TALA DE ÁRBOLES EN EL CASTILLO

La Fuente de los Leones cuando estuvo en el Castillo (Archivo Histórico Provincial)

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El Parque del Castillo ha vuelto al primer plano de la actualidad local. En esta ocasión por la que algunos sectores han dado en llamar tala indiscriminada de árboles que el equipo de gobierno municipal socialista ha justificado amparándose en el paraguas de la legalidad administrativa y en la aportación de un nuevo recurso turístico en el marco de la recuperación de las murallas además de anunciar la elaboración de un plan paisajístico para mantener el equilibrio del entorno.

A este respecto, y antes de seguir adelante, no estará de más subrayar que la última gran plantación de arbolado en el Parque del Castillo la acometió el ayuntamiento en los primeros años cincuenta cuando el conejal responsable de montes era Feliciano Hernández, más conocido como “El Pelegrín”, y alcalde de la ciudad Eusebio Fernández de Velasco.

Dicho lo cual, quizá tampoco sobre hacer algo de historia acerca del que sin duda ha sido una especie de “cajón de sastre”, al menos en los últimos ochenta años. Pues si en los primeros cuarenta se construía la carretera de acceso y se inauguraban los nuevos depósitos de abastecimiento de agua,  algunos años después se construía la caseta para ubicar en ella los equipos técnicos de la mítica Radio Soria –habilitada en los últimos tiempos como biblioteca de verano- y la casa del guarda, y por aquel entonces también la piscina infantil. Sin solución de continuidad –ya en 1957- comenzaron las obras del nuevo depósito –el circular- y se ubicó al final del paseo central la “Fuente de los Leones” tras un largo debate para buscarle acomodo. El 16 de noviembre de 1966 el Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, inauguraba el primitivo Parador de Turismo hasta llegar al despropósito del actual, del que nadie –o muy pocos- dijeron absolutamente nada, como tampoco de los cercanos contenedores para la basura que se genera  en el establecimiento que siguen ahí bien visibles. Y alguna actuación más que se haya podido quedar en el camino.

Todo ello sin entrar para nada en el descuido casi permanente, en ocasiones rayando el abandono, de un espacio no todo lo visitado y disfrutado que fuera de desear a pesar de los atractivos que ofrece. Por eso bienvenido sea el plan anunciado por el ayuntamiento, que ojalá no se quede en eso, en una promesa más de las muchas que nunca llegan a cumplirse. Los sorianos sabemos bastante de este tipo de historias hasta el punto de estar escarmentados.

 

VIVIENDAS SOCIALES (y II): DE LA BARRIADA AL PRADILLO

Vista parcial de la Barriada de Yagüe (Archivo Histórico Provincial)

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Ya ocupadas las conocidas como Casas del Ayuntamiento y de Falange, proliferaron las promociones de viviendas sociales, la mayoría por iniciativa de los antiguos sindicatos a través de la Obra Sindical del Hogar y de Arquitectura, que en veinticinco años construyó 585 en la capital, y del Patronato Benéfico de la Construcción Francisco Franco, con 175 en el mismo periodo, según la información recogida por la publicación oficial de propaganda del Régimen “Soria. España en Paz” editado en 1964, a las que “es preciso añadir las edificaciones erigidas por la Diputación Provincial, Ejército y otras entidades oficiales”, añadía el tomo en cuestión de la editorial Publicaciones Españolas que “fue planeado y patrocinado por la Junta Interministerial creada para conmemorar el XXV Aniversario de la Paz Española y se elaboró y editó siendo Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento de Soria Antonio Fernández-Pacheco y presidente de la Diputación Provincial Juan Sala de Pablo, encargándose de la redacción Gabriel Cisneros Hernández, Subjefe Provincial del Movimiento”.

En este contexto fueron surgiendo sucesivamente el conocido como Grupo Sindical José Solís Ruiz –Delegado Nacional de Sindicatos-, detrás de la Huerta de San Francisco, y promociones como la de la calle Alférez Provisional (ahora de Bienvenido Calvo) en las inmediaciones del cuartel de Santa Clara, la del Pradillo (Grupo San Saturio) frente al colegio de La Arboleda y la del final de la calle Real, llamada grupo Miguel Álvarez, en recuerdo del estudiante fallecido como consecuencia de los incidentes universitarios ocurridos en Madrid en el año 1956 o, en fin, y por no alargar la lista las llamadas por el color de sus fachadas “casas de chocolate” (oficialmente Grupo Virgen del Espino) junto a la Barriada. Por cierto, que tanto en éstas como en las del Pradillo se colocaron en sendas grandes placas –hasta no hace tanto seguían visibles- indicando el número de viviendas, el año de construcción y que fueron promovidas por la Delegación Nacional de Sindicatos, sin que faltara, en su parte inferior, el yugo y las flechas y el escudo de los sindicatos, a la izquierda y derecha respectivamente.

No obstante, el proyecto de viviendas sociales que mejor refleja el espíritu de la época y, sin duda, la actuación más importante, lo constituyó la Barriada de Yagüe. Fue a mediados de los años cuarenta cuando el militar nacido en San Leonardo “promovió la construcción de 200 viviendas ultrabaratas en las afueras de la capital, que contarían además con iglesia, escuela y clínica de urgencia”, se anunció entonces, si bien realmente fueron 305 –a juzgar por las informaciones oficiales- a la conclusión de la última fase en el año 1958.

En cualquier caso, y pese a la diferencia en el tiempo con que fueron surgiendo las nuevas edificaciones, no resultará complicado deducir que todas ellas tuvieron un denominador común: la parafernalia de la colocación de la primera piedra y, desde luego, de la bendición, inauguración y entrega de llaves a los destinatarios aprovechando las fechas emblemáticas del Régimen, que todo hay que decirlo, fue diluyéndose progresivamente en el transcurso de los años. Pero, vamos, no dejaban “de constituir un acontecimiento por todo lo alto” lindezas como éstas: el barrio que fuera “se hallaba profusamente engalanado”; la bendición la llevaba a cabo el Obispo de la Diócesis Saturnino Rubio Montiel, “revestido de Pontifical”, y la entrega de las llaves a los beneficiarios la efectuaban “el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento, [el “camarada” que fuera en el momento], el propio Prelado, y las autoridades, jerarquías y representaciones oficiales”, que eran todas de las de la capital y provincia, por más que la prensa oficialista de la época acostumbrara a calificar la efemérides de “sencillo acto” que a menudo contrastaba con el titular de apertura en la primera: “Una grandiosa jornada sindical en Soria”, “El acto revistió extraordinaria solemnidad”, y otros de idéntico o muy parecido tenor eran los habituales. Había, naturalmente discursos, y “como final del acto cantóse el Cara al Sol por todos los asistentes, dando los gritos de ritual el camarada” que fuera, habitualmente el poncio.

EL CERRO BELLOSILLO ¿PARA CUÁNDO?

El acceso al Cerro Bellosillo sigue cerrado tres años después de la recepción de las obras (Joaquín Alcalde)

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El Cerro Bellosillo, tan cerca de la capital, ahí está, muerto de risa, se supone que terminada la actuación, y lo que es más grave, desde hace tiempo sin la menor noticia acerca de él y de las previsiones del ayuntamiento para que por fin puedan disfrutarlo los sorianos, como se anunció en su día a bombo y platillo, según la más rancia propaganda al uso, vamos.

Desde el punto de vista de impacto ambiental el Cerro Bellosillo, convertido con el paso del tiempo en una escombrera, era uno de los puntos negros de la ciudad que adquirió especial relevancia, y comenzó a estar en la boca de todos, a raíz de que se anunciara la felizmente fallida construcción de la Ciudad del Medio Ambiente. Porque durante algunos años fue el depósito natural, y más mano, de los materiales de obra de deshecho hasta el punto de cambiar por completo su orografía.

Fue en la legislatura municipal 2003-2007 cuando siendo alcaldesa de la ciudad la Popular Encarna Redondo, el ayuntamiento de la capital comenzó a reclamar su sellado. De hecho hasta en tres ocasiones al menos (2007, 2008 y 2009) el proyecto contó con consignación en los Presupuestos de la Junta de Castilla y León, sin que en ninguno de los casos se abordara su ejecución.

El empujón definitivo se produjo en pleno verano de 2011, momento en que el ayuntamiento presidido por el socialista Carlos Martínez Mínguez sorprendió a los sorianos con el anuncio de que la escombrera se cerraría el 3l de diciembre de ese mismo año una vez que la planta de residuos de Golmayo había conseguido la licencia de obra al tiempo que pedía a la Administración Regional que contemplara una partida en las Cuentas Públicas para 2012.

Y, efectivamente, así fue. En los últimos días del mes de diciembre de 2011, el ayuntamiento ratificaba el cierre del vertedero desde el uno de enero siguiente a la espera que la Junta lo sellara.

Pero no fue hasta casi cinco años después, ya en octubre de 2016, cuando se anunció la licitación hasta que por fin en la primavera del año siguiente -2017- comenzaban los trabajos de sellado, que importaron más de medio de medio millón de euros. De tal manera que el acta de recepción de las obras se firmó en mayo de 2019 “una vez solventadas las deficiencias provocadas por las escorrentías” al tiempo que la apertura al público del entorno la situaban en el “próximo verano”, se dijo entonces desde el Consistorio.

Y en esas estamos a falta de que se dé algún tipo de explicación, que no estaría demás se ofreciera para general conocimiento.

EL TÚNEL DE LA ARBOLEDA

 

Curva de la Cuesta de la Dehesa Serena con la rampa del túnel a la izquierda (Joaquín Alcalde)

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Entre los proyectos inmediatos del ayuntamiento de la ciudad está la reordenación de la plaza del Carmen (Ramón Ayllón en el callejero) y la de las Cinco Villas, o sea el parque de La Arboleda como comúnmente conocen (conocemos) los sorianos, que según lo que se ha anunciado se llevará por delante el túnel peatonal que posibilita cruzar con garantías de seguridad la Cuesta de la Dehesa Serena, a la altura del colegio.

Hasta que en los últimos días del mes de mayo de 1990 se inauguró y entró en servicio la Variante Norte, la Cuesta de la Dehesa Serena era la carretera general de Zaragoza (N-122) y tramo común con la de Calatayud y Teruel (N-234), o lo que es lo mismo el único acceso a la ciudad por el este con una importante intensidad tráfico y no menos accidentes, algunos de ellos verdaderamente graves, que recuerdan especialmente los vecinos del barrio. El atropello de una niña, que perdió la vida, encendió todas las alarmas y fue el detonante para que por fin en los primeros años ochenta el ayuntamiento de la ciudad y el Ministerio de Obras Públicas se plantearan la urgencia de dar solución a un problema que se había enquistado y no había manera de resolver.

Durante algún tiempo estuvo dándosele vueltas al asunto hasta que el 18 de mayo de 1982 la Comisión Provincial de Gobierno, una especie de Consejo de Ministros de carácter provincial formado por los máximos representantes de los organismos de la Administración Central del Estado en la Provincia que presidía el Gobernador Civil, conoció la Resolución de la Dirección General de Carreteras por la que se anunciaba el concurso-subasta para la construcción de un paso inferior para peatones en el Colegio “La Arboleda” con un presupuesto que superó los nueve millones setecientas mil pesetas (poco más de cincuenta y ocho mil euros).

La obra se ejecutó sin ninguna incidencia reseñable pero nada más terminarse cundió la impresión, como así fue, de que lo que se había planteado como una solución no dejó de ser el origen un nuevo problema pues enseguida empezó a planear la fundada duda sobre el verdadero uso del paso subterráneo, que no pasaba precisamente por el de prestar al colegio el servicio que demandaba, más bien al contrario, y terminó siendo un lugar habitual de las prácticas más variadas –las menos de tránsito-, de ahí que desde el primer momento hubiera serias reticencias en utilizarlo para la que fue concebido. Al cabo del tiempo se acometieron algunas obras de adecentamiento e incluso se construyó un rampa para salvar las escaleras, tarea inútil porque el destino llevaba tiempo escrito, en realidad desde el primer momento.

En 2009 se instalaron los polémicos semáforos, pero esta es otra historia.

VIVIENDAS SOCIALES (I): LAS CASAS DEL AYUNTAMIENTO Y DE FALANGE

Las Casas del Ayuntamiento, que ya no existen, en una imagen de 2008 (Joaquín Alcalde)

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Habría que remontarse cuando menos sesenta años atrás, puede que alguno más, para encontrar referencia acerca de las primeras promociones de viviendas sociales, entonces llamadas así, que se construyeron en Soria en la época moderna, es decir, después de la Guerra. Fueron, en concreto, las levantadas en las proximidades de la dehesa, conocidas como las Casas del Ayuntamiento y de Falange, todavía hoy en pie, porque las primeras, demolidas hace unos años, han dado a paso a los bloques modernos que han cambiado por completo la fisonomía del entorno.

Y aunque la iniciativa de levantar la barriada surgió prácticamente de manera simultánea, fueron las de Falange, el grupo con las fachadas pintadas de blanco, las primeras que comenzaron a construirse. La noticia, no obstante, no mereció más atención en el diario del Movimiento, Duero, la cabecera de referencia de entonces en Soria, que un suelto en una de las páginas interiores, la dedicada a la información local, que curiosamente aprovechó para abrir. La referencia se limitaba a decir que “en los locales de los Sindicatos Provinciales y bajo la presidencia del delegado Provincial de Sindicatos, Camarada E. [Eusebio] Fernández de Velasco, ante el Notario de esta capital D. Andrés Moreno Cuesta, se celebró la apertura de pliegos para la adjudicación por contrata, de la construcción de 60 viviendas protegidas que la Obra Sindical del Hogar ha conseguido hacer realidad en nuestra capital. [Y que] realizada la apertura de pliegos, la adjudicación provisional de las obras se ha concedido a D. José María Verguizas”.

Apenas unos meses después –junio de 1944- era el ayuntamiento de Soria el que anunciaba la construcción en dos años de “60 viviendas protegidas para empleados” por valor de 1.735.000 pesetas (aun no 10.500 euros) y la adjudicación de las obras “a don Félix García Sancho de esta capital” por la mesa de contratación que “estuvo constituida por el señor alcalde camarada Jesús Posada Cacho, arquitecto señor Cabrerizo y Gestor Municipal señor Hernández”, publicó el periódico Duero, que se preocupó de subrayar que con esta construcción “el ayuntamiento de nuestra capital aporta su decisiva cooperación a la resolución de un problema de gran envergadura como es el de la escasez de viviendas”.

LOS TAXIS Y OTROS SERVICIOS DE TRANSPORTE URBANO

La plaza de Ramón y Cajal o de La Leña antes de su remodelación en los años cincuenta (Archivo Histórico Provincial)

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En la actualidad el transporte urbano en la ciudad, bien sea en autobús o en taxi, está dentro de la normalidad diaria pero no deja de tener su historia a poco que se haga una recapitulación. No es desde luego, el caso de los taxis aunque sí el de otros medios que fueron desapareciendo con el paso del tiempo por las necesidades que demandaba una ciudad en pleno proceso de expansión para dar paso a otros como por ejemplo el entrañable autobús de la Barriada que comenzó a funcionar en 1957.

Llegados a este punto cabría hacer un inciso y tener un recuerdo para el servicio de viajeros del minibús que se diría hoy, en la práctica era una arcaica y desvencijada camioneta, conocida como La Central, de las que se utilizaban antaño para el transporte de viajeros en trayectos urbanos. El nombre le venía por su adscripción al Despacho Central de RENFE. Partía del centro de la ciudad, en su última etapa desde el rincón de la plaza del Olivo, con destino la estación del Cañuelo, que ciertamente quedaba a desmano, coincidiendo con la salida y/o llegada de los trenes, de manera que podía atender las necesidades de los usuarios del ferrocarril. Servicio éste de La Central que se reforzaba la mañana de los domingos y festivos del verano con el trayecto entre el centro urbano y la ermita de San Saturio para facilitar la asistencia a la misa en la capilla del patrón y naturalmente el regreso a la terminación del santo oficio; en este caso. En realidad, era un vehículo un tanto peculiar pues no en balde era el más grande que podía cruzar el arco de San Polo, al ser el único acceso por carretera al santuario. Y, en fin, un coche de similar capacidad o puede que algo mayor hacía viajes de ida y vuelta a Valonsadero durante los días punta de los meses estivales.

En todo caso, la construcción y entrada en servicio de la tan deseada estación de autobuses en los ochenta fue un elemento más que tampoco conviene perder de vista en toda esta problemática porque supuso un cambio notable en las costumbres de los sorianos.

Los que apenas han cambiado, por el contrario, han sido los taxis, que hasta siguen teniendo la parada no donde siempre la tuvieron pero sí muy cerca. Hace ya bastantes años que se encuentra en la céntrica plaza de Ramón y Cajal, junto a la desaparecida Oficina de Turismo.

Hasta llegar aquí, los taxis tuvieron que hacer su particular recorrido por el casco urbano. Porque, en efecto, originariamente la parada la tuvieron muchos años en la plaza de Herradores y temporalmente en El Espolón –entonces calle de Burgo de Osma en el callejero- o en determinados días de las fiestas de San Juan en la plaza del Chupete, junto al desaparecido monumento del General Yagüe, en la parte de acá saliendo de Marqués del Vadillo.

No obstante la parada de la plaza de Herradores no era la única, porque simultáneamente otros coches de alquiler la tenían en la plaza de San Esteban, a ambos lados, y aún había una tercera en el ensanche, es decir, en la plaza del Rosel, conocida hoy como de la tarta.

La peatonalización del centro de la ciudad llevó consigo un replanteamiento de determinadas situaciones y servicios, entre ellos, el de las paradas de taxis que quedaron establecidas en su ubicación actual de la plaza de Ramón y Cajal, antiguamente de la Leña, y junto a la Estación de Autobuses, cuando a mediados de los años ochenta del siglo pasado comenzó a funcionar ésta.

EL CONVENTO DE SAN AGUSTÍN

El convento de San Agustín con la ventana del fielato a la izquierda (Joaquín Alcalde)

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Uno de los últimos anuncios en el tramo final de la larguísima y fatigosa campaña electoral que hemos estado padeciendo estos días ha venido de la mano del alcalde de la ciudad que, con la calculada oportunidad a que tiene acostumbrada a la parroquia, en una visita rutinaria a las obras de la muralla de la margen derecha del Duero se ha despachado con la (buena) noticia de que el ayuntamiento ha cerrado un acuerdo para adquirir la mitad de lo que queda del antiguo Convento de San Agustín, ese edificio emblemático junto al Puente de Piedra, saliendo de la ciudad, desde hace años desocupado, que se encuentra en estado de ruina.

Hablar del antiguo Convento de San Agustín trae inevitablemente el recuerdo, ya en los tiempos modernos, de establecimientos emblemáticos ubicados en el edificio como lo fueron la taberna del Augusto (no confundir con el Mirador-bar) y la tasca contigua conocida como “La alegría del puente”, tan frecuentadas a diario por los vecinos del barrio y en los veranos de antaño, parada obligada para quienes preferían disfrutar de la tarde en el entorno del río. Y, por supuesto, no hay que olvidarse tampoco del fielato ubicado en la planta baja del inmueble, en el que todavía puede verse la ventana alargada desde la que el consumero vigilaba los productos alimenticios y bebidas que entraban en la ciudad para consumo interior. Ni tampoco de la térmica, en las traseras, que la primera central eléctrica con que contó la ciudad, según recuerda el investigador Alberto Arribas.

El Convento de San Agustín fue antes de Mercedarios y originariamente hospital de niños expósitos bajo la protección de la institución de los Doce Linajes. En el edificio del siglo XVI el todavía joven pero ya famoso agustino y poeta Fray Luis de León, fue lector de Gramática en el curso 1555-1556, desconociéndose, no obstante, si llegó a escribir algo mientras permaneció en Soria, observa el recordado José Antonio Pérez-Rioja en su Guía Literaria de Soria.

Un edificio, por lo demás, que dependiendo de quién lo ha ocupado se conoció como de Santi Spiritus y Nuestra Señora de Gracia. Fue parcialmente derruido por el general Durán en el año 1812 y posteriormente desamortizado y subastado el solar en 1871.

A finales del siglo XIX el inmueble se habilitó para viviendas particulares, que estuvieron ocupándose hasta bien entrada la segunda mitad del pasado siglo XX. El último local en cerrar fue la ya citada taberna “La alegría del puente”, un lugar muy frecuentado en cualquier época del año y especialmente durante el verano a la que era obligado acudir para echar un porrón en la calle, sentado en el poyo corrido que había en la fachada.

LAS ELECCIONES DE ANTAÑO

La Casa de la Tierra, en la imagen en la sede de la calle Teatro, era uno de los locales habilitados como Colegio Electoral (Archivo Histórico Provincial)

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El próximo 13 de febrero habrá elecciones en Castilla y León

En tiempos también había elecciones lógicamente, pero solo para renovar los ayuntamientos (la organización del Estado era otra), con las connotaciones de todos conocidas, que no viene a cuento recordar. Lo que no había, desde luego, era campañas electorales, y mucho menos con el formato, la agresividad y las descalificaciones de las de ahora, ni por supuesto el desasosiego de hoy en busca del voto, que en definitiva da la impresión de que es lo único que interesa a los candidatos.

Antaño el protagonismo en las elecciones lo tenía el Gobernador Civil que acompañado del Subjefe Provincial del Movimiento, del Delegado Provincial de Sindicatos y de otros jerarcas de la organización sindical lo más que hacía era, según la prensa de la época, viajar a los diferentes pueblos de la provincia, donde todos ellos eran recibidos por el alcalde que fuera, el secretario, el jefe de Falange, el Delgado Comarcal de Sindicatos y los vocales de las entidades sindicales respectivas de la localidad para reunirse con los alcaldes y secretarios de los  ayuntamientos de la comarca, así como con los jefes y secretarios de las hermandades de labradores y ganaderos y darles a conocer el alcance y espíritu de las elecciones, transmitiéndoles “las orientaciones precisas”.

Y poco más, a no ser que se diera a conocer la composición de las mesas electorales, por cierto, únicamente de la capital, y la relación de candidatos de algunos de los pueblos más importantes de la provincia, no  de todos. Pero sobre todo, mensajes acerca de quiénes tenían la condición de electores, la obligación de votar (“pudiéndose excusar únicamente de hacerlo los mayores de setenta años, los impedidos físicamente, los clérigos y religiosos, los jueces de Primera instancia, municipales y comarcales en sus respectivas demarcaciones jurisdiccionales, y los notarios en el territorio del Colegio a que pertenezcan”), el contenido del voto, las garantías electorales, y el escrutinio, con contenidos como “una administración municipal digna del progreso de la ciudad. Soriano: de tu voto depende conseguirlo, o no te abstengas de votar”. La campaña, como tal, se reducía a la mitad de una columna en la primera página del periódico de no más de treinta líneas, en el mejor de los casos, la víspera de la votación, en la que los candidatos se limitaban a argumentar el motivo de su concurrencia a los comicios, si es que no lo hacía la propia redacción del diario, teniendo el buen cuidado de dejar constancia de su condición de “militante de Falange Española Tradicionalista de las JONS”.  Fotos, ni una, a no ser alguna de las de tipo “carné”. Y eso sí, sólo referido al ayuntamiento de la capital, pues de los de la provincia nada se sabía.

Otro tanto ocurría con el desarrollo de la jornada electoral y los resultados, que tampoco suscitaban mayor entusiasmo, al extremo de que los periódicos era habitual que los ofrecieran en sucesivas entregas a lo largo de la semana siguiente, sobre todo los de la provincia.

SORIANADAS (VIII)

El ensanche del Collado en una imagen de los primeros años cincuenta (Archivo Histórico Provincial)

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Hubo un tiempo, en los años más duros del franquismo, en que los periódicos locales tomaron por costumbre publicar, entre otras informaciones oficiales, noticias puntuales sobre las multas gubernativas impuestas por el Gobernador por conductas inapropiadas de los ciudadanos como pudieran ser alterar el orden público, blasfemar en la vía pública y promover escándalos, por ejemplo. De una de estas multas no se libró quien curiosamente al cabo de los años llegó a ser presidente de la Diputación Provincial –un soriano de los de toda la vida- que el 12 de mayo de 1954 fue sancionado con diez mil pesetas –una fortuna en la época- bajo el argumento de haber “dado un desdichado ejemplo, al olvidar que el cargo que ostenta y la posición social que tiene le obligan a extremar la corrección de su conducta en sus relaciones ciudadanas y en el respeto que la Autoridad debe”, reflejó con detalle la información oficial, que para que todo dios se enterara y sirviera de ejemplo a la población el periódico oficialista de aquel momento tuvo el buen cuidado de publicar en la primera página, recuadrada y en negrita, con el fin de llamar la atención de los lectores.

Otros pequeños detalles de la vida ciudadana no tuvieron evidentemente el mismo eco ni difusión pero no por ello dejaban de reflejar la realidad del día a día de la ciudad. Así, se contaba en que una visita rutinaria de cierto Inspector de Servicios a un cualificado organismo oficial que no viene al caso el alto funcionario observó extrañado que en una de las dependencias junto al puesto de trabajo  de uno de uno de los empleados públicos había un garrafón de los que se utilizaban para el vino, en vista lo cual, y sin duda para satisfacer su curiosidad, no pudo por menos que preguntar al interesado acerca de su contenido. El funcionario, por cierto, de conocido alias en la sociedad soriana y de su adicción a la bebida, le contestó imperturbable que allí tenía la tinta que necesitaba para el cumplimiento de su trabajo administrativo cuando lo que en realidad había dentro del garrafón era  vino tinto que procuraba tener a mano para satisfacer la otra función que el probo servidor público cultivaba.

Como tampoco trascendió a los periódicos, aunque sí a la opinión pública, la historia protagonizada por un afamado dentista de la capital, de constatada y acreditada fama de bruto como él solo en sus modales. Resulta, que en cierta ocasión, de esto hace muchos años -mediados los cincuenta-, acudió a su consulta un concreto paciente y una vez sentado en el sillón el profesional en cuestión se encontró por lo visto con más dificultades de las previstas para  sacarle una muela que le estaba trayendo a mal traer hasta el punto de que el galeno en un determinado momento no tuvo mejor ocurrencia que poner la rodilla en el pecho del resignado paciente para de este modo facilitar la tarea y conseguir su propósito, como así fue. Lo dicho es tan cierto como que la escena la recordaba con frecuencia el propio interesado –un conocido dependiente de comercio de la ciudad- en la tertulia de amigos a la que asistía quien lo está contando ahora refiriendo con pelos y señales el episodio del que él mismo fue protagonista siendo un chaval.

O fin, tampoco tuvo gran eco lo que ocurrió una mañana de novena de San Saturio en la ermita, bien entrado ya el presente siglo XXI. Resulta que el funcionario municipal que atendía de ordinario la ermita tenía día libre, con licencia por asuntos propios para más señas. El caso es que el cura encargado  abrió sin problema aparente alguno la puerta de entrada al santuario con la idea de, como cada día, decir la misa y oficiar la novena del Patrón, pero mira por dónde el clérigo, que por cierto todavía sigue en activo en una de las parroquias de la capital y lo recordará, sin duda, no solo desconocía el lugar en que se encontraba el interruptor de la luz sino que fue incapaz de dar con él tras infructuosa búsqueda, de manera que los oficios de aquella mañana tuvieron que celebrarse a oscuras, eso sí, con el consiguiente riesgo para los asistentes para acceder a la capilla del Santo habida cuenta la oscuridad del tramo a salvar y el trazado de las escaleras. Y, por supuesto, abandonar el reciento.

LA ESTACIÓN DE AUTOBUSES

En el solar de los Cocherones de Obras Públicas se construyó la estación de autobuses (Colección Tomás Pérez Frías)

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La estación de autobuses fue “la obra del Pilar”, pues, en efecto, tardó más de medio siglo en construirse desde que en 1932 se abordara por primera vez el proyecto.

El edificio que alberga la terminal de autobuses, cuya remodelación acaba de hacerse pública, fue el resultado de una gestación bien larga, que se prolongó varias décadas. Había transcurrido la friolera de cincuenta años y, si se fuera riguroso, puede que alguno más.

Como refiere la doctora Carrasco en su obra Arquitectura y Urbanismo de la Ciudad de Soria 1876-1936, ya en el año 1932, el arquitecto municipal Ramón Martiarena, llegó a plantear un edificio destinado a estación de autobuses que no logró superar el nivel de proyecto. Como lugar de emplazamiento se eligió el Campo del Ferial, junto a la travesía exterior, que traducido al momento actual sería la calle Tejera o sus alrededores. El edificio, por lo que se sabe, recordaba “muy de cerca” el de la estación del Cañuelo, al menos en sus fachadas.

Pero el proyecto quedó en agua de borrajas y hubo que esperar hasta finales del año 1954 para encontrar una nueva referencia relacionada con la construcción de la tan deseada estación de autobuses. En la sesión plenaria del ayuntamiento de Soria del 27 de octubre de dicho año, que presidió el alcalde Eusebio Fernández de Velasco, la corporación tomó el acuerdo de encargar al arquitecto municipal la redacción del anteproyecto para la construcción de una estación de autobuses”. Pero, ni por esas. El proyecto seguía sin arrancar.

Aún,  a finales del mes de enero de 1958, el concejal [Narciso] Fuentes López presentó una moción para la construcción en Soria de una estación de autobuses y el posible emplazamiento en terrenos situados dentro del Palacio de los Condes de Gómara y el Pradillo. Y por lo que fuera, el asunto, una vez más, quedó atascado.

Dos años después, bien entrado ya 1960, el alcalde Alberto Heras, anunciaba “el deseo de la Corporación de que se construya en Soria una estación de autobuses” ¡! y daba cuenta de lo que denominó cambio de impresiones con los concesionarios de las líneas de viajeros, a los que pidió “un detallado estudio para ver la forma práctica de llegar a su realización”. Y nada más se supo.

Fue por fin, en los años ochenta, cuando se retomó y desbloqueó el proyecto, y ahora sí, la iniciativa salió adelante. Tras pronunciarse favorablemente el pleno del ayuntamiento de la capital de agosto de 1982, al mes siguiente, en septiembre, se anunciaba el concurso de construcción de la estación de autobuses en su ubicación actual de la avenida de Valladolid, en parte del solar que habían ocupado los destartalados y obsoletos cocherones de Obras Públicas, completado con otros terrenos de propiedad municipal cedidos para este fin. Pero quedaba por delante mucha tela que cortar, y hasta mediada la década de los ochenta no se materializaba tan anhelada realidad, porque en el ínterin se había producido un hecho tan importante como la transferencia de competencias en la materia desde la Administración General del Estado a la Junta de Castilla y León. Pues no debe olvidarse que la iniciativa del proyecto correspondió al Ministerio de Transportes siendo director general de Transportes Jesús Posada Moreno, que fue el que le dio el empujón definitivo.

Y lo que son las cosas, la inauguración de uno de los proyectos de la segunda mitad del siglo XX más deseados por los sorianos, que terminó convirtiéndose en “la obra del Pilar”, pasó prácticamente inadvertida. Una circunstancia que hoy todavía resulta difícil de entender si es que no se tiene la perspectiva de que se incluyó en el apretado programa de una visita institucional –la segunda- que hizo a Soria el presidente de la Junta de Castilla y León, el socialista Demetrio Madrid, cargada de un gran contenido político. De tal manera que cuando al mediodía del 22 de octubre de 1985 acudió a inaugurar las instalaciones ya había estado en el ayuntamiento, donde la banda municipal de música le recibió al son de la “marcha de Infantes”, y le aguardaba un rosario de actividades que había iniciado la víspera y tenía previsto concluir al día siguiente, el tercero de estancia entre los sorianos.

No obstante, puede que la sobriedad en los actos de inauguración tuviera algo, o mucho, que ver con la entrada en funcionamiento de las instalaciones, que se iba a producir ¡seis meses después! Porque, no en balde, en el momento de las fotos no sólo no se sabía quién iba explotar el recinto sino que para colmo acababa de anunciarse la convocatoria del concurso y se estaba todavía en período hábil para presentar propuestas. De modo que la adjudicación se producía a mediados de enero de 1986 pero hasta la semana del 17 al 23 de marzo no comenzó a producirse, de manera escalonada, el traslado de los servicios de viajeros. Entonces sí, la realidad era cierta, por más que en la calle se dudara de si realmente era así después de tantos y tantos años esperando.

En cualquier caso, lo cierto es que una vez construida y en funcionamiento la estación de autobuses, no hubo que esperar mucho tiempo para que comenzaran a escucharse voces reclamando un nuevo edificio ante la evidente falta de idoneidad del que acababa de estrenarse. Se habló en aquellos primeros momentos de construir una nueva en las inmediaciones de la actual, pero de la iniciativa, idea, proyecto o lo que fuera nada más se supo. Ahora, la remodelación parece que va en serio.