LA ENTRAÑABLE RADIO SORIA

Grupo actuante en el programa estrella de Radio Soria «Ondas de Medianoche» (Archivo Histórico Provincial)

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El día de Todos los Santos de 1952, es decir, el 1 de noviembre, comenzó a emitir en periodo de pruebas la emisora Radio Soria. Lo hizo “con una longitud de onda de 202 metros y 1.485 kilociclos”, que en el dial se identificaba como Estación Escuela número 2 de la Cadena Azul del Frente de Juventudes y emitía “Desde la Torre de los Ríos”. Un avance novedoso en el modesto, por limitado y controlado, panorama informativo de aquella Soria de comienzos de los cincuenta que andaba inmersa en otro tipo de preocupaciones ajenas al dirigido mundo de la información y el entretenimiento.

Acomodada en la última planta del emblemático y destartalado Palacio de los Condes de Gómara tenía el terreno abonado para calar en la sociedad soriana. La instalación de la emisora de radio se desarrolló a  una velocidad inusual para lo que se llevaba entonces. Porque, en efecto, apenas un año y medio antes del inicio de la andadura, tras una reunión celebrada en el Gobierno Civil, se anunciaba el acuerdo político de una iniciativa que se llevaba tiempo esperando en la ciudad, cuyo ayuntamiento, por cierto, contribuyó con una ayuda de 50.000 pesetas (300 euros de la moneda actual), del mismo modo que lo hicieron los municipios de la provincia, con aportaciones desiguales.

En el ático de tan significativo edificio, donde se encontraban asimismo ubicados los equipos técnicos, estuvo funcionando durante bastantes años “la radio” hasta su traslado a un piso de la calle Cortes. Fue la época dorada de la emisora que transcurrió en aquellas novedosas y modernas instalaciones adaptadas en el conjunto de una fábrica enorme, cargada de historia pero escasamente funcional que se diría hoy, que, por el contrario, no carecían absolutamente de nada pues estaban dotadas desde oficinas para los servicios generales de administración y de atención al público, hasta de despachos -espacios en la terminología moderna- en los que se concentraba y decidía la actividad diaria de la emisora pasando por dependencias destinadas a locutorios y sala de control –motivo de especial atracción para los visitantes- y, por supuesto, de discoteca, que tenía algún tipo de restricción importante no tanto para acceder a ella como alguna que otra indicación muy precisa recordando al ocasional usuario la prohibición expresa de emitir determinados contenidos musicales.

Pero por encima de la singularidad de las instalaciones y de los programas de todo tipo que se emitían –muy seguidos por cierto por amplios sectores de la sociedad soriana-, entre las dependencias de aquella coqueta emisora llamaba particularmente la atención el no menos elegante y encantador salón de emisiones “Cara al público”, con alrededor de un centenar de confortables butacas habida cuenta la costumbre extendida en la época de celebrar en presencia de la concurrencia emisiones radiofónicas de todo tipo. De manera que para asistir en directo, como pudiera ser el caso, a las inolvidables Ondas de Medianoche, el programa estelar en el que la emisora echaba al resto y como respuesta ciudadana todo dios salía a la calle después de cenar, incluso las frías noches de invierno, a la busca del tesoro, que tenía la recompensa de un premio para el que lo encontrara, y, en un contexto completamente diferente, al Mago Piruetas, dirigido a los más pequeños, que definieron sin duda ninguna una etapa apasionante en la historia de la radio y de la vida de Soria, los potenciales interesados en asistir no tuvieran más remedio que hacer uso de algo tan socorrido como el recurso de la recomendación, pues el recinto se llenaba a rebosar y aun con todo no todo el que quería podía acceder al recoleto auditorio.

Su dilatada trayectoria está jalonada de infinidad de circunstancias y avatares para terminar siendo la Radio Nacional de España que conocemos.

UNA ESCUELA EN LA ENFERMERÍA DE LA PLAZA DE TOROS

Alumnos de Primaria en un aula de la Escuela Normal del paseo del Espolón (foto cedida por Antonio Llorente)

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Antaño, el arranque del curso escolar se producía de manera más espaciada que ahora pero no era hasta pasadas las fiestas de San Saturio cuando la maquinaria estaba en pleno funcionamiento

Por aquel entonces la oferta educativa de la ciudad era bastante más reducida que ahora. Por lo que a la enseñanza privada se refiere (concertada se dice hoy) quedaba limitada a los Colegios del Sagrado Corazón y de los Padres Franciscanos –“los padres” y las monjas” para los sorianos de la época-; también eran particulares el Colegio de doña Carmen (en sus últimos tiempos de la Presentación) en la Plaza de Abastos, y el de San Saturio –de vida efímera- en Alto de la Dehesa, al otro lado de la carretera. Los centros públicos que funcionaban se limitaban a la Escuela Normal de Maestros en el paseo del Espolón; al Instituto Nacional de Enseñanza Media, en una etapa más moderna rebautizado como Antonio Machado, y a las dos únicas escuelas primarias por las que pasaron (pasamos) la mayoría de los chicos de la ciudad: la de La Arboleda y Las Anejas ubicadas éstas últimas en la Plaza de Abastos, en el edifico en el que ocupa la Escuela Oficial de Idiomas, aunque sin la planta ático, que se levantó más tarde con el fin de dotar al Instituto de mayor capacidad.

En la segunda mitad de los cuarenta del siglo pasado comenzó a ensancharse la ciudad surgiendo un barrio nuevo en las inmediaciones del llamado entonces Campo de Fútbol (el San Andrés). El caso es que en su entorno surgieron sendos grupos de viviendas sociales conocidos como Casas del Ayuntamiento y Casas de Falange delante de donde varias décadas después se edificó el inicialmente denominado Instituto Femenino y más tarde Castilla.

Esta actuación pionera en los difíciles años de la posguerra permitió resolver la escasez de viviendas dignas para familias modestas o cuando menos para paliar una situación de verdadera necesidad. Pero abordado el problema básico de la vivienda surgió otro con el que probablemente no se contaba. Porque, en efecto, en un muy corto espacio de tiempo el barrio contaba con una numerosa población infantil que necesitaba ser escolarizada y la ciudad no disponía más que de dos centros de titularidad pública.

De manera que a falta de instalaciones no quedó más remedio que improvisar sobre la marcha. Y la primera solución que se les ocurrió a los responsables educativos de la época no fue otra que la de habilitar como aula una de las estancias de la planta baja del desaparecido y añorado, además de emblemático, edificio de la Escuela Normal, al final del Paseo del Espolón, para impartir las clases de primaria. Se trataba, para que pueda entenderse, de un apéndice de las Graduadas Anejas de la Plaza de Abastos, pues en muy pocos años, cuando por fin hubo espacio, pasaron a integrarse en éstas, aunque antes los alumnos tuvieron que pasar por la que se improvisó en la mismísima enfermería de la plaza de toros que, por extraño que pueda parecer, durante algún tiempo no quedó más remedio que utilizar como escuela pública. Antonio Llorente, los hermanos Jesús y Luis Romera, Santiago Martínez Cacho, José Mari Maján y Priscilo Martínez Asensio son algunos de los que entonces niños –hoy, muchos de ellos, abuelos y alguno fallecido- ocuparon los pupitres de aquellas singulares aulas y pueden verse en la foto que ilustra este texto bajo la atenta mirada del maestro Antonio Gómez Chico. De esto hace más de 70 años.

EL PUENTE DE PIEDRA

Vista del Duero y del Puente de Piedra desde el Castillo (Archivo Histórico Provincial. Fondo Agustín Ruiz)

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En las últimas semanas se ha hablado bastante del Puente de Piedra a propósito de una iniciativa del grupo municipal de Podemos en el Ayuntamiento de Soria y del deterioro de la infraestructura que por lo que se ha dicho necesita una intervención para evitar que se agrave su estado.

El Puente de Piedra es, sin duda, uno de los puntos de referencia de la ciudad, muy frecuentado por los sorianos y visitantes sobre todo después de la actuación en las márgenes del Duero hace unos años que revitalizó la zona.

Las actuaciones en el Puente de Piedra no se han prodigado precisamente en las últimas décadas. Habría que remontarse al mes de abril de 2010 que es cuando estrenó nueva iluminación, y  retrocediendo todavía más en el tiempo al año 1992 en que se llevó a cabo la remodelación, más bien estética que de gran calado, que dejó el Puente de la forma que puede verse en la actualidad; reformas que supusieron la instalación de una barandilla bastante más adecuada que la que tenía, el ensanchamiento de las aceras, un nuevo pavimento adoquinado y una iluminación acorde con los tiempos modernos en sustitución de aquellas bombillas de pequeño voltaje protegidas por un pequeño plafón de porcelana, además de subirse hasta arriba los tajamares, convirtiéndolos en una especie de miradores, y de sustituir la instalación telefónica visible desde la zona norte, la más próxima a los arcos de San Juan de Duero, por otra de menor impacto visual, de manera que el Puente pudo recuperar la imagen que tenía a principios del siglo pasado, que no la de mediados del dieciocho. Hay que agradecer esta intervención al conocido además de traído y llevado en su día convenio firmado con el ayuntamiento de Soria por el entonces ministro socialista de Obras Públicas y Urbanismo, el riojano Javier Sáenz de Cosculluela, cuando vino a inaugurar la  Variante Norte, que contemplaba, entre otras actuaciones, la mejora de la red arterial de la capital, uno de cuyos compromisos era éste. Y dando otro enorme salto atrás, se estaría en 1915 que fue cuando se acometieron las obras de ampliación, según contaron escuetamente los periódicos de la época.

Entretanto, por lo que fuera, nunca le faltó protagonismo al Puente de Piedra, el Puente para las sucesivas generaciones de sorianos. Pues lo mismo era noticia por más de un accidente grave, con víctima mortal incluida, como de otros ciertamente espectaculares, entre ellos el de aquél autobús de viajeros que se quedó materialmente colgado en el pretil derecho cuando se disponía a cruzarlo para acceder al centro urbano, sin que por fortuna hubiera que lamentar desgracia personal alguna. Por no hablar de la estampa ciertamente curiosa, a menudo repetida y muy recordada por los residentes en el entonces poblado barrio, que protagonizaban las piaras que cruzaban por el centro de la ciudad, luego de ser desembarcadas en las instalaciones de la desaparecida estación de tren de San Francisco (la Estación Vieja), con destino a los cebaderos de Jesús Gómez en el arranque de la carretera de Almajano que indefectiblemente solían desmandarse a la salida del Puente lo que provocaba no pocas carreras de los responsables de la manada para reconducirla a su destino pero sobre todo el regocijo de los chicos del barrio que conocían bien este tipo de prácticas, por otra parte, rutinarias.

Pero sin duda cuando más se habló del Puente de Piedra y de sus deficiencias estructurales fue en la primavera de 1970 con motivo de la llegada el 8 de abril a la factoría de Traimsa, en la carretera de Burgos, de una prensa desembarcada en el puerto de Bilbao utilizando un transporte especial, muy comentado en su día, para el que los ingenieros de la Jefatura de Obras Públicas se vieron en la necesidad de habilitar una ruta alternativa por Almenar y Almazán, una vez en Cadosa, ante la imposibilidad de poder cruzar el viejo Puente que malamente podía soportar una carga superior a las 30 toneladas de peso bajo el riesgo de que se viniera abajo. Idéntica operación hubo que llevar a cabo quince días después con una segunda pieza.

EL RACIONAMIENTO

Cartilla de racionamiento y cupones que se cortaban con cada suministro.

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Eran los años inmediatos posteriores a la Guerra. Se carecía de todo. Bueno, sólo algunos. Porque a otros no les faltaba de nada. Lo habitual era la miseria, el racionamiento y el estraperlo, vocabulario del lenguaje coloquial que pasó a formar parte del acervo popular.

El Estado ejercía un intervencionismo total como garantía de que el abastecimiento, siquiera de los productos de consumo básicos, estuviera garantizado, pero no de manera arbitraria sino rigurosamente controlada su distribución. En síntesis, el racionamiento consistía en el suministro periódico en los comercios de ultramarinos de una serie de raciones más bien escasas de alimentos de primera necesidad según el criterio preestablecido por el gobierno de la Nación.

Eran el aceite medido con aquellos viejos aparatos manuales de émbolo; azúcar, a veces morena porque se decía que era más natural aunque menos apreciada; arroz; legumbres (garbanzos, lentejas y alubias); chocolate; tocino bien gordo, con sal abundante, y en ocasiones rancio, transportado en unos enormes cajones de madera; harina; alguna pasta como fideos; patatas; pan, y puede que otros más. En general y por no alargar la lista, una serie de productos tanto de alimentación como de aseo, es el caso del jabón, que había que pagar religiosamente al precio fijado por el Estado.

El caso es que para poder retirar el suministro asignado a cada familia era preciso disponer de la llamada cartilla de racionamiento que expedía la Comisaría de Abastecimientos y Transportes, Abastos para no andar con enredos, de tal modo que por cada ración había que entregar un número determinado de cupones en el comercio encargado de despacharla. En este sentido, durante el periodo de tiempo que se señalaba, en el caso que nos ocupa cuatro semanas en febrero del año 1952, “se efectuará un suministro de los artículos que a continuación se indican, y en la forma que se detalla a esta capital”, decía el Gobernador civil en un comunicado rutinario que semanalmente publicaban los periódicos. A los adultos, un litro de aceite, 400 gramos de azúcar y 200 de jabón; a los infantiles medio litro de aceite y un kilo de azúcar; y a las madres gestantes, medio litro de aceite y 500 gramos de azúcar”, en todos los casos “previo el corte de los cupones” correspondientes, recogía de manera taxativa la orden reguladora del abastecimiento. Es lógico suponer que otras semanas el racionamiento que se suministraba podía ser de legumbres (garbanzos y alubias) y arroz a razón de medio kilo por persona para la población adulta, que tenía derecho asimismo a dos kilos de patatas por persona, 100 gramos de pasta de sopa, idéntica cantidad de café y 200 gramos de chocolate, cantidades que naturalmente eran más pequeñas si se trataba de la población infantil.

Con el tabaco sucedía algo parecido. Tampoco se podía fumar lo que se quería o apetecía porque estaba igualmente racionado e intervenido. Aunque eso sí, incluso los no fumadores, bien por convicción o como manera de aliviar la economía familiar con la venta a terceros,  solicitaban y estaban provistos de la correspondiente “tarjeta de fumador” que expedía “La Dirección de la Tabacalera, S.A.” y por consiguiente sacaban el tabaco de la expendeduría.

Algo parecido ocurría con la gasolina que se entregaba en “cupos a taxistas, médicos y sacerdotes”. Y tampoco extrañaba en la época que el Sindicato de la Piel pusiera “a la venta en las zapaterías calzado económico de tipo nacional para caballero a razón de un par por persona previa presentación de la Tarjeta de Abastecimientos”.

Al abrigo de la miseria, la escasez y el racionamiento surgió y funcionó el estraperlo, que no era sino el comercio fraudulento y el cobro de precios abusivos por artículos de primera necesidad intervenidos por el Estado, es decir, un comercio ilegal en toda regla. Se trataba de un pujante mercado negro en el que la picaresca era la nota destacada, que terminó erradicándose por sí mismo cuando al cabo de los años se pudieron superar las calamidades de la posguerra y normalizarse el consumo con la desaparición de las cartillas del racionamiento.

LAS CASAS DE LA CAJA DE AHORROS

Las conocidas como Casas de la Caja de Ahorros se construyeron en la avenida de Valladolid, junto a los antiguos Cocherones de Obras Públicas (Archivo Histórico Provincial)

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Hasta muy avanzada la década de los cincuenta el paseo del Espolón marcaba el final de la ciudad. A partir de ahí no había más que contadas edificaciones, bastantes solares que fueron desapareciendo para dar paso a las nuevas construcciones que en no muchos años configuraron la avenida de Valladolid de la manera que la conocemos, y al final los Cocherones de Obras Públicas como instalación más representativa de la zona. No tardó en construirse y ocuparse la Barriada de Yagüe. Lo demás era campo, fincas de labor que se cultivaban y lo estuvieron siendo hasta hace relativamente no hace tanto.

Los años sesenta y setenta fueron clave para el desarrollo de esta amplia franja de la ciudad. Pues, en efecto, en apenas unos años, se construyeron el edificio de la Comandancia de la Guardia Civil y las Casas de los Camineros, comenzó a prestar servicio la gasolinera ubicada en la confluencia de esta con la avenida de Valladolid. En el arranque de los setenta se inauguraba al lado el Hotel Caballero. Y con anterioridad se habían levantado los bloques de viviendas que seguimos conociendo como Grupo CINCA, y poco antes otra de las construcciones emblemáticas de aquel momento como, sin duda, lo fueron las Casas de la Caja de Ahorros, en un espacio que tiene una particular y no menos curiosa historia. Resulta que hubo un momento en que la Orden del Carmen Descalzo –los Carmelitas- pensaron establecer en la ciudad el Colegio de Estudios Filosóficos y a tal efecto compraron unos terrenos en las afueras de Soria, en la carretera de Valladolid, junto a los Talleres y Parque de Maquinaria de la Jefatura de Obras Públicas, Los Cocherones, en los que un domingo del mes de julio de 1949 se llegó a colocar la primera piedra en un acto presidido por el obispo de la Diócesis, Saturnino Rubio Montiel. Pero la iniciativa no pasó de ahí, de tal manera que al cabo del tiempo se desistió del proyecto porque según cuenta Fray Pedro Ortega en su libro “El Carmen de Soria” parece que una de las razones por las que se fue desinflando la idea, hasta quedar en nada, fue la proximidad de los viejos Cocherones “ya que ocasionaría ruidos e inconvenientes”. En vista de lo cual en el mes de noviembre de 1960 la Orden del Carmen vendió los terrenos a la Caja General de Ahorros y Préstamos de la Provincia de Soria –la Caja de toda la vida- por la cantidad de 663.490 pesetas. Y, en efecto, allí surgieron las torres que conocimos y los sorianos seguimos llamando Casas de la Caja de Ahorros que aun tratándose de viviendas para nada de lujo venían a suponer un avance cualitativo respecto de las que hasta entonces se habían venido promoviendo ñpor diversos organismos de la Administración y del Movimiento.

En fin, el domingo 17 de mayo de 1964 tuvo lugar la solemne (textual) inauguración y entrega de llaves a los beneficiarios de las 166 viviendas construidas en la carretera de Valladolid, delante de la Barriada de Yagüe. A las doce de la mañana hubo misa en la iglesia de Santo Domingo que ofició el obispo Rubio Montiel, a la que asistieron el Presidente del Consejo de Administración de la Caja de Ahorros -Gregorio Ramos Matute-, las primeras autoridades, directivos y consejeros de la entidad, representantes de otros organismos y numeroso público. Terminada la ceremonia religiosa, los invitados se trasladaron hasta el bloque residencial donde se produjeron sucesivas intervenciones del prelado y de los responsables de la entidad de ahorro, y se entregaron las llaves a los beneficiarios. Allí mismo se invitó a los asistentes a un vino de honor.

LA PRIMERA SUCURSAL URBANA DE LA CAJA DE AHORROS

Calle Marqués del Vadillo. En el edificio a la derecha de la imagen estuvo la primera sucursal urbana de la Caja de Ahorros (Archivo Histórico Provincial)

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El 11 de mayo de 1991 se hizo efectiva la fusión entre la Caja General de Ahorros y Préstamos de la Provincia de Soria (Caja Soria comercialmente en aquel momento) y Caja Salamanca, lo que supuso la desaparición formal de “La Caja” de toda la vida, denominación por la que siempre la han conocido y siguen conociéndola los sorianos, sobre todo los de más edad.

En todo caso, si quedaba algo de la entrañable Caja de Ahorros se ha ido perdiendo de manera progresiva e irreversible pues la entidad resultante –Caja Salamanca y Soria- hace tiempo que también pasó a la historia.

Una de las contadas señas de identidad exterior que quedaban de la antigua Caja (ahora Unicaja Banco) eran las agencias urbanas, que también van desapareciendo. La última conocida la de Mariano Vicén, hace unos días.

Llegados a este punto aflora el recuerdo precisamente en sentido contrario: la inauguración de la primera agencia urbana de la desaparecida entidad de ahorro. Fue la de Marqués del Vadillo, hoy oficinas de una agencia de seguros, cuando la<Oficina Central estaba en la plaza de San Esteban, en la actualidad Centro Cultural Gaya Nuño.

Ocurrió el domingo 4 de julio de 1954, a las doce y media de la mañana, en un acto que revistió “extraordinaria solemnidad” presidido por los Gobernadores Civil y Militar –Luis López Pando y Gabriel de Palacios-, el presidente de la Confederación de Cajas de Ahorro de España, José Sinués Urbiola, y el director de la misma, Miguel Allué Salvador, y autoridades locales y provinciales de Soria junto con la esposa e hijas del Gobernador López Pando y otras distinguidas damas que fueron obsequiadas con preciosos ramos de flores, contó el periódico Campo Soriano.

Bendijo los locales y entronizó el artístico grupo de la Sagrada Familia, el obispo Saturnino Rubio Montiel. Finalizada la alocución del prelado, el director de la Caja, Gregorio Ramos Matute, hizo el acto de consagración a la Sagrada Familia.

Terminado el acto los invitados fueron obsequiados con un vino español.

LA FESTIVIDAD DE SAN ANTÓN

La iglesia de La Mayor con la puerta antigua (Archivo Histórico (Provincial)

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Este domingo, 17 de enero, es la festividad de San Antonio Abad, San Antón, que resulta más familiar, ligado a una de las muchas tradiciones que al menos antaño tenían lugar en el arranque del año. Aquí, en la capital, no es que tuviera un especial seguimiento, pues apenas trascendía los límites del ámbito profesional –empresarios y trabajadores- de la ganadería, más bien al contrario estuvo mucho tiempo sin celebrarse hasta que en los años cincuenta del siglo pasado la Organización Sindical se empleó en la tarea de restaurar con carácter general las fiestas patronales de los distintos Gremios y Sindicatos, y entre ellas esta de San Antón, la primera, o una de las primeras, en el santoral después del Año Nuevo.

No han quedado demasiadas referencias del desarrollo de la celebración en esta etapa pero sí las suficientes como para saber que tenía lugar en la iglesia de La Mayor, a la que cada 17 de enero tenían por costumbre acudir quienes se hallaban encuadrados en el Sindicato Provincial de Ganadería. El oficio de la misa con panegírico del santo incluido corría de cuenta del párroco. Al término de la ceremonia salía una procesión “auténticamente gremial, casi familiar”, se escribió en el boletín Recuerda que editaba el sindicato vertical, con la imagen de San Antonio Abad a hombros de los ganaderos sorianos que recorría la calle principal de la ciudad, o sea el Collado, que se anunciaba con el lanzamiento de cohetes. Unos momentos antes habían sido bendecidos en la puerta del templo los frutos presentados, y en alguna ocasión se celebró un concurso de ganados de distintas especies. A veces, la jornada se completaba con una conferencia abierta al público en una de las salas de espectáculos de la ciudad. Pero pese a todo, el hecho cierto es que la fiesta no llegó a arraigar y acabó despareciendo. Fue en el año 2007 cuando la Asociación Redención de defensa de los animales recuperó la tradición perdida con una misa en la moderna parroquia de Santa Bárbara en tanto que el Club Hípico de Soria iniciaba su actividad con la bendición de caballos en la cuadra Antares, en las proximidades de la capital, también el día de San Antón.

LA CIUDAD EN 1961

Entorno de la prisión en la calle Las Casas con la Residencia de la Seguridad Social al fondo (foto: Casimiro Rodrigo)

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Antaño había una costumbre arraigada en la prensa oficialista –también en la soriana- que debía funcionar razonablemente bien a juzgar por la puntualidad con que se producía (por lo general en el último número del año o en el primero del siguiente), como era la de presentar el balance de lo acontecido en el transcurso del ejercicio que terminaba. Visto desde la perspectiva actual qué duda cabe que suponía una aportación importante que permite aproximarnos ahora, bien es verdad que con bastantes sesgos, a algunos aspectos de la sociedad de la época, que en el mejor de los casos resultaría difícil conocer hoy.

Por eso, si echa uno la vista atrás y se toma como referencia por ejemplo el año 1961 se encontrará como hecho más destacado con que hace casi sesenta años las autoridades sorianas presentaron al Caudillo el llamado Plan Especial –se ha perdido la cuenta de los que se han redactado desde entonces y han quedado en nada- que recogía un conjunto de previsiones para el desarrollo de la provincia, o que el ayuntamiento de la ciudad había aprobado el Plan General de Urbanismo, que sustituía al de 1948 –el primero que tuvo la capital- lo que, en síntesis, iba a posibilitar construir calles más anchas, ordenar las alineaciones y unificar las alturas de los edificios de aquella Soria que, si bien tímidamente, comenzaba a ensancharse, experimentaría a partir de entonces un crecimiento tan desmedido como incontrolado.

Pero por lo que se refiere al día a día, dejó una profunda huella en la sociedad soriana el incendio –uno de los más grandes y espectaculares que se recuerdan-  ocurrido la madrugada de uno de los primeros días del mes de julio en un dos de serrerías y otros tantos inmuebles de las calles San Benito y Santo Ángel de la Guarda que dejó a doce familias sin hogar a las que hubo que realojar en viviendas de la Barriada Juan Yagüe, del Palacio de los Condes de Gómara y de la Diputación en la calle Santo Tomé así como en la flamante Casa Diocesana, inaugurada aún no hacía un año. Asimismo, constituyó un verdadero acontecimiento la organización del tren especial dispuesto por la RENFE, con salida y llegada a la entrañable Estación Vieja, para que los aficionados al fútbol, y, en general, quienes lo desearan –se desplazaron mil cien-, pudieran viajar el día de San José (19 de marzo) a Zaragoza por la irrisoria cantidad de cien pesetas, que fue el importe del billete de ida y vuelta, y tuvieran ocasión de presenciar el partido de Tercera División Amistad-Numancia en una época de bonanza, por cierto, del equipo soriano. Novedad, y grande, fue la apertura de un supermercado -el primero que funcionó en Soria- en la plaza del Vergel promovido por el Gobierno de la Nación a través del organismo oficial llamado Comisaría General de Abastecimientos y Trasportes, Abastos para abreviar, que revolucionó los circuitos de consumo de la ciudad. En el ámbito de la vida social se produjo la integración del Casino de Numancia en el Círculo de la Amistad y tuvo especial relevancia el desfile de modelos en el Palacio de los Condes de Gómara a beneficio de la Campaña Pro-Navidad. Una efeméride importante más la constituyó la inauguración de la nueva Prisión, entonces en las afueras de la ciudad, entre el camino ancho de Las Casas y el de la Fuente del Rey.

LA FIESTA DE REYES

Los Reyes a la puerta del antiguo Hospital Provincial (Archivo Histórico Provincial)

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La festividad de los Reyes Magos, que cierra el ciclo navideño, este año será diferente.

Antaño, como ahora, el final del tiempo navideño estaba jalonado por el tradicional ajetreo comercial de la víspera de Reyes, para cuya fecha el mismísimo Director General de Trabajo era el que disponía que el 5 de enero pudieran permanecer abiertos hasta las doce de la noche los establecimientos comerciales de actividades que tradicionalmente lo venían haciendo ese día, recalcando que debían abonarse «al personal como extraordinarias las horas que excedan de la jornada legal”, al tiempo que, en otro orden de cosas, advertía de que a efectos de consumo eléctrico estos establecimientos deberían atenerse estrictamente a las instrucciones de los organismos competentes del Ministerio de Industria.

La misma tarde del 5 de enero se celebraba la Cabalgata de Reyes, con muy parecido desarrollo al que se conoce, aunque no con la continuidad y niveles actuales, pues había años que, por lo que fuera no había Cabalgata. El itinerario no era el de ahora aunque sí el final en la Plaza Mayor, entonces del Generalísimo.

La comitiva partía de los antiguos Cocherones de Obras Públicas, donde se construyó más tarde la Estación de Autobuses, y enfilaba la avenida de Valladolid abajo para llegar al paseo del Espolón y continuar por la plaza de Mariano Granados, la calle Marqués del Vadillo y enfilar el Collado (entonces General Mola) para concluir en la Plaza Mayor.

Todo ello, se tenía el buen cuidado de subrayarlo, gracias a la gestión del Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento, que encargaba al Frente  de Juventudes tanto la organización de la Cabalgata como la distribución a la mañana siguiente de los regalos a los niños de Soria [con la tarjeta que previamente les habían entregado en los colegios y dependencias de los organizadores] que en todo caso debían hacerlo personalmente los tres Reyes Magos en el Hogar de las Falanges Juveniles de Franco situado en la planta baja del Palacio de los Condes de Gómara (en alguna ocasión en el Cine Ideal), en presencia de las autoridades. Luego solían acudir al Hospital Provincial, entonces en la calle Nicolás Rabal, y a algunos centros oficiales para entregar los juguetes a los hijos de los funcionarios.

Hubo un tiempo, en los años cincuenta del siglo pasado, mientras permaneció en la ciudad el Batallón de Minadores, que la Cabalgata revistió una especial vistosidad pues los Reyes Magos en lugar de llegar a la ciudad en los recordados vehículos Land Rover, unos todo terrenos muy de boga en la época, lo hacían a caballo con el acompañamiento de la banda de cornetas y tambores, que no solían faltar en la comitiva.

NEVADAS, LAS DE ANTAÑO

La plaza de Mariano Granados en una imagen de los primeros años sesenta (Archivo Histórico Provincial. Colección Pascual Borque)

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Dicen los más mayores que ya no nieva como antes. Y puede que sea así. Pero de lo que no cabe la menor duda es que cuando cae la nieve los problemas siguen siendo los de antaño, por más del empeño de los políticos de turno de hacernos ver lo contrario, lo que no deja de producir hastío. De tal manera que en los albores de cada invierno tienen bien anotada en su agenda que en una determinada fecha hay que recordar lo de la nieve, por poner un ejemplo, y se lían a ofrecer ruedas de prensa con datos –vacuos, porque la realidad es tozuda y lamentablemente camina por otro sendero- de los medios de todo tipo con que cuenta la Administración que les da cobijo. Total, para nada porque cada vez que la nieve caída supera el límite de lo razonable se repiten idénticos problemas y se acude al argumentario de siempre: no utilizar el coche salvo que resulta imprescindible, etc.

En Soria, en la capital de nieve, sabemos bastante, diríase que mucho, y el problema sigue siendo el de antaño. Pero, en fin, dejando de lado la problemática que plantea la nieve, sí queremos recordar, por el contrario, algunas de las grandes nevadas que hemos padecido los sorianos. En este sentido, es especialmente recordada la que cayó a mediados de abril de 1956, en la que según la información de que dispone el Observatorio Meteorológico de la capital se recogieron 42 litros por metro cuadrado, que llevó consigo una medida cuando menos curiosa por original pues al ayuntamiento no se le ocurrió mejor cosa que “obsequiar con coñac a los vigilantes nocturnos a fin de que soportaran más confortablemente las bajas temperaturas durante la noche”. Otra, también de las de abrigo, fue la de mediados de abril de 1962, en que estuvo nevando diecisiete horas ininterrumpidamente, si es que no las de diciembre y enero de 1963 y 1964, o la del 28 de febrero de 1984.

Entonces, la vida de la ciudad no es que se paralizara pero sí se ralentizaba. Incluso las calles más céntricas y transitadas, como pudieran ser la mismísima plaza del Chupete y el Collado, además de resultar verdaderamente impracticables quedaban convertidas en auténticas pistas de patinaje fruto de la eficaz colaboración de los más jóvenes que trazaban en ellas aquellos largos y peligrosos resbaladizos que siempre solían cobrarse alguna víctima en forma de rotura de brazo o pierna más o menos grave. Del mismo modo que las tradicionales zonas del Castillo y los paseos de la Alameda de Cervantes, que todas ellas tenían su público y por qué no,  sus especialistas, auténticos artistas en esto de patinar sobre el piso helado de las calles. Conviene no olvidar, por supuesto, que, al contrario de lo que sucede ahora, apenas circulaban coches, por lo que la nieve se eternizaba en la calzada, porque en la actualidad el tráfico rodado lleva a cabo, sin pretenderlo directamente, una labor de limpieza que facilita el proceso de recuperación de la normalidad o cuando menos contribuye a atenuar los problemas que se derivan de la emergencia.

Dicho lo cual. En las primeras horas de la mañana de hoy 2 de enero ha nevado cómo hace tiempo no lo hacía.