cajal, el nombre oficial que sigue conservando. Para situarnos y que no quede un resquicio de duda, se trata del espacio donde estuvo el Hotel Las Heras y en la década de los cincuenta se levantó la Oficina de Turismo, demolida hace unos años, cuyo solar acoge ahora esa moderna maqueta de la ciudad.

Muy próxima también se encuentra la plaza de Herradores, de Prim durante la primera República y desde 1899 oficialmente de Ramón Benito Aceña, que es el nombre que conserva aunque sean contados los que la llaman por él y sí por el común de Herradores, un entorno antaño comercial reconvertido en zona de bares y de encuentro.

Y ya que de plazas se está hablando, no puede faltar la de Abastos, de Bernardo Robles –anteriormente de Teatinos- en la terminología oficial por la que no son demasiados los que la conocen. La Plaza de Abastos fue construida a principios del pasado siglo XX si bien ha sido objeto de varias modificaciones, la última está muy reciente pues el último día del mes de marzo de 2017, acaban de cumplirse cinco años, se inauguraba el nuevo mercado, acerca de cuyo edificio se han escuchado opiniones para todos los gustos, la mayoría no solo no favorables a la nueva construcción sino también como constatación de una barbaridad urbanística más que añadir a las muchas a que en  los últimos tiempos se tiene acostumbrado  a los sorianos puede que como consecuencia de las sucesivas mayorías absolutas socialistas en el gobierno del municipio, eso que tanto ansían los políticos sea cual sea el partido que los sustente para ver hechas realidad sus ocurrencias, que muchas veces son eso, no dejan de ser caprichos sin más.

SORIANADAS (IX)

Retablo del altar mayor de la ermita de San Saturio

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RATONES EN LA ERMITA DE SAN SATURIO

El titular que antecede, lejos de pertenecer al terreno de la ficción, es rigurosamente cierto. Porque en efecto, hace ya algunos años –no muchos- el empleado municipal, que no santero como antaño, que estaba al cuidado de la ermita de San Saturio, advirtió a sus superiores de la presencia de visitantes tan exóticos en el santuario como sin duda fueron los roedores con que se encontró un buen día campando a sus anchas por las instalaciones. Y no los vio en un lugar cualquiera o si se quiere de los menos frecuentados por los visitantes y el personal de vigilancia como parecería responder a la lógica más elemental sino que por el contrario se topó con ellos en la mismísima capilla del Santo, y para ser todavía más precisos detrás del retablo del altar mayor ¡!.

Hay constancia que el responsable del cuidado de la ermita hizo lo que tenía que hacer, que no fue sino poner de inmediato el hecho en conocimiento del jerárquicamente superior a él.

Hay constancia también que quien era competente para tomar decisiones ordenó de inmediato la visita a la ermita para ver de qué iba lo de los ratones y la emisión del consabido y rutinario informe técnico a que tan acostumbrados estamos cuando se le quiere dar largas al asunto, por más que termine sirviendo para muy poco si es que no para nada.

Lo que no sabe uno, ni le consta, por supuesto, es la decisión que finalmente se pudo tomar. Oficiosamente sí se sabe que el tal informe técnico no tuvo mayor recorrido. Es decir que en la instancia correspondiente se hizo caso omiso de él y, en consecuencia, los ratones siguieron pululando por el lugar como si tal cosa hasta que se les terminó perdiendo la pista si es que no se mudaron a otro lugar o sencillamente acabaron extinguiéndose, que de todo pudo haber. No sabe.