HORARIOS COMERCIALES

La plaza de los Jurados de Cuadrilla con el teatro-cine Avenida y el bar Dul a la izquierda, el hotel Comercio y la terraza del bar Marfil a la derecha, y el surtidor de gasolina en primer término (Archivo Histórico Provincial)

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Existe un debate, casi permanente, en torno a los horarios comerciales en general y a los de sectores y días concretos de la semana en particular, que aflora sobre todo en las épocas teóricamente de mayor consumo.

Hace años el horario del comercio era más uniforme que ahora. De tal manera que el de los establecimientos fue durante muchos años de nueve a una por la mañana y de tres a siete por la tarde. Todos ellos, sin excepción, abrían también los sábados por la tarde con la misma franja horaria que el resto de la semana.

Los que gozaban de alguna singularidad, como pudiera ser el caso de las pescaderías, los despachos de pan y las lecherías, abrían incluso los domingos por la mañana. Otro tanto ocurría con los estancos, por no hablar de las confiterías, que a diario lo hacían entre las nueve y media de la mañana y las nueve y media de la noche. Y como excepción, si es que no como nota de identidad del tipismo perdido, es bien sabido que los jueves, día del mercado semanal, la jornada en los comercios se desarrollaba de manera ininterrumpida, o sea que no cerraban al mediodía. En las ferias de ganado –sobre todo en las de septiembre-, ocurría algo parecido, y cuando el día fuerte coincidía en domingo, este también era hábil durante la mañana. En compensación cerraban una tarde (casi siempre los  martes) de la semana siguiente.

El horario de las tabernas, cafés, bares y cafeterías era diferente pero estaba igualmente reglado. De tal manera que cerraban a una hora pudiera decirse razonable pero en ningún caso ya en la madrugada o primeras de la mañana como ocurre ahora en muchos de ellos. La actividad de los cines se reducía a las dos sesiones: tarde y noche por más que cuando interesaba se habilitaban horarios especiales como ocurrió en 1958 con la llegada por primera vez a Soria de la Vuelta Ciclista a España, en que en el histórico Avenida hubo sesión continua desde las doce y cuarto de la noche hasta las ocho de la mañana siguiente ante la incertidumbre de que los desplazados con la carrera pudieran encontrar alojamiento y tuvieran que pasar la noche en la calle en una época en la que la cultura de los discobares y similares no sólo no estaba arraigada sino que ni siquiera había llegado. Todo ello por la exigencia de un calendario laboral rígido e invariable que distinguía entre fiestas recuperables y no recuperables, al extremo de que situados en la época la única fiesta local que se guardaba en Soria era el 2 de octubre, San Saturio, porque durante las fiestas de San Juan había que trabajar todos los días con el horario habitual salvo el Domingo de Calderas, por su propia naturaleza, y cíclicamente el 29 de junio, festividad oficial de San Pedro y San Pablo, en el caso de que coincidiera con alguna de las celebraciones festivas que solían ser el Viernes de Toros, Sábado Agés o Lunes de Bailas, aunque tenía la consideración de “recuperable a todos los efectos” pese a tratarse de fecha tan señalada para la iglesia católica.

Puede que fuera al comienzo de la década de los sesenta cuando se produjeron las primeras modificaciones. Una circular que el Gobierno Civil editaba periódicamente fijaba los “horarios de trabajo” en los diferentes sectores y actividades, distinguiendo entre el periodo de invierno comprendido desde el 1º de octubre al 31 de mayo y el  de verano que abarcaba desde el 1º de junio al 30 de septiembre. En la práctica se trataba de pequeñas modificaciones relacionadas bien con la hora de apertura o con la de cierre aunque avaladas, sin duda, por la realidad irreversible del momento, que, sin embargo, el paso del tiempo y la fuerza de la costumbre, terminó convirtiéndolas en ley hasta derivar en la maraña de la actualidad.

Con la progresiva implantación de la entonces conocida como ”semana inglesa”, que básicamente consistía en guardar fiesta desde el sábado por la tarde, aunque el concepto no tardó en tomar una dimensión bastante más amplia, comenzaron a cerrar los establecimientos que abrían los domingos. Y enseguida, y con carácter general, se estableció la moda de cerrar los sábados por la tarde. Le siguió casi sin solución de continuidad el retraso en la apertura y cierre tanto por la mañana como por la tarde durante la semana, hasta derivar en el galimatías de ahora.

LA CIUDAD (II) – LUCES Y SOMBRAS DE UNA ETAPA

El tramo de la calle Real más próximo a la concatedral fue objeto de una profunda remodelación en la década de los cincuenta del pasado siglo XX (Archivo Histórico Provincial)

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A un técnico como el Ingeniero de Caminos Mariano Íñiguez García le sucedió en el sillón de la alcaldía un hombre del aparato del Movimiento y de marcado perfil político, Eusebio Fernández de Velasco.

Antaño los alcaldes eran elegidos a dedo. En la práctica era el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento el que formulaba la propuesta al Ministro de la Gobernación y este el responsable de oficializarla. Por eso era costumbre, salvo alguna excepción muy concreta, que también se dio, que con el cambio de poncio se produjera igualmente el relevo en la alcaldía de la capital.

En los primeros días del mes de marzo de 1952 el coronel del Ejército Luis López Pando sustituía en el Gobierno Civil de la Provincia al soriano Jesús Posada Cacho, que a su vez había sido designado para ejercer el mismo cargo en Burgos. Aún no se había cumplido un mes desde su toma de posesión cuando el todopoderoso nuevo mandamás hacía oficial el relevo en  la cúpula del ayuntamiento. Con Fernández de Velasco arrancaba una nueva etapa que duraría más de seis años en cuyo transcurso la ciudad experimentó, todo hay que decirlo, un notable avance por más que se abordaran actuaciones más que discutibles observadas desde el prisma de la actualidad, no tanto en aquellos momentos cuando las preocupaciones de los sorianos caminaban por los tortuosos senderos marcados por múltiples carencias que condicionaban seriamente la  gestión del día a día.

Bien entrados los años cincuenta se acometió uno de los más importantes y ambiciosos proyectos de la época como lo fue, sin duda, la urbanización y nueva alineación de las calles Caballeros y San Juan en el tramo comprendido entre la plaza de Mariano Granados y las traseras de la Casa Consistorial, una actuación que cambió la imagen de parte del centro de la ciudad complementada con la construcción del monumento al General Yagüe, impulsado a todo meter y al alimón por el gobernador López Pando y el alcalde Fernández de Velasco en detrimento de la coqueta plaza del Chupete. No mucho antes se había precedido a la demolición del tramo final de las casas de la calle Real, el más próximo a la concatedral,  en evidente estado de deterioro si es que no a todas luces inhabitable, una vez que buena parte de los residentes habían comenzado a ocupar las viviendas de la Barriada de Yagüe, como primera fase de una operación que originariamente, al menos eso se dijo, pretendía llegar hasta el ensanche del Collado, en la plaza de San Blas y El Rosel, la que en el lenguaje coloquial conocemos como de “la Tarta”.

Fueron aquellos años de importante actividad municipal. Entró en funcionamiento el servicio de teléfono automático para lo que además de levantar el pavimento del Collado con el fin de enterrar el cable fue preciso derribar la iglesia de san Clemente, en la plaza del mismo nombre, en una complicada y no menos curiosa operación desarrollada al alimón a espaldas del párroco por el alcalde Fernández de Velasco y el obispo Rubio Montiel que posibilitara erigir en el solar el edificio que necesitaba la compañía telefónica para ubicar los nuevos equipos. En consonancia con esta intervención se impulsaron además las gestiones que terminarían trasladando las dependencias de la Guardia Civil instaladas en el contiguo Palacio de los Ríos y Salcedo –el edificio que ocupa ahora el Archivo Histórico Provincial- al nuevo cuartel en la calle Eduardo Saavedra. Por otra parte, se inauguraban y comenzaban a funcionar con un más que notable grado de aceptación de los sorianos las modernas instalaciones del Soto Playa y algo más abajo, frente a la ermita de san Saturio, efectivos del recién llegado a Soria Batallón de Minadores, construyeron aquel funcional y no menos recordado puente de madera que evitaba tener que utilizar las pasarelas de piedra para cruzar el río de orilla a orilla. Además se procedía al cierre de un nuevo tramo de la Alameda de Cervantes, el comprendido entre la Escuela Normal y el final del Espolón, frente a la casa de Nicanor Manrique, más conocido por “el Blusas”, al tiempo que en el Alto de la Dehesa se desmontaba la Fuente de los Leones para ubicar en el espacio resultante el monumento a los Caídos del que se llevaba años hablando. Se ampliaba la Plaza de Abastos y el ayuntamiento cedía terrenos para construir la Oficina de Turismo –donde recientemente se ha instalado la maqueta de la ciudad- en la plaza de Ramón y Cajal, antiguamente de “la Leña”.

El mandato de Eusebio Fernández de Velasco pasó, no obstante, por momentos menos felices como la polémica suscitada en el seno de la Corporación a propósito de la llegada por primera vez a Soria de la Vuelta Ciclista a España, no apoyada inicialmente por él  y sí por una mayoría significativa de miembros del consistorio encabezada por los concejales Mariano Seseña Rojas y José Luis Villalba Briones, pero sobre todo  por el episodio de la gran movida de la noche del Lunes de Bailas del año 1953, con el Gobernador López Pando, su mentor, como objetivo de una de las más importantes protestas ciudadanas que se recuerdan.

SASTRES PARA VESTIR A MEDIDA

Escaparate y vista del interior de la Sastrería Rafael en el Collado (Archivo Histórico Provincial)

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El oficio de sastre es una más de las actividades que si no extinguida según el concepto que se ha venido transmitiendo de generación en generación, en la práctica no cabe la menor duda de que forma parte del acervo popular.

El sastre, con independencia del servicio específico que prestaba puede que tuviera también algo de consejero ante el que el cliente raramente podía resistirse a hacer confesión de cualquier particularidad que llegado el caso pudiera tener relación, la mayoría de las veces con su complexión física, por más que la tipología del individuo fuera evidente.

Al contrario de lo que sucede con otras facetas y ocupaciones, resulta complicado reconstruir el tejido –nunca mejor dicho tratándose del material que manejaban- no sólo de los profesionales que se dedicaban al oficio en la capital sino incluso de quienes lo ejercían en establecimientos al uso, es decir, en locales abiertos al público, que eran algo así como el escaparate de este colectivo gremial que tenía por costumbre conmemorar cada 13 de junio la festividad de su patrón, San Antonio

En cualquier caso, acudiendo a la memoria y al refuerzo de alguna publicación comercial de la época quien más y quien menos estará en condiciones de recordar, sin demasiado esfuerzo, el taller de sastrería de “Los grandes almacenes” de Evaristo Redondo Iglesias (antigua Casa Ridruejo) que en sus instalaciones de la calle General Mola (el Collado), 53 y 55 [frente al bar Torcuato], “le ofrece un extensísimo surtido en sus diferentes secciones, entre ellas la de sastrería y alta costura (caballero y señora) y camisería a medida”. Era este, sin duda, uno de los establecimientos más reputados de aquella Soria que rivalizaba en competencia con el que comercialmente respondía a la denominación de ”Nuevas pañerías Samuel Redondo Modas”, en el local instalado la calle Marqués del Vadillo 5 y 7 (donde funciona en la actualidad un conocido establecimiento de hostelería) que además de confecciones, tejidos y camisería se dedicaba igualmente a la “Alta sastrería”. En aquella época, también era muy conocida y gozaba de un reputado prestigio la Sastrería Checa que se anunciaba como “Cortador de primer orden. Gran fantasía y Uniformes de todas clases. Elegancia y distinción”, con taller en la plaza del Carmen 24-2º y tienda en el estrecho del Collado, junto a la plaza Mayor.

Y junto a las tradicionales, como eran asimismo las sastrerías León y Roldán, ésta en su última etapa en el piso que estuvo ocupando muchos años la Telefónica en la entonces calle del General Mola –en el Ensanche-hasta su traslado a la plaza de San Clemente, comenzaba a irrumpir en el mercado soriano la “Pañería y Sastrería Rafael” en el número 9 de la misma calle, la última de todas ellas en desaparecer, de la que todavía se siguen recordando aquellos mensajes de indisimulado contenido publicitario difundidos cada temporada por los periódicos y la radio locales dando cuenta del viaje de “Rafael y su hermano Antonio” al certamen o feria de moda que fuera, y lo mismo al regreso.

Talleres de sastrería de conocida consideración fueron asimismo los de Marcelino Aceña y Maximino Alfageme, junto a otros que probablemente estarán en la mente de todos, aunque quizá sin la fuerza de los que se han citado pero no por ello con menor grado de solvencia y buen hacer.

LA CIUDAD (I) – EL PRIMER ENSANCHE

La Barriada de Yagüe en una de las primeras fases de construcción (Archivo Histórico Provincial)

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Cuenta la profesora Monserrat Carrasco en su obra “Arquitectura y Urbanismo en  la Ciudad de Soria. 1876-1936” que tras el paréntesis de la Guerra Civil fue preciso esperar hasta los años cuarenta del pasado siglo XX para apreciar en la capital un crecimiento expansivo principalmente hacia el oeste buscando las zonas más llanas y saneadas de la población, lo que se dio en llamar primer ensanche, que comenzó a materializarse ya en la década de los cincuenta, es decir, el momento en que empezaron a sentarse las bases de la nueva Soria que pretendía superar los límites tradicionales del casco urbano definidos por el norte por el campo del Ferial y la calle Tejera; por el sur, la línea la trazaba la estación de tren Soria-San Francisco y, si se toma como referencia la salida hacia Burgos y Valladolid, el edificio de Correos, el Museo Numantino y algo más arriba la Escuela Normal. Porque desde Marqués del Vadillo hacia el río –incluso al otro lado- era donde se asentaba la mayor parte de la población. Fue en el periodo 1946-1952 con el ingeniero de Obras Públicas Mariano Íñiguez García en la alcaldía cuando se dio el primero de los empujones importantes para construir la Barriada de Yagüe que iba a acoger a una buena parte de los vecinos del barrio del Puente y de la calle Real acompañado de la ordenación del Campo del Ferial, el otro gran proyecto de la época fruto del cual nacieron, por citar algunas, las calles Mesta y Vicente Tutor y más tarde la de Sagunto. Para ello fue preciso dotar a la ciudad del que resultó ser el primer Plan de Ordenación, aprobado en  1948. Porque los antecesores de Íñiguez en la Casa de los Doce Linajes bastante habían tenido con gestionar el día a día en aquellos duros años del racionamiento y la miseria. En efecto, de Gregorio Ramos Matute, alcalde entre junio de 1938 y noviembre de 1941, se recuerda especialmente la recuperación del homenaje a la Virgen de la Blanca del Lunes de Bailas después de 52 años sin celebrarse; el propósito de construir una piscina en el alto del Castillo y, hasta tanto llegara esta, la instalación de la biblioteca de verano, además de haber llevado a cabo las primeras gestiones para erigir el monumento al Sagrado Corazón junto a los viejos depósitos que habían dado paso a los de arriba –no el circular-. No puede decirse lo mismo de José Carreras Cejudo –sucesor de Ramos Matute en el consistorio-, y de su fugaz paso por la alcaldía, aunque sí permaneció el tiempo suficiente para cumplimentar al Generalísimo en uno de sus viajes de paso por la ciudad y ser testigo de la aprobación del expediente de construcción del nuevo edificio del Gobierno Civil en la calle Alfonso VIII. Su brevedad en el cargo, apenas unos meses, sin llegar al año, no dio para mucho más. Le sustituyó en el mes de septiembre de 1942 Jesús Posada Cacho y lo primero que se encontró fue el Centenario de la canonización de San Saturio que la ciudad celebró por todo lo alto a finales de agosto del año siguiente -1943-. Durante su mandato promovió el grupo de viviendas conocido como Casas del Ayuntamiento (derribadas no hace mucho), nunca del Castilla por más del empeño de llamarlas así quienes cuando menos trasladan la impresión de desconocer la historia reciente de la ciudad. Pero sobre todo, se convirtió en realidad el Campo de Deportes de la Obra Sindical Educación y Descanso, más tarde llamado de San Andrés, edificado en terrenos de propiedad particular cedidos por el ayuntamiento de la ciudad a la Delegación Provincial de Sindicatos para este fin concreto, por otro lado, una vieja aspiración de los sorianos. Por cierto, y sin abandonar la faceta deportiva, a Posada Cacho, siendo todavía alcalde, le cupo el honor de haber promovido aquella famosa reunión del 9 de abril de 1945 “entre personalidades y aficionados” de la que iba a salir el Club Deportivo Numancia que ha llegado hasta hoy.

Nombrado Posada Gobernador Civil de Soria fue el citado con anterioridad, Mariano Íñiguez García, el que le relevó en la alcaldía. La nueva construcción de la puerta del parque de la Dehesa, que llevó aparejado el comienzo de su cerramiento, y la urbanización de la plaza de san Esteban figuraron entre las actuaciones más notables en materia de urbanismo. El fallido intento de recuperar el festejo de los toros enmaromados al final de los años cuarenta -1948 y 1949- y, en otro ámbito muy diferente, la visita oficial a Soria del Jefe del Estado, el General Francisco Franco, el 23 de agosto de 1948, vinieron a completar su denso currículo como alcalde de la ciudad.

LA CASA DE CORREOS

El edificio de Correos y Telégrafos en una imagen de los años treinta (Archivo Histórico Provincial)

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El edificio de Correos y Telégrafos estuvo marcando durante años junto con el Museo Numantino el final de aquel núcleo urbano que siendo generosos se prolongaba hasta el comienzo de la entonces carretera de Valladolid (el pomposo nombre de avenida lo tomó después) de imprevisible futuro en cuanto al desarrollo urbano se refiere que devino, sobre todo en su primer tramo, hasta la estación de autobuses, en uno de los mayores despropósitos acometidos en la ciudad en las últimas décadas y eso que se estaba todavía a tiempo de evitar semejante desaguisado.

Su particular historia, y bien larga por cierto, tiene la que en un primer momento se dio en llamar Casa de Correos y Telégrafos o Palacio de Comunicaciones, nombres ambos manejados en la época. Porque, en efecto, si bien es cierto que los servicios comenzaron a funcionar en las nuevas instalaciones en el verano de 1933, la realidad es que a comienzos de siglo XX las autoridades locales ya estaban dándole vueltas a un asunto que les preocupaba. Las oficinas de Correos y Telégrafos se encontraban instaladas en precario reaprovechando viejos caserones primero en la plaza de Teatinos (hoy Bernardo Robles, mejor de Abastos, nombre más popular y conocido), en una ubicación, por cierto muy criticada por los ciudadanos porque suponía una serie de dificultades y peligros para el tránsito público, según recoge la profesora Montserrat Carrasco en su obra “Arquitectura y urbanismo en la ciudad de Soria. 1876-1936”, y más tarde en la plaza de la Leña (Ramón y Cajal). De modo que se estuvieron manejando diversos emplazamientos, entre ellos el de los terrenos resultantes del derruido palacio Marqués de la Vilueña –en la plaza de Mariano Granados-, del que al final no quedó más remedio que desistir. Se comenzó a hablar del paseo del Espolón y tampoco gustó pues las preferencias se decantaban por la céntrica plaza de San Esteban por considerarla un lugar más a mano y cómodo para el público. Otra de las soluciones manejadas fue la del Palacio de Alcántara –que, por cierto, se encontraba en estado ruinoso-, en la calle Caballeros (frente a la plaza del Olivo), tan de boga en los últimos tiempos, pero la propuesta quedó en agua de borrajas. De modo que no hubo más remedio que tirar por la calle de en medio y como solución se adoptó la de acondicionar algunas de las dependencias del palacio de los Condes de Gómara, que se recibió a regañadientes porque en realidad por lo que se estaba peleando era por la construcción de un edificio de nueva planta. Con las mismas, el ayuntamiento volvió a ofrecer una vez más el solar del paseo del Espolón contiguo al Museo Numantino. Y esta vez sí, el proyecto no tuvo vuelta atrás. En el mes de febrero de 1927 se hacía ofrecimiento del solar; el anuncio de licitación de las obras tenía lugar dos años más tarde a partir del proyecto redactado por los arquitectos Joaquín Otamendi (de él habrá que escribir algún día con mayor amplitud) y Luis Lozano; en el mes de diciembre de 1930 se procedía a la recepción provisional del edificio “cuya construcción ha durado unos 18 meses y ha costado al Estado unas  400.000 pesetas”, señaló el periódico El Porvenir Castellano que, a mayor abundamiento, añadía en la información que “en la nueva Casa de Correos se han invertido diecisiete vagones de cemento y ochenta toneladas de hierro”; y en los últimas días del mes de enero de 1932 tenía lugar la recepción definitiva del Palacio de Comunicaciones. Un acto rutinario revestido, sin embargo, de una especial solemnidad, que la ocasión, sin duda, requería.

EL MIRADOR-BAR Y LAS BARCAS DEL AUGUSTO

El Mirador-bar h el embarcadero del Augusto en una imagen de los años cuarenta (Archivo Histórico Provincial. Fondo Carrascosa)

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El Duero y su entorno como zona de recreo sin necesidad de salir de la ciudad continúa siendo uno de los parajes más visitados sobre todo desde que a finales de 2006 se dieran por terminadas las que oficialmente se denominaron “Actuaciones en el Entorno del Río Duero en Soria”, aunque mejor “Márgenes del Duero” para hacerlo más fácil, que venían a poner fin a una larga etapa de despreocupación y de abandono de uno de los entornos tradicionalmente más queridos y disfrutados por los sorianos, mientras les fue posible.

No han sido, sin embargo, únicamente las corporaciones de la democracia las que han mostrado su preocupación por enclave tan sensible porque a poco que se haga memoria o se acuda a la hemeroteca enseguida podrá advertirse que el interés por el río lejos de responder a una cuestión de oportunidad viene, por el contrario, de lejos. Es más, en ocasiones junto a los proyectos promovidos por los poderes públicos se han desarrollado otras actuaciones de índole privada conscientes del potencial que ofrecía, y sigue ofreciendo, por sí mismo el Duero y el complemento de la oferta turística y cultural que genera su entorno.

Ya en el año 1935, concretamente en el mes de julio, se anunciaba a los sorianos la construcción de una playa en el río Duero que llevaría el nombre de Soto Playa y se inauguraría “con todos sus servicios anejos” el 4 de agosto siguiente, con el establecimiento incluso de un servicio de autobuses “para que los sorianos puedan bajar cómodamente desde la plaza de Ramón Benito Aceña” (la plaza de Herradores), según puede leerse en los periódicos de la época. Sin embargo, tan novedosa iniciativa, por razones fácilmente comprensibles, no tuvo la continuidad que se pretendía, aunque bien es cierto que cuando tras la Guerra Civil se retomó la idea de revitalizar el paraje aún se seguía hablando del interrumpido proyecto y de la construcción de una piscina para nada convencional pues, al contrario que éstas, se alimentaría exclusivamente con agua natural, la del río, sin necesidad de tener que clorarla.

En todo caso no fue hasta mediada la década de los cincuenta cuando se volvía a actuar en el Soto Playa. Fue gracias al empeño del alcalde Eusebio Fernández de Velasco que de esta manera veía cumplido uno de sus sueños. El 17 de julio de 1954, víspera de la Fiesta Nacional, se inauguraron por todo lo alto las novedosas instalaciones, sin que faltara la quema de una colección de fuegos artificiales. Mas todo fue efímero, porque no muchos años después comenzaría a embalsar la presa de Los Rábanos con las consecuencias de todos conocidas.

No obstante, entre las dos actuaciones anotadas en el Soto Playa había surgido algo más arriba un proyecto sin duda menos ambicioso pero que a cambio iba a dejar su impronta en una etapa muy definida de la vida de Soria y de la sociedad soriana acostumbrada a otro tipo de hábitos y a los convencionalismos al uso. Porque, en efecto, junto al que en Soria conocemos como Puente de Piedra, en las traseras del antiguo convento de San Agustín y de la que fue primera central eléctrica de la capital, la Térmica, de la que por cierto ya no queda más que algún pequeño resto de las ruinas del edificio, el joven y emprendedor empresario soriano Augusto Romero inauguraba la tarde del martes 18 de julio de 1944 el Mirador-Bar “con un gran baile en las amenas orillas del río”, subrayó el diario local Duero. A partir de aquel momento la instalación  pasó a ser una de las referencias obligadas del verano pues además del servicio de bar –inicialmente no era más de lo que hoy se conoce como un chiringuito- contaba con un par de barcas de recreo, que luego amplió, y todos los domingos con la acostumbrada y concurrida sesión de baile no exenta del inevitable chismorreo propio de la pequeña capital de provincia que daba de sí lo suyo.

Fueron los años cuarenta y cincuenta los mejores de aquel entrañable Mirador-Bar porque más tarde la puesta en funcionamiento del Soto Playa le restó protagonismo y aunque en la práctica permaneció abierto hasta bien entrada la década de los noventa el hecho cierto es que su etapa de brillantez hacía ya años que había pasado con la irrupción en el mercado y en las costumbres de los sorianos de otras ofertas de ocio.

Sin actividad desde hacía décadas, lo poco que quedaba de las instalaciones del mítico Mirador-Bar acaba de desaparecer. Los trabajos de rehabilitación de la muralla que se están acometiendo se los ha llevado por delante.

LOS VERANOS SORIANOS DE ANTAÑO (y II)

La Banda Municipal tocando en el árbol de la música un domingo de verano (Archivo Histórico Provincial)

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Los veranos sorianos tenían, en cualquier caso, una serie de hábitos que pasaban desde la asistencia a la misa de la mañana dominical en la ermita San Saturio –la mayoría andando, otros utilizando el servicio de aquel obsoleto autobús que partía del centro de la ciudad poco antes del inicio del oficio religioso- hasta la tertulia nocturna diaria en los barrios, tras de la cena, con la excusa de “salir a tomar el fresco”, y alguna otra si bien de composición más restrictiva, y por qué no, elitista, como pudiera ser la conocida al cabo de los años como de los cráneos que se formaba en la Dehesa, en la terraza del «orejas», después de comer, en torno a un grupo de intelectuales y eruditos, unos nativos, otros que estaban pasando aquí el verano, como Julián Marías, José Tudela, Teodoro del Olmo, Enrique Carrilero, José Antonio Pérez Rioja, Heliodoro Carpintero, Jesús Calvo, Teógenes Ortego, Clemente Sáenz, Agustín Pérez Tomás y Ricardo Apraiz, entre otros que se recuerden, que no pasaba desapercibida para los paseantes habituales del parque municipal soriano en el que los jueves al atardecer y los domingos al mediodía no faltaba el habitual concierto de la banda municipal desde el árbol de la música, amén de alguna otra celebración puntual que no solía faltar.

Había, por otra parte, unas cuantas fechas concretas en el particular calendario de los sorianos con celebraciones programadas que venían a romper la monotonía del día a día si es que no a poner una nota de singularidad en tan especial época del año. Era el caso de las fiestas de los barrios que se circunscribían, por lo general, a la celebración religiosa y a la verbena, en realidad un baile público, sin más, eso sí, con las calles convenientemente adornadas con cintas, cadenetas y algunas otras figuras confeccionadas con papelillos de colores. Entre ellas la de San Lorenzo (10 de agosto), el Carmen (16 de julio) pero sobre todo la de la calle Santa María (6 de agosto) eran las que gozaban del mayor grado de aceptación popular que quedaba reflejado en la concurrencia que registraban, de manera especial cuando coincidían con el fin de semana o víspera de festivo.

En cualquier caso, referencias obligadas de los veranos capitalinos eran igualmente la fiesta del patrón de los chóferes –San Cristóbal-, en realidad la continuación de los sanjuanes y al final de ese mismo mes de julio, la de los camareros, por Santa Marta, ambas con una notable incidencia en la sociedad soriana. Y por supuesto la de San Roque que tenía lugar cada 16 de agosto en la iglesia de El Salvador a la que asistía el ayuntamiento en corporación bajo mazas después de haber cruzado a pie el Collado a media mañana camino del templo, en una estampa de tipismo inolvidable, con el fin de asistir al oficio religioso y suplicar al santo misericordia con los apestados y protección de la ciudad. Por la tarde había la suelta de vaquillas en la plaza de toros.

La temporada estival, en fin, vinieron a enriquecerla años más tarde los Festivales de Verano -luego de España, pero en definitiva lo mismo-  para concluir con la tradicional feria de ganado de mediados de septiembre que durante unos días llenaba la ciudad. Enseguida llegaba la novena de San Saturio y con ella las fiestas del patrón con las que oficialmente se daba por terminado el ciclo estival.

 

EL EDIFICIO DE LA CAJA DE AHORROS

El edificio de la Caja de Ahorros con el cine Avenida detrás, a la izquierda.

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Los que lo frecuentan a diario o los que circunstancialmente tuvieron ocasión de pasar el lunes 12 de este mes de julio por el centro de la ciudad pudieron advertir un movimiento nada habitual en la plaza de Mariano Granados –los más viejos la siguen llamando del chupete y los nostálgicos del general Yagüe, por lo del desaparecido monolito- y en concreto en el edificio que los sorianos conocemos como de la Caja de Ahorros, pues no conviene olvidar que la planta a pie de calle –también el sótano, donde estaban el salón de actos y una sala de exposiciones- y la entreplanta la estuvieron ocupando durante años las dependencias de la en aquellos años denominada Caja General de Ahorros y Préstamos de la Provincia de Soria –de la que ya hace tiempo que no queda nada- en una etapa de expansión y  de crecimiento de la entrañable entidad de ahorro soriana. Vamos, la Caja de toda la vida.

          El edificio de la Caja lleva ya varias décadas desocupado salvo el paréntesis en el que se instaló en él Junta de Castilla y León mientras se levantó el edificio de la Nueva Colmena en el Polígono de la Estación Vieja, con los desencuentros entre la Administración autonómica y el ayuntamiento de entonces, de diferente color político, de todos conocidos.

En la actualidad el inmueble es de propiedad particular y en él se va a actuar no sin que las redes sociales lleven tiempo echando chispas, y de manera especial los últimos días, a costa de la vinculación de un número determinado de plazas de garaje del parquin con el nuevo proyecto, que a medio y sobre todo largo plaza devendrá, con más que probable seguridad, en un embrollo jurídico, según observan juristas especialistas en derecho urbanístico. Sin que tampoco esté pasando desapercibido el nexo entre la operación Palacio de Alcántara de no hace tantos meses y esta. Edificio Plaza se llamará a partir de ahora el reconvertido inmueble.

Dicho lo cual no estará demás hacer algo de historia y señalar que para construir semejante mole fue necesario demoler el bonito chalé de la familia Carnicero, que otorgaba una personalidad definida al centro de la ciudad, sobre el que nadie dijo una palabra más alta que otra. Hoy, la construcción del edificio de la Caja y por supuesto el derribo de la villa hubiera levantado una polvareda de las que hacen época y tiene uno fundadas dudas de que se hubiera consumado.

Pues bien, el 6 de julio de 1975, domingo para más señas, se inauguró la que pasaría a ser sede de la Caja General de Ahorros y Préstamos de la Provincia de Soria con la parafernalia propia de la época. La de la plaza de San Esteban, la que alberga en la actualidad el Centro Cultural Gaya Nuño, se había quedado pequeña.

 

LOS VERANOS SORIANOS DE ANTAÑO (I)

El Perejinal, una de las zonas preferidas por los sorianos para disfrutar del verano (Joaquín Alcalde)

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Aquella Soria que poco, más bien nada, tenía que ver con la de ahora era la conocida como la Soria de los veraneantes –término acuñado y muy de boga en la época- en la que una de las notas de distinción era la excursión dominguera –“ir de campo”- a alguno de los parajes próximos a la ciudad como pudieran ser Maltoso o la Sequilla, a los que el desplazamiento podía realizarse andando, a no ser que viajando en el tren mañanero, por cierto muy utilizado por los cazadores particularmente el mes de agosto durante la desveda de la codorniz que se daban el madrugón -salía no más tarde de las seis de la estación del Cañuelo (la estación nueva para diferenciarla de la otra, la de San Francisco) y regresaba en torno a las diez de la noche- con el fin de estar temprano en las fincas de cualquiera de los pueblos del Campo de Gómara, se prefiriera hacerlo a la dehesa del cercano Martialay, en este caso para pasar, sin más, el día en el campo. Quedaba asimismo la posibilidad del autobús que cubría la línea regular entre la capital y Calahorra en el supuesto de que el destino fuera Garray, a los pies del yacimiento arqueológico de Numancia, exactamente en la arboleda situada aguas abajo del puente sobre los ríos Duero y Tera, cerca de su confluencia. Quedaba no obstante otra opción más sin necesidad de salir de la ciudad, pues el Perejinal –en la zona de la fábrica de harinas – también tenía su clientela y garantizada la pesca de cangrejos, a mano, con que aderezar la paella.

Lo hasta aquí dicho pudiera servir, con carácter general, para los domingos y fiestas de guardar, que era cuando únicamente podían permitirse este tipo, pudiera decirse, de excesos. De hecho así era, porque durante la semana el acontecer diario pasaba, en el mejor de los casos, por  la rutina del baño diario en el río en parajes tan sorianos y frecuentados como el Peñón, los tres escalones y el mismo Perejinal, en su parte más alta, aprovechando la enorme balsa a modo de estanque con agua corriente formada por la presa,  a los que más tarde hubo que añadir el Soto Playa, sobre todo a raíz de la puesta en servicio de las instalaciones que durante unos años gozaron de la general aceptación de los sorianos, cuando el caudal del río no era ni de largo el que alcanzó tras la construcción del embalse de Los Rábanos; en cualquiera de los casos, con el riesgo probable de que la corriente se cobrara alguna víctima, como desgraciadamente solía ocurrir cada año. Para entenderlo mejor, no debe perderse de vista que en la ciudad no sólo no había siquiera una piscina sino que la primera aún tardaría en construirse y poner en funcionamiento algo así como dos décadas. El paseo en barca, en el Augusto, desde el puente de piedra hasta la ya citada fábrica de harinas, era otra de las posibilidades que ofrecían las largas tardes de verano. Porque otros parajes, incluso fuera de la ciudad, a los que en el mejor de los casos cabía la posibilidad de poder salir de excursión y bañarse, como pudiera ser el pantano de la Cuerda del Pozo, y no muchos más, la verdad, eran desconocidos si es que no estaban por descubrirse, además de las dificultades de todo tipo que había que superar para poder efectuar el desplazamiento pues, por ejemplo, el uso del coche particular era un lujo que no estaba precisamente al alcance de la mayoría.

LA BANDA DE MÚSICA A LOS TOROS

La banda de música en la calle Ferial subiendo a los toros (Archivo Histórico Provincial)

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Este fin de semana vuelven los toros a Soria con una corrida de toros y un festejo de rejones.

La corrida de toros –sí, corrida de toros- tuvo reservada durante décadas su fecha en el calendario para el día 3 de octubre, dentro del programa de las fiestas de San Saturio. Porque como muy bien saben sobre todo los buenos aficionados, y en especial los que van siendo veteranos, era en San Saturio cuando el ayuntamiento tiraba la casa por la ventana a diferencia de lo que ocurría en las fiestas de San Juan, cuando con una novillada con picadores el Domingo de Calderas el asunto estaba ventilado.

La corrida de toros en San Saturio se perdió hace años y el festejo que se da en la actualidad lleva años deambulando de fecha en fecha sin encontrar acomodo y lo que es peor sin ningún arraigo. Todo ello qué duda cabe que ha contribuido a terminar con la tradición de ir a los toros y con la costumbre añeja añadida que dotaba de un ambiente especial a los prolegómenos por más que no tuviera la consideración de oficial y por consiguiente ni siquiera apareciera en el programa. Nos estamos refiriendo al desfile que poco antes de comenzar el espectáculo –alrededor de media hora- se organizaba en la Plaza Mayor con destino a la plaza de toros, donde se deshacía. Resultaba una escena francamente castiza, no exenta de un puntito de emoción si se quiere, presenciar cada tarde de toros el desfile de la Banda de Música Collado arriba con dirección a Marqués del Vadillo y la calle del Ferial hasta llegar al coso precedida del jinete a caballo que luego hacía el paseíllo y pedía la llave; cerraba la comitiva el tiro de mulillas del tío Julián Borque enjaezadas con los atalajes del Rufino Aparicio, un tipo singular que no pasaba desapercibido. El viaje de tan singular cortejo lejos de hacerlo solo solía contar con el acompañamiento de un grupo de incondicionales que marchaba al final. Ya en la plaza, las mulillas eran conducidas a su lugar de espera habitual en tanto que la Banda Municipal de Música irrumpía en el redondel por la puerta grande como queriendo dejar constancia expresa de su presencia en el coso para a continuación dar la vuelta al ruedo y una vez completada esta dirigirse a su palco, que por cierto no es el que ocupa ahora por más que lleve la tira de años utilizándolo; porque quizá no convenga dejar en el olvido que su asistencia se anunciaba de forma expresa en los carteles ya que su contribución al desarrollo del espectáculo formaba parte de la liturgia de la celebración si es que no una obligación legal.

Semejante parafernalia estuvo desarrollándose durante años y años cada tarde que había toros, tanto da que se tratara de las fechas clásicas de San Juan y San Saturio que de espectáculos puntuales montados por la empresa arrendataria de la plaza, en todos los casos con independencia de la categoría que tuvieran. Hace ya tiempo que se perdió la costumbre en cuanto a los festejos pudiera decirse extraordinarios. Otro tanto ocurrió cuando por conveniencia de unos y otros comenzó el baile de fechas propiciado por la falta de interés y expectación que suscitaban los carteles que se ofrecían en San Saturio para derivar en la realidad irreversible a la que se ha llegado. De tal manera que en la actualidad los desfiles de antaño de la Banda Municipal de Música han quedado reducidos únicamente a los días de corrida de las fiestas de San Juan: Miércoles del Pregón, Sábado Agés y Domingo de Calderas; eso sí, sin el acompañamiento del caballista encargado de simular el despeje del ruedo como tampoco del tiro de mulillas. No falta, en cualquier caso, el calor de los seguidores habituales, que siguen escoltando a la hoy venida a menos comitiva. En las demás citas taurinas, los músicos acuden directamente al palco.