ESCAPARATES

 

Un escaparate con motivos sanjuaneros (Alberto Arribas)

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Estos días se está hablando en la ciudad de montaje de escaparates con la socorrida excusa de la proximidad de los sanjuanes.

En Soria hubo un tiempo en que llegó a ser casi un hábito «ir a ver los escaparates». Era una de las ofertas, a falta de otras más atractivas, que se hacía a los sorianos para ocupar su tiempo libre. Por eso la costumbre de poner los escaparates siempre fue algo más que una actividad propia del negocio, lo más parecido a un ritual, especialmente en las entonces llamadas tiendas de tejidos. Los cambiaban varias veces a lo largo del año pero había unas fechas en las que el escaparatista se esmeraba más y volcaba toda su capacidad creativa. Ocurría en celebraciones señaladas como pudieran ser las Navidades, Semana Santa y  las fiestas tanto de San Juan como de San Saturio, que era cuando se desplegaba un verdadero alarde, en cada caso con motivos alusivos a la celebración de que se tratara.

En cualquier caso, y con independencia de los escaparates que se montaban en las fechas más señaladas, la realidad es que entonces, como hoy, servían para que en las semanas que precedían a las fiestas de San Juan se pudieran ver expuestos cada año los cachirulos (moñas se repetía invariablemente en la gacetilla que publicaba la prensa) y las banderillas de cada una de las cuadrillas. De manera ordinaria, asimismo, se exponían los trofeos deportivos de la competición por poco relevante que fuera, los mantones de Manila de cualquier certamen y, con carácter general, todo aquello que se quisiera que vieran las gentes de la ciudad.

Con el paso de los años, sin embargo, hay muestras puntuales en toda esta problemática de exponer lo que fuera que no se han olvidado. Porque, efectivamente, todavía se recuerda haber visto en el escaparate de una de las tiendas del Collado la maqueta de la plaza de toros que en los años cincuenta quiso construir el ayuntamiento en la ladera del Mirón, detrás de la Concatedral de San Pedro cuando al Gobernador de la época le entró una preocupación irrefrenable por la aglomeración que registraba el coso de San Benito el Viernes de Toros y la endeblez de la estructura del edificio. Del mismo modo que el trofeo Martini Rossi, destinado cada temporada al equipo de fútbol de Primera División que hubiera logrado una determinada marca deportiva en el campeonato de Liga, que coincidiendo con la primera temporada del Numancia en Segunda División estuvo expuesto al público en el escaparate central de uno de los comercios más representativos de la época, si no el que más, como era el de Evaristo Redondo, en pleno Collado, frente al Torcuato. Y, en fin, en los escaparates de un céntrico comercio se mostró al público el proyecto de ampliación del Soto Playa con un campo de deportes y una piscina que no llegaron a construirse, si es que no la maqueta de la Casa Sindical, reconvertida en sede de los sindicatos democráticos y de la patronal.

 

PARAJES Y LUGARES DE LA SORIA DE ANTAÑO Y DE AHORA (II)

La Fuente del Rey, un lugar emblemático de la Soria de antaño (Joaquín Alcalde)

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En el extrarradio de la ciudad hay que citar la finca de Los Royales, de propiedad particular, a poco más de un par de kilómetros del centro urbano. Un paraje muy visitado de antiguo por los sorianos con el atractivo de la línea de ferrocarril Santander-Mediterráneo y el paso a nivel en las inmediaciones, del que todavía queda algún vestigio, meramente testimonial.

Otros parajes de la Soria de antaño nos llevan por ejemplo a la fuente de la Teja, en la antigua carretera de Madrid, junto al camping del mismo nombre. Un lugar al que antaño acudían muchos sorianos de manera regular para proveerse de agua para el consumo familiar. Y hablando de fuentes y de agua, pero en otro punto bien distante de la ciudad, resulta obligado dejar constancia de la fuente del Caño, en el camino de Soria a Valonsadero, al final de la Barriada de Yagüe, junto a la parcela de huertos urbanos, rehabilitada hace algunos por el ayuntamiento, además, y por supuesto, de la Fuente del Rey, en la hondonada existente detrás del Hospital Santa Bárbara, para los sorianos la Residencia, nombre con el que nació y se le conoció varias décadas. Y notablemente alejada del centro urbano, al comienzo del camino a Valonsadero, otro de los lugares emblemáticos era la finca de La Verguilla, junto a la factoría de Tableros Losan, un sitio este de La Verguilla que adquiere particular notoriedad cada Jueves La Saca pues no en balde es lugar de paso obligado de los toros camino del coso de San Benito.

Situados en La Verguilla, aunque siguiendo la carretera en dirección a la ciudad, sería una omisión imperdonable obviar el Ventorro de la Filomena, ubicado en la intersección de las carreteras de Burgos y Valladolid, a la altura de la rotonda conocida por todos como del Caballo Blanco. En todo caso, conviene observar que en la ciudad había otros dos ventorros: el del Mediodía y el del Francés en la carretera de Madrid, junto al puente del ferrocarril que salva la carretera y tiene continuación en el viaducto. El Ventorro actual que conocemos al final de Mariano Vicén es en realidad la continuación de uno de aquellos cuyos orígenes se remontan a finales del siglo XIX, cuando el establecimiento estaba ubicado en la llamada zona de “los Ventorros”, es decir, en la carretera de entrada a la ciudad viniendo de Madrid.

Y en fin, también en las lejos del casco urbano se encontraban los dos polvorines que había en la ciudad: uno en los Prados Bellacos, muy cerca del Parque de Bomberos y de donde se está construyendo la nueva Comisaría de Policía; el otro, en el Camino de Peñamala, subiendo por el Hospital del Mirón hacia el Duero, una vez coronado el cerro, con vistas ya al río, del que como recuerdo quedan las casetas, en estado de ruina, en las que se guardaban los materiales explosivos.

TERESA BERGANZA, EN SORIA

La mezzosoprano madrileña Terea Berganza, durante su última actuación en el Otoño Musical Soriano (Valentín Guisande. Diario de Soria-El Mundo)

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Ha fallecido la mezzosoprano madrileña Terea Berganza. Como recuerdo de su última actuación en Soria, en el Otoño Musical Soriano, reproducimos el texto de mi libro «Soria curiosa» (Primera edición Junio 2013) con la anécdota que protagonizó aquel día. Es el siguiente:

El Otoño Musical Soriano es, con probable seguridad, una de las manifestaciones artísticas de mayor nivel, sino la que más, de cuantas se celebran a lo largo del año en la ciudad. Un acontecimiento que desde su inicio en 1993 traspasó el umbral de lo cultural para constituir un acontecimiento social de primer orden.

En su ya dilatada historia el festival ha sido testigo de estrenos mundiales y de numerosas obras de encargo para él y han pasado por el Centro Cultural Palacio de la Audiencia cualificadas orquestas españolas,  destacados directores, grupos instrumentales acreditados, agrupaciones corales de reputación contrastada, un amplio número de variados y prestigiosos solistas y cantantes que han ido dejando la impronta de su arte en las más cualificadas salas del mundo.

En este amplio y riquísimo elenco figura la mundialmente conocida mezzosoprano madrileña Teresa Berganza, que se estrenó en el escenario del Centro Cultural Palacio de la Audiencia en la primera edición de la cita musical y volvió a hacerlo, con posterioridad, en dos nuevas convocatorias, siempre con notable éxito. Su última comparecencia tuvo lugar el 20 de septiembre de 2005, en la decimotercera edición del Otoño Musical Soriano, cuando el festival se encontraba desarrollando la segunda parte de la programación. Le acompañaba el pianista Juan Antonio Álvarez Parejo.  Aquel día se agotaron las localidades, como es fácil suponer, y en el auditorio no cabía un alfiler. Máxima expectación, por tanto, y mucha gente en la calle sin poder comprar una entrada.

Hasta aquí más o menos lo previsible, o sea lo que había ocurrido en las actuaciones precedentes de la cantante o figuras de su talla. Sin embargo esta vez el concierto iba a tener otra ambientación con la que el público, sinceramente, no contaba, lo que si se permite vino a poner la nota de distinción que lo hizo diferente de los demás y puede que hasta casi único.

Para abrir el concierto, había interpretado un tema de Vivaldi, que encandiló al público. Cuando los asistentes al recital se disponían a escuchar la segunda obra del programa apareció en el escenario no la Teresa Berganza diva sino la humana y desenfadada y en medio del asombro general se presentó a la audiencia cual si se tratara de una desconocida diciendo textualmente: “Soy Teresa Berganza, con B. No sé si habrá alguna Teresa Venganza, con V, yo desde luego no la conozco”, dijo sin inmutarse aunque se le advertía un mal disimulado sentido del humor que finalmente no pudo ocultar en velada alusión a la errata que se había escapado en el programa oficial del festival en el que la inicial de su apellido aparecía con V. Se le volvió a aplaudir, en desagravio, y continuó el recital como si no hubiera pasado nada.

La segunda parte la inició cómo estaba prevista. Pero curiosamente de nuevo tras la pieza de apertura volvió a hacer un inciso para confesar, en esta ocasión, que se encontraba enferma y que prácticamente desde el comienzo del concierto padecía inflamación del colon por lo que consideró oportuno advertir que si el público veía que se desplomaba no se preocupara, que el motivo era ese y no otro. Con evidente gesto de dolor, que  a duras penas trataba de reprimir, pidió, con su innata elegancia y saber estar, que le trajeran una silla, lo que llevó a cabo de inmediato el pianista que le acompañaba Juan Antonio Álvarez Parejo, a la sazón, yerno suyo, que no tardó en aparecer por uno de los laterales del escenario con una vieja y cutre donde la hubiera, de tijera, metálica y de asiento enrejado, que no pudo por menos que suscitar las risas, si es que no carcajadas, del público de la sala que estaba asistiendo a una escena verdaderamente divertida además de inédita. Con delicadeza exquisita pero sobre todo con el oficio que tienen las grandes estrellas, Teresa Berganza lo es, rehusó cortésmente  utilizarla hasta que al cabo de un rato uno de los empleados de la sala le ofreció una más alta, de las que suelen utilizar los contrabajos de las orquestas, en la que terminó por acomodarse al tiempo que le garantizaba poder seguir ofreciendo el concierto hasta el final, como así fue, aunque a su conclusión comentase ya en el camerino a sus más allegados y a algún aficionado que había acudido a saludarla, y a interesarse por su salud, que en sus tiempos de juventud no hubiese continuado cantando.

Pero en noche de distensión, de anécdotas y de sobresaltos, quedaba por venir lo mejor. Una nueva sorpresa que hacía la velada todavía más festiva y entrañable. El público no dejaba de aplaudir tras la última obra del programa en tanto que desde el centro del escenario los intérpretes correspondían a la gentileza que se les estaba dispensando. Fue el preciso momento en que el mismo empleado de la sala que le había traído un rato antes la famosa silla irrumpió de nuevo en el escenario empujando ahora un pequeño carromato cargado con una B enorme, adornada con luces intermitentes, que advirtió la cantante con aires de asombro y no sin complacencia, un buen rato después, cuando una vez más volvía a desaparecer de la vista del público tras agradecer la prolongada ovación que se le estaba dispensando. Más tarde se supo que la idea de “devolverle” la “B” a Teresa Berganza fue del propio director del festival, el maestro Odón Alonso, y los autores materiales los trabajadores del Centro Cultural Palacio de la Audiencia que la improvisaron sobre la marcha. Cantante y pianista volvieron a salir de nuevo a recoger los aplausos de los asistentes y ofrecieron dos piezas de propina. Teresa Berganza aún sacó la vena humorística de que había hecho gala durante el recital al confesar en voz alta que confiaba en que fueran a verla al hospital si es que aquella noche la tenían que ingresar en el hospital porque no se encontraba nada bien.

Yo tuve el privilegio de asistir al recital.

PARAJES Y LUGARES DE LA SORIA DE ANTAÑO Y DE AHORA (I)

Caseta del ferrocarril Soria-Torralba en Maltoso (Joaquín Alcalde)

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En los últimos ochenta años la ciudad ha experimentado un cambio tan notable que la hace irreconocible. De los pocos más de dieciocho mil habitantes se ha pasado a los casi cuarenta mil. La ciudad se ha ensanchado pero sobre todo se ha desplazado hacia el oeste al tiempo que han surgido nuevos barrios en Santa Bárbara, Los Royales y Los Pajaritos, sin olvidarnos tampoco de La Florida, que se pobló años antes, y por descontado la Barriada, cuyo nacimiento queda todavía bastante más lejos en el tiempo.

Todo ello ha traído consigo un nuevo decorado urbano que ha llevado a la desaparición de parajes y lugares entrañables que dieron a la Soria capitalina de antaño una personalidad definida que las generaciones de antaño que lo conocieron añoran a poco que hurguen en el “disco duro” del recuerdo porque no solo crecieron con ellos sino que los disfrutaron y llegaron a formar parte de su rutina diaria y, aún más, a considerarlos como algo suyo.

Si comenzamos por el extrarradio resulta que de La Rumba y La Canaleja queda poco más que el topónimo. Porque, en efecto, La Rumba fue en tiempos un lugar muy poblado hasta que el embalse de Los Rábanos le dio el empujón definitivo que le condujo a la despoblación y en la actualidad son contadas las huertas que siguen cultivando. La cercana Canaleja, junto al viaducto del ferrocarril, aunque sin población asentada, no corrió mejor destino, Y otro tanto cabe decir de la Maltoso, algo más arriba de La Canaleja. Maltoso fue durante años un paraje habitado y muy frecuentado por los sorianos sobre todo durante el verano pues era uno de los lugares elegidos para pasar el día festivo en el campo. En Maltoso todavía queda testimonio del ferrocarril [Soria-Torralba] que pasaba por allí, como es el caso de la inconfundible casilla ferroviaria, que al menos exteriormente presenta un estado de conservación hasta cierto punto decoroso, que permite hacerse una idea aproximada de lo que fue.

Y situados en Maltoso resulta obligado citar otro paraje muy cercano: la antigua finca particular de Valhondo, hace décadas abandonada, de la que todavía pueden verse los restos de las edificaciones, y lugar de paso obligado hacia La Sequilla, que merece un recuerdo especial. Porque, en efecto, en este paraje muy cerca de la ciudad sobre todo cuando todavía se podía cruzar el puente de hierro de La Rumba, se construyó el edificio que albergó una hidroeléctrica, edificio que quedó bajo las aguas cuando en los años sesenta comenzó a embalsar la presa de Los Rábanos. Hasta entonces, La Sequilla había sido uno de los lugares elegidos por familias y grupos de amigos para pasar el día en sus excursiones domingueras del verano.

EL «TUBO»

Interior del bar Poli, uno de los primeros que abrió en el «el Tubo» (Archivo Histórico Provincial)

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La demolición, a comienzos del año 1953, de la iglesia de San Clemente, en cuyo solar se construyó el edificio de la Telefónica, supuso un importante cambio de imagen y de actividad de este recóndito rincón.

Fue entonces, mediada la década de los cincuenta, cuando la plaza de San Clemente comenzó a configurarse como el núcleo de una actividad que fue creciendo sin parar para terminar consolidándose en la que resultó ser la verdadera zona de alterne de la ciudad, con la apertura, si es que no proliferación, de una serie de bares, a la que se dio en llamar “El Tubo”, en clara referencia, sin duda, a espacio semejante que ya venía funcionando con notable prosperidad en un céntrico barrio del casco antiguo de la vecina Zaragoza caracterizado sobre todo por la angostura del entorno. De manera que en tan reducido espacio urbano llegó un momento en el que no hubo local a pie de calle grande o pequeño, que teniendo la condición de tal que quedara a salvo de ser reconvertido.

El caso es que entre el callejón de San Clemente, la propia plaza y la calle Aduana Vieja, es decir, al otro lado, fueron apareciendo en muy pocos años una sucesión de bares que considerados en su conjunto implantaron un nuevo modelo de alternar y por qué no contribuyeron a establecer una nueva relación social, entre ellos el Poli (apócope de Policarpo), al que dio nombre el primero que lo abrió, el taxista Policarpo Jiménez. El Poli, fue uno de los primeros en abrir en «El Tubo». Después de varias décadas de funcionamiento el mítico local acaba de cerrar.

(De mi libro “Cafés, bares y tabernas de la Soria de antaño”)

 

LOS JURADOS

Miguel Romero, segundo por la derecha, uno de los habituales que hizo las veces de Jurado (Archivo Histórico Provincial)

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De un tiempo a esta parte, a medida que se acerca la fecha límite para el nombramiento de los jurados y la lista no está completa -este próximo domingo se celebra el Catapán- raro es el año que el concejal de turno (ahora es el propio alcalde el máximo responsable de Festejos) no deja de lanzar, hasta la reiteración, la infantil amenaza de que si llegado ese momento la cuadrilla que sea aún no tiene alcalde de barrio corre el riesgo de que no haya fiestas en esa demarcación. Menos mal que para la buena salud de los sorianos no sólo nadie toma en cuenta semejante sandez si es que no una solemne simpleza. ¿Porque cabe en cabeza alguna de quien sepa, por poco que sea, de qué va esto de las fiestas de San Juan que pudiera consumarse lo que no deja de ser una solemne tontería?

No deja de sorprender, en cualquier caso, que el amago se venga produciendo con reiteración en estos tiempos modernos de ayuntamientos democráticos en que el cargo de edil tiene un grado de profesionalización del que careció en otros tiempos y la principal tarea del responsable de buscar los doce jurados no puede ser otra que el de tener la lista completa con antelación suficiente, que para eso ha tenido todo un año por delante.

La dificultad de tener a tiempo la nómina completa de jurados no es de ahora, al contrario, ha venido planeando de continuo por las sucesivas corporaciones, tanto da en una u otra época. Pero al menos desde que le alcanza a uno la memoria, o sea en el último medio siglo y algo más, por delimitar una época concreta, no se recuerda siquiera una sola vez que por no haber jurado en una cuadrilla no se hayan podido celebrar las fiestas en la demarcación. Pues, en efecto, incluso cuando la terca realidad decía que no había medio humano de convencer a nadie para que ejerciera el cargo de Jurado, se ponía en funcionamiento la máquina del ingenio y el oficio, y al final siempre se solucionaba el problema. Y eso en circunstancias bastante más difíciles, en todos los sentidos, que las actuales.

Había dos funcionarios en el ayuntamiento, Domingo Ciria y Jesús Calonge, o al revés, como se prefiera, que durante muchos años estuvieron echando sobre sus espaldas la peliaguda encomienda de sacar adelante semejante papeleta. Es cierto que unas veces salvaron el compromiso con mayor desahogo que otras, pero la cruda realidad demostró que jamás dejaron de lograr su propósito.

Siempre se ha dicho, o al menos se sabía en la calle, que había una figura no escrita aunque sí eminentemente práctica. No era otra que la de hacer las veces de jurado, una expresión muy soriana y utilizada en la época. Y vaya que funcionaba.

No era habitual pero sí se daba con relativa frecuencia el caso de que una vez efectuado el nombramiento de jurado, e incluso aceptado el cargo, el nuevo alcalde de barrio declinara ejercerlo, argumentando un luto reciente –la excusa más socorrida-, alguna imposibilidad sobrevenida del tipo que fuera o, por no apurar la casuística, que no estuviera por la labor, sencillamente, que no le diera la gana, vamos.

De cualquier forma, al jurado electo ni se le pasaba por la cabeza renunciar pues le quedaba la posibilidad, que ejercía, de recurrir a un tercero para que hiciera las veces, con lo que el problema quedaba solucionado de un plumazo porque funcionaba una especie de bolsa de jurados, o al menos se conocía la disponibilidad de una serie de personas que a cambio de lo que fuera –acaso una compensación económica- estaban en condiciones de cubrir el expediente por muy a última hora que se tuviera que contar con ellos. Eran algo así como unos jurados profesionales que solían repetir y no necesariamente en la misma cuadrilla, que también. Miguel Romero, el del bar Sol, era el más habitual y un verdadero maestro en esto de hacer las veces. La lista no se terminaba en él. El tío [Miguel] La Villa, camarero de profesión, también sabía de qué iba la cosa. Había algunos más que solían oficiar de>Jurado con menos asiduidad pero que igualmente tenían la logística siempre a punto.

Así se estuvo funcionando hasta que consumada la extinción de estos jurados profesionales, sin que a ciencia cierta se sepa realmente por qué, no quedó otro remedio que poner de nuevo en funcionamiento la maquinaria de la imaginación e idear nuevas triquiñuelas. De manera que desde el consistorio se buscaban particulares que a cambio de una vivienda modesta, como ocurrió en alguna ocasión, o vaya usted a saber qué, hicieran las veces, si es que no se echaba mano de funcionarios municipales de confianza, lo que ocurrió durante un tiempo, que cabe suponer tuvieran algún tipo de compensación, e incluso no faltaba quien dentro de la propia familia asumía la función representativa, que tampoco faltaron. Todo, menos que una cuadrilla se quedara sin jurado y, por lo tanto, sin fiestas. Para que vengan ahora con tamaña chorrada.

Por último, tanto que el gobierno municipal echa de menos la falta de Jurados y lanza la amenaza de que no haya fiestas en las Cuadrillas que queden sin cubrir, la pregunta recurrente es inevitable: ¿cuántos miembros de la Corporación han desempeñado el cargo? Pueden contarse con los dedos de una mano, y sobran, los ediles que lo han ejercido. Son los primeros que debieran “predicar” con el ejemplo. ¡Ya está bien de tanto populismo rancio y barato!

LAS CASAS DE LOS CAMINEROS

Las Casas de los Camineros, a la derecha, recién construidas (Archivo Histórico Provincial)

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Fue la Administración General del Estado, la única que había, la que levantó el bloque en la avenida de Valladolid, frente a la estación de autobuses.

Unas viviendas que al contrario lo que dijo en su día algún cualificado responsable político con evidente desconocimiento de lo que se traía entre manos y sonrojo de quien pudo escucharle, no surgieron sino como consecuencia de la puesta en práctica de nuevos métodos de organización del trabajo del cuerpo que integraban aquellos abnegados trabajadores públicos que tradicionalmente habían venido teniendo a su cargo el cuidado y la conservación del tramo de carretera del término en que estaban desinados. Fue, por resumir, con la reagrupación de estos singulares y célebres personajes que en un momento determinado de su vida laboral no tuvieron más remedio que abandonar las casillas que habían venido siendo su lugar de residencia al borde de la carretera, en lugares estratégicamente elegidos y no determinados precisamente al azar.

El bloque de las que seguimos conociendo como casas o viviendas de los camineros se levantó al final de los años sesenta. La decisión de los responsables de Obras Públicas de construir este grupo de viviendas precisamente allí qué duda cabe que no la tomaron a la ligera habida cuenta la importancia de las carreteras que convergían en el que en aquel momento era un nudo clave para la circulación interurbana por el tráfico que absorbía pero sobre todo por la proximidad del Parque y Talleres ubicados en la acera de enfrente, en los viejos Cocherones, en el solar donde, al cabo de un montón de años, se construyó la Estación de Autobuses.

Cuando se abordó el proyecto de las Casas de los Camineros el paraje quedaba todavía lejos del centro de la ciudad; la configuración de la avenida de Valladolid, especialmente en su primer tramo, no difería en exceso de la que conocemos hoy, y la parcela en la que se construyeron las viviendas, y en general el lugar, eran fincas de labor que se cultivaban. En todo caso, se trataba de un entorno emergente. Había desaparecido el fielato de consumos, en el que por cierto estuvieron instaladas en los primeros momentos las oficinas de la empresa que construyó las viviendas de la Barriada de Yagüe cuando se reordenó parcialmente la zona y surgieron nuevas edificaciones, en parte de cuyo solar se levantó el bloque de los camineros. Cuando surgieron nuevas necesidades, idéntica suerte corrió el transformador aledaño de la Electra de Burgos, una construcción característica propiedad de la compañía que suministraba entonces la luz a la ciudad, en tanto que en las proximidades se había construido ya el edificio de la Comandancia de la Guardia Civil, se encontraba instalada y funcionaba desde casi diez años antes la moderna estación de servicio CICA (Ciriaco Caballero) en la entonces conocida como carretera de circunvalación -de hecho era eso y no otra cosa-, es decir, la calle de Eduardo Saavedra, y no tardaría en levantarse el hotel Caballero, uno de los iconos del sector de aquellos tiempos que exteriormente sigue conservando la imagen que tuvo en sus orígenes hasta el punto de que incluso así se le sigue conociendo en amplios sectores de la sociedad soriana.

Todo ello ocurría en la zona de los Prados Bellacos cuando el paraje eran todavía fincas de labor y se cultivaban.

EL PUENTE DE CARLOS IV

El puente de Carlos IV, en la antigua  carretera de Madrid, a la entrada de la ciudad (Joaquín Alcalde)

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Por el nombre de puente de Carlos IV no serán demasiados los sorianos que sepan de qué infraestructura se trata. Pero si se habla del puente que hay paralelo al viaducto del ferrocarril enseguida sabrá de lo que se está hablando.

Viene a cuento esto del puente de Carlos IV a raíz del que recientemente se ha dado en denominar proyecto de “Adecuación del puente de piedra peatonal sobre el río Golmayo” que acaba de conocerse, promovido, según se ha dicho, por el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, a través de la Dirección General de Carreteras (Unidad de Carreteras de Soria) para llevar a cabo actuaciones tendentes a resolver las deficiencias que presenta la infraestructura y garantizar su estado de conservación.

No es cuestión de recordar los trabajos a acometer pero de sí hacer algo de historia de esta construcción que fue levantada entre los años 1787 y 1790 en el marco del proyecto de unión por carretera de Soria con Madrid, durante el reinado de Carlos IV, de ahí su nombre. Fue construido para salvar el río Golmayo siendo el único acceso a la ciudad por el Sur.

El puente sobre el río Golmayo, como es conocido por los sorianos, está situado en la antigua carretera de Madrid a Francia por Soria y Logroño, a la altura del punto kilométrico 222,800 de la actual N-111a, en la terminología oficial. Y muy cerca de él, a la izquierda, entrando a la ciudad, no pasaba en absoluto desapercibida la casilla de Camineros, hace años demolida, de la que no obstante todavía pueden verse restos de la construcción y los frondosos nogales que la jalonaban.

Dicho lo cual, no estará demás señalar que esta actuación que se contempla ahora no va a ser la primera porque fue en el verano de 2008 cuando verdaderamente se recuperó para los peatones después de décadas de abandono y, por tanto, sin uso. Las obras de entonces afectaron a la estructura y al pavimento, que se cambió por losas, consolidando un empedrado para facilitar el paseo de los usuarios. Hoy el puente de Carlos IV es notablemente más frecuentado y ha venido a completar las actuaciones en las márgenes del Duero, que han revitalizado la zona que da acceso al antiguo barrio de La Rumba, hoy despoblado.

 

LA CASA DE OBSERVACIÓN NUNCA FUE HOSPICIO

Edificio de la Casa de Observación en la calle Alberca (Alberto Arribas)

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Anunciar el alcalde la ciudad que existe un preacuerdo para adquirir el edificio de la calle Alberca, anejo al Palacio de Alcántara, que oculta, dice el primer edil, el paño más importante de la muralla en el tramo urbano, y comenzar a decirse y escuchar auténticas barbaridades del inmueble en cuestión, fruto sin duda de la ignorancia y del desconocimiento de la ciudad de los que tienen la obligación de informar ha sido cuestión de un abrir y cerrar de ojos.

Conviene decir de entrada para evitar cualquier equivoco que el edificio de la Casa de Observación nunca fue hospicio. Que quede bien claro. Fue otra cosa relacionada, eso sí, con los menores, pero jamás hospicio, que para más datos se encontraba y llevaba ya bastantes décadas funcionando en lo que fue Convento de la Merced dependiente de la Diputación Provincial.

La Casa de Observación y Reforma de menores delincuentes y abandonados del Tribunal Tutelar de Menores de Soria, de la calle Alberca, conocida por los sorianos como el reformatorio o el correccional, se creó en diciembre de 1940 y se inauguró el 1 de abril de 1941, fecha emblemática del Régimen pues el Primero de Abril se conmemoraba el Día de la Victoria, el final de la Guerra.

Por la Casa de Observación, reformatorio o correccional, como se prefiera, pasaron en el transcurso de los años infinidad de menores (varones) de 9 a 16 años que recibían atención religiosa atendida por un párroco, cultural a cargo de maestro nacional y un instructor y contaban para la formación profesional con talleres propios de varias disciplinas, siendo quizá el más conocido de las artes gráficas instalado en uno de los bajos del Palacio de Alcántara, con entrada por la calle Caballeros, donde se editó el diario Duero del Movimiento desde su aparición en 1942 hasta que dejó de salir en octubre de 1945, y más tarde el trisemanario Campo Soriano. La imprenta de la Casa de Observación cerró en 1963 pero el establecimiento continuó funcionando hasta que la Constitución Española de 1978 modificó la jurisdicción especial de menores y una Ley Orgánica de 1985 supuso la desaparición de las Casas de Observación y otros establecimientos auxiliares.

Y un par de datos más. Nombres que especialmente se recuerdan por su vinculación y trabajo en la Casa de Observación son el del sacerdote catalán Demetrio Gómez Aguilar [don Demetrio para los sorianos de entonces, que saben bien de quién se habla], organista de la todavía colegiata de San Pedro, y el polifacético Miguel Moreno, que ejerció en ella de maestro –su profesión- y uno de los últimos directores del establecimiento, acaso el último.

CUANDO SE URBANIZÓ EL CAMPO DEL FERIAL

El Campo del Ferial, en su parte alta, ya urbanizado (Casimiro Rodrigo)

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Sin apenas repercusión informativa, por decirlo de alguna manera, redactado casi en clave y prácticamente perdido entre el fárrago de los asuntos abordados por el pleno de la corporación municipal, que, por cierto, no revestían ni de largo semejante importancia, se supo tres días después que en la sesión del 15 de enero de 1947 el ayuntamiento de la capital, presidido por el alcalde Mariano Íñiguez García, había tomado un acuerdo que, sin necesidad de que transcurrieran muchos años, iba a resultar clave para el desarrollo de una de las zonas céntricas de la ciudad. Pues, en efecto, sacaba a pública subasta las parcelas edificables, hasta un total de 12, del que se conocía como Campo del Ferial, con tipos que, según la superficie del solar, oscilaban entre las 29.970 y las 61.177 pesetas de entonces, o sea, 371,29 y 179,80 euros respectivamente en la moneda actual, con una serie de prescripciones como la referida a la altura máxima de los edificios que “será de 15,50 metros, medidos en su punto medio de fachada [con un] máximo de cinco plantas, no permitiéndose ninguna construcción inferior a cuatro”, se destacaba en el anuncio de licitación. No obstante, se precisaba más: “Esta manzana lleva un patio central que no podrá cubrirse nada más que hasta la primera planta y la fachada a este patio no podrá tener salientes ni entrantes”. Se trataba, en fin, de una buena parte del espacio multiusos, dicho sea en versión moderna, que había detrás de Correos y llegaba hasta la Tejera, concretamente el comprendido entre las actuales calles de Sagunto, Manuel Vicente Tutor y Mesta, y se utilizaba para todo, pues lo mismo servía para mercado de los cochinos de los jueves que estacionalmente de descansadero de las merinas tanto en su viaje a tierras extremeñas como a la vuelta, si es que no de ferial de ganados en las citas tradicionales de marzo y septiembre y del mercadillo de trastos viejos, a modo de rastro, que se instalaba para la ocasión. Porque en la parte más alejada del centro todavía se mantenía en pie el refugio antiaéreo construido durante la Guerra Civil, en evidente estado de deterioro además de ser un foco de suciedad. La zona la cruzaba el vial que describiendo una gran curva conectaba la plaza de Mariano de Granados con la que era y durante muchos años después continuó siendo carretera general (la de Madrid a Logroño, la N-111 en la terminología oficial), o sea la calle de la Tejera, a través de la del Ferial.

El ayuntamiento llevaba ya unos cuantos años trabajando en el empeño y, por qué no, recibiendo quejas como la que formuló el máximo responsable de la administración postal en Soria “solicitando el traslado del mercado que tiene lugar los jueves en la parte posterior del edificio de Correos por los trastornos que ocasionan los tratantes que ocupan las aceras y puertas del citado edificio”, al tiempo que la Hermandad Sindical Provincial de Labradores y Ganaderos proponía la adquisición de unos terrenos comprendidos entre Santa Bárbara y el Paseo de la Florida para la instalación del mercado semanal, el ferial y el descansadero de ganado, que no llegó a materializarse. Como tampoco el anunciado hasta la saciedad proyecto de abrir una nueva calle que sirviera de conexión entre la recién urbanizada del Campo y la de Rota de Calatañazor atravesando la de la Tejera. De la calle Campo hacía ya tiempo que se había retirado la fuente y el abrevadero y trasladado a la parte baja del riscal de Las Pedrizas, donde comienza la zona de discobares. La iniciativa, de la que nada más se supo y eso que el enorme panel explicativo de la actuación, con croquis incluido de cómo se contemplaba el resultado, estuvo la tira de años colgado en la fachada del inmueble afectado, se ejecutaría sólo a medias algunas décadas después cuando las necesidades del céntrico y emergente barrio poco o nada tenían que ver con las que en su día habían aconsejado abordar tan ambiciosa actuación. Pues, en efecto, derivó en el conocido pasaje particular, en una de las construcciones de la calle Tejera, que además de no responder ni de largo a las previsiones iniciales ni siquiera sirvió para paliar una problemática que los munícipes intuyeron en los años cuarenta. Como tampoco la “nueva vía de 18 metros”, de que se habló entonces, entre la calle Mesta –en la parte más próxima a la plaza de toros- y la Plaza del Vergel, que tampoco consiguió salir adelante, al menos según la idea que se presentó a los sorianos.

En todo caso, la reconversión de la zona era irreversible y, como consecuencia, el desarrollo de las aledañas, que no muchos años después ofrecían un aspecto difícilmente imaginable a la luz de las necesidades y de la realidad de una época complicada y difícil. No obstante en el conocido como triángulo de la calle Campo, que no era otro sino la parcela que ocupa el edificio de Cultura de la Junta de Castilla y León, aún estuvieron instalándose durante algunos años los circos y teatros ambulantes que llegaban a la ciudad hasta que el jueves 18 de enero de 1973 se firmaba ante notario la escritura de cesión del solar para construir en él la Casa del Movimiento, que no llegó a estrenarse como tal.